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El Crack y cómo lograrlo
A

unque sea con un tardío y egocéntrico agradecimiento, prefiero celebrar la vida de Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968-Querétaro, 2016) que compartir mi pesar personal por su muerte trágica, por ejemplo, con su padre, a quien sólo vi en una ocasión, hace más de 20 años, en circunstancias en las que él hizo una visita a mi esposo en nuestra casa y yo estuve presente. No conozco a la viuda de Ignacio ni tampoco a ningún otro miembro de su familia como para buscarlos y darles mi pésame con un abrazo. Conozco, eso sí, a algunos de sus amigos, que también son amigos míos, como Jorge Volpi, con quien Padilla fundó el movimiento literario conocido como el Crack, de finales del siglo XX, cuando rompieron con los temas y las formas de la literatura mexicana hasta ese momento y atrevidamente trabajaron con formas y temas nuevos. Asimismo, conozco a Rubén Gallo, con quien en 2006 Padilla publicó en el Fondo de Cultura Económica Heterodoxos mexicanos (una antología dialogada), que consiste efectivamente en una serie de 10 ensayos a dos manos, o 10 diálogos escritos, sobre textos poco conocidos de la literatura mexicana del siglo XX. Podría, sí, por tanto, buscar o llamar o escribir a Volpi y a Gallo y transmitirles a ellos mi pena personal, pero, como dije al principio de estas líneas, prefiero celebrar la vida de Ignacio Padilla, aunque sea con un tardío y egocéntrico agradecimiento, que dolerme de su muerte.

Lo cierto es que motivos de acercamiento directo a Padilla no me han faltado. Entre ellos destaco que, en unos días, íbamos a colaborar en una actividad cultural, asunto que ocasionó mi último contacto real con él, ya que tras ser invitados por la autoridad correspondiente ambos nos expresamos por correo electrónico el gusto que nos daba la perspectiva de vernos, pronto, al haber sido convocados a trabajar juntos en un quehacer literario que, estoy segura de que a él también, nos causaba incluso ilusión. Es más, la funcionaria encargada de llevar a cabo, siempre por correo electrónico, el trámite que nos habría reunido en el mes de octubre a Padilla y a mí, junto con otros colegas a los que de momento no es oportuno mencionar por nombre, sí me animé a escribirle después de leer la noticia del accidente en el que Padilla –por increíble, por impresionantemente increíble que me pareciera– acababa de perder la vida. Y pude compartir con ella, a pesar de tratarse de alguien sin rostro para mí, mi dolor, tanto así llegó éste a abrumarme.

Pero repito, prefiero celebrar la vida de Ignacio Padilla que llorar su muerte, aun cuando mi celebración no consista sino en un agradecimiento tardío y egocéntrico, pero finalmente escrito. Y la mejor manera para darle forma a este acto conmemorativo es, como digo, agradeciendo a Padilla el interés, el tiempo y la imaginación que invirtió al conversar con Rubén Gallo sobre, entre otros, un texto mío publicado en 1982, conversación que por fortuna quedó registrada en el tomo Heterodoxos mexicanos que publicó el FCE en 2006. Gracias, Nacho; gracias, Rubén, por haberse ocupado de mi trabajo en un libro tan insólito en sí mismo que yo lo incluiría en una antología, y tan significativo, en especial para mí, tanto por el contenido de lo que los dialogantes comentan sobre un cuento mío en particular, como por el gusto, poco tímido, que me hace sentir verme incluida en letra impresa, medio que viaja a través del espacio y del tiempo, con los trabajos y los autores con los cuales está formada la antología dialogada Heterodoxos mexicanos.

Para empezar el gusto lo debo al hecho doblemente insólito de que soy la única autora en el conjunto de autores y, aparte, a la compañía en la cual Ignacio Padilla y Rubén Gallo, generosos, me incluyeron a mí. Es decir, un texto mío forma esta antología dialogada entre textos de Martín Luis Guzmán, Luis Quintanilla, Salvador Novo, Federico Sánchez Fogarty, José Vasconcelos, Francisco Tario, José Revueltas, Octavio Paz y el Crack, mención aparte del heterodoxo de heterodoxos, Aníbal Quevedo, a quien los autores dedican el libro.

Querido Rubén, querido Nacho, si sólo fuera por este gesto que los dos tuvieron conmigo, yo daría por bueno mi trabajo literario de todos estos años. Querido Nacho, ahora que nos viéramos, esto era buena parte de lo que me entusiasmaba comentarte de viva voz; con Rubén ya lo he comentado.