Opinión
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Meade: ¿no hay crisis?

¿Mexicas en el paraíso?

Deuda de aquí a un siglo

C

on mayores tablas y un tono más agradable que el de su avinagrado predecesor –el nefasto ex ministro del (d) año–, el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, compareció ante los senadores y allí se animó a decir que en México no se puede hablar de crisis, y que si se compara la situación actual con la de dos décadas atrás, entonces los habitantes de esta República de discursos casi, casi, viven en el paraíso.

Y el funcionario sustentó su dicho con las fortalezas de nuestra economía: somos menos dependientes del ingreso petrolero; tenemos abundantes reservas internacionales; registramos crecimiento sostenido y balanceado; generamos empleo como nunca antes; reportamos finanzas públicas sanas; contamos con un sistema financiero sano y sólido, y así por el estilo. Entonces, dijo, no se puede hablar de crisis.

A saber qué entienda por crisis pero, de entrada, el hecho de que más de la mitad de la población sobreviva en condiciones de pobreza y miseria no es precisamente un indicador de jauja que sustente el dicho de Meade. Si para este personaje, en particular, y la clase política, en general, más de 63 millones de mexicanos que subsisten en tan precarias condiciones, sin visos de salir del hoyo, no son sinónimo de una crisis profunda, entonces ¿qué es?, sin olvidar que 80 por ciento de la población es catalogada como socialmente vulnerable, de acuerdo con los parámetros del Coneval.

Si se le pone mucho optimismo y se comparan los números de hoy con los de dos décadas atrás, entonces aparece una mejoría relativa, pero con idénticos resultados: pobreza galopante, crecimiento raquítico, concentración del ingreso y de la riqueza, falta de desarrollo social, avasalladora dependencia del país vecino del norte, corrupción alarmante, alfileres cada vez más enclenques, deuda a paso veloz, devaluación, empleo escaso y precario, salarios miserables y tantas otras bellezas.

La presunción de que México ya no depende de los ingresos petroleros (Meade dixit) es, por decirlo suave, un cuento de hadas. Si las finanzas públicas se despetrolizaron no fue producto de una política de diversificación del ingreso, sino por el desplome de los precios del crudo de los que México depende de forma creciente; es decir, se dio por la vía de los hechos y no como resultado de fuentes alternativas o de una brillante decisión gubernamental. En síntesis, se despetrolizaron aunque no quisieran.

Fue el propio Carlos Salinas de Gortari quien durante su estancia en Los Pinos, y por decreto, despetrolizó las finanzas públicas, y a partir de ese momento nunca fueron tan dependientes de los recursos petroleros. En aquel entonces el ingreso proveniente del oro negro representaba 4.9 por ciento del producto interno bruto; en el primer año de Peña Nieto se había elevado a cerca de 8 por ciento del PIB. De ese tamaño ha sido la despetrolización. Y llegó la caída libre de los precios y junto a ella los recortes presupuestales.

Dice Meade que México tiene un sistema financiero sano y sólido, aunque de entrada es necesario subrayar que alrededor de 80 por ciento de él no es mexicano. Opera en el país, sí, pero es propiedad de capital trasnacional y los beneficios son para sus matrices. Esa es la primera acotación.

La segunda, y no menos importante, es que la salud del sistema financiero que aquí funciona se debe a que los habitantes de esta República de Rescates acumulan dos décadas pagando el festín de la reprivatización bancaria (cortesía de Carlos Salinas) que devino en doble atraco: a los mexicanos como usuarios de la banca y a las arcas nacionales mediante el Fobaproa (cortesía de Zedillo).

Veintiún años y miles y miles de millones de pesos después, el rescate bancario se mantiene como un enorme lastre para las finanzas públicas y, desde luego, para los mexicanos que aún adeudan –quiéranlo o no– cerca de 900 mil millones de pesos (los pasivos del IPAB), mientras el sano y sólido sistema financiero acumula utilidades de ensueño y mantiene la práctica de atracar a sus usuarios, que son los mismos que pagan los platos rotos de aquel rescate bancario. De ese tamaño es la salud y solidez del sistema financiero.

El secretario de Hacienda también presume que se genera empleo como nunca antes, lo que da cuenta de lo bien que marcha la economía. Pues habría que recordarle que 60 por ciento de los mexicanos ocupados (seis de cada diez) sobrevive en la informalidad, producto de políticas públicas (como la reforma laboral del cierre calderonista) que la estimulan y –como en el caso citado– la legalizan.

Aquellos que a duras penas se mantienen en el sector formal de la economía obtienen salarios miserables, mientras la mayoría de las nuevas plazas generadas durante la administración peñanietista ofrecen ingresos de entre uno y dos salarios mínimos como máximo, dejando las prestaciones de ley para mejor ocasión. En buen castellano, los más de 2 millones de empleos formales reconocidos en cuatro años de EPN en Los Pinos acicatean el crecimiento del ejército de pobres.

También presume que México registra un crecimiento sostenido y balanceado. En realidad, más balanceado que sostenido, porque no pasa de 2 por ciento anual y en esas andanzas acumula más de tres décadas; es decir, la economía a duras penas avanza por arriba del crecimiento poblacional, y siempre en beneficio de los amigos del régimen.

Las finanzas públicas sanas lo son tanto, que no rinden para mayor cosa (menos ahora que están despetrolizadas), porque el grueso de los recursos se canalizan a la propia burocracia y al eterno grillete de los mexicanos: el pago del servicio de la deuda. Con todo, Meade reconoció que el nefasto efecto Videgaray (el brutal crecimiento de la deuda durante su estancia en Hacienda) no dejará de afectar el bienestar de los mexicanos de aquí a cien años (es decir, se sacrificará el futuro de cuatro generaciones adicionales, sin considerar que el saldo del débito público aumenta permanentemente).

En fin, por la libre llevan años destrozando al país, haciendo añicos el bienestar y el futuro de los mexicanos, pero ahora que la situación está color de hormiga el secretario de Hacienda exige unidad y corresponsabilidad, en el entendido, dice, de que quien pretenda mantenerse al margen de este esfuerzo estará negándole al país la posibilidad de preservar la estabilidad económica.

Pero tranquilos, que ya lo dijo Meade: no se puede hablar de crisis en México. ¡Felicidades!

Las rebanadas del pastel

Aseguran los voceros oficiales y oficiosos que el debate Clinton-Trump dio un respiro al tipo de cambio. ¿En serio? Ayer el billete verde se vendió a 19.99 pesitos en Bancomer.

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