Editorial
Ver día anteriorMiércoles 28 de septiembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México, perdedor en el debate
E

l primer debate entre los candidatos presidenciales estadunidenses, Hillary Clinton (demócrata) y Donald Trump (republicano), realizado la noche del domingo en la Universidad Hofstra, en las afueras de Nueva York, tuvo mucho de espectáculo televisivo, ataques personales y gestos para la cámara, y poco de sustancia en lo que se refiere a confrontación de programas de gobierno; justamente, lo que cabe esperar de esa clase de encuentros en entornos electorales dominados por la obsesión mediática.

Más allá de las descalificaciones y los dimes y diretes que intercambiaron ambos aspirantes, Clinton presentó un discurso más articulado en lo que respecta a propuestas y políticas públicas –resultado de sus tablas como senadora y secretaria de Estado–, en tanto Trump repitió sus fórmulas primarias habituales, hizo una nueva exhibición de cinismo y egocentrismo y es claro que, fuera de algunas ocurrencias escalofriantes, no logró comunicar una idea de lo que haría si resulta electo presidente en los comicios de noviembre próximo. Sin embargo, los planteamientos de la demócrata no lograron ser convincentes y mucho menos demoledores, porque están lastrados por su pertenencia a una élite política y corporativa ajena a las necesidades populares y por su desempeño militarista e intervencionista en el Departamento de Estado.

En lo que concierne a nuestro país, resulta alarmante el dato de que Trump lo incluyó en repetidas ocasiones entre las naciones a las que considera amenazantes o enemigas, nada menos que al lado de China, Irán y Corea del Norte. Ante varios problemas que le fueron presentados por el moderador, el magnate optó por responsabilizar de ellos a México y a los mexicanos, como en el tema del empleo, el comercio y la violencia delictiva.

Significativamente, Clinton no se tomó el trabajo de refutar ni una sola de esas imputaciones calumniosas, demagógicas y racistas, incluso a pesar de que con ellas su adversario le ofreció otras tantas oportunidades de presentarlo como ignorante, falsario y chovinista. En contraste con su vehemente defensa de los aliados militares de Washington –los integrantes de la OTAN y Arabia Saudita–, a los que el republicano acusaba de no cooperar económicamente en los gastos de defensa, la demócrata no usó ni un segundo de su tiempo para reivindicar a México, pese a que éste es uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos.

En resumidas cuentas, nuestro país y los mexicanos en territorio estadunidense son, desde la perspectiva de Trump –o más bien, desde las primitivas y brutales concepciones con las que ha venido agitando a sus electores–, culpables de los males económicos, comerciales y de seguridad, en tanto que en el discurso de Clinton simplemente no existieron. Y el dato es alarmante porque uno de los dos ocupará la Casa Blanca en unos pocos meses y se encontrará con una política exterior mexicana en situación de debilidad, confusión y extravío. Cabe esperar que el país –las instituciones políticas y la sociedad– cobren conciencia del peligro que esta circunstancia representa.