Opinión
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La Iglesia en manos de Norberto
L

os católicos siguen una serie de creencias y preceptos que no se discutirán aquí. Al igual que todas las grandes religiones, busca lo que su doctrina admite como bien. Las religiones son elaboraciones fantasiosas del sentido común, interpretaciones del origen y la muerte tan válidas como cualesquiera otras, reglas de convivencia, definiciones rituales arbitrarias pero precisas. Pero el cristianismo y el islam ilustran cómo el diablo está en los detalles. Con eso les ha bastado para entrematarse y eliminar al Otro durante siglos. Nueva España conoció las hogueras de libros y gente a causa de los detalles doctrinarios. Que por lo demás servieron como un todo para imponerse en estos territorios. La cruz y la espada que dijera Chesterton. Se sabe el impacto civilizatorio que tuvo la colonización mediterránea en la actual América Latina, y lo mucho que han estorbado las iglesias cristianas para la liberación de los pueblos. Los curas rebeldes caen por su propio peso. Religión es poder.

México desarrolló una anomalía histórica fundamental. Hacia la mitad del XIX el Estado liberal separó a la Iglesia, confiscó y reguló sus propiedades, puso límites a sus atribuciones públicas y la dejó a cargo de las almas que así lo quisieran. El propio Estado se puso límites, se proscribió conductas y expresiones de contenido religioso. Dios no entraba en los discursos.

Pasada la Reforma, que no fue pacífica, durante siglo y medio así quedó la cosa. Ni la dictadura de Díaz, ni la tormenta revolucionaria, ni las convulsiones nacionalistas, ni siquiera la modernidad del desarrollo estabilizador le movieron al Estado laico la igualdad formal de los cultos y la libertad de no creer. Hasta que empezó a venir el papa de Roma, en la maquiavélica persona de Wojtila, y acaparó la escena a escala nunca vista. Ante el fervor incondicional de los católicos al Vaticano, el Estado revolucionario institucional decidió dispararse en un pie y reconoció a la Santa Sede como nación soberana. Todo muy liberal y republicano, Salinas fue pragmático, no persignado. Allí se crió la intolerancia desafiante que hoy exhibe la jerarquía católica echando su grey a las calles. Cosecha años de conspiración en templos, escuelas y bodas religiosas de hijas de los barones e hijos de los políticos. Como nunca antes, las religiones cristianas reclaman el monopolio de las reglas morales.

De manera muy original, el pueblo mexicano había aprendido a separar las cosas, el laicismo estaba en la médula de las acciones públicas. Y con excepción del delirio cristero, el laicismo nunca fue causa de violencia, al contrario, allanó la convivencia pacífica. Llevamos tres décadas de oficialización extraoficial de la iglesia católica como poder no sólo simbólico. Le ayudaron grandemente las televisoras, la prensa comercial, las cúpulas empresariales, los nuevos socios españoles a partir de 2000 y el propio gobierno. Los mexicanos del siglo XXI volvimos a ver un presidente arrodillado.

Aunque no se confiese, para la propedéutica católica el pecado de la carne es principal. El demonio mismo. Manipulable y perdonable. Sexo y erotismo pertenecen a la esfera privada, cargados de dudas, culpas, curiosidad y creatividad personal impredecible. Cada genital es un mundo, con cada cabeza que le obedece. No existe tal cosa como ausencia de vida sexual. Todo mundo tiene, por abstinente que logre ser. Curas y monjas, célibes juramentados, algo sabrán. Mientras no se rebasen los límites de la dignidad y el libre consentimiento, nadie tiene por qué meterse en lo que coge o no cada quién con su cada cual. Mas si en filas eclesiales prosperan los Maciel y se salen con la suya, ¿qué pueden enseñarnos esos curas solteros de lo que son la familia y el sexo?

En clásica clave paranoica: dictadura gay, conspiración extranjera para desbaratar la familia como Dios la creó (Norberto dixit), todo queda en papá, mamá, hermano y hermanita, y tantán. De paso, van contra el aborto y por su tajada en el mercado de la educación. El matrimonio igualitario es un blanco a modo para cerrar filas y plantar discriminación y odio contra los que no hacen con sus gustos y genitales lo que digo yo. Van por más, de la cintura para abajo y de la cintura para arriba.