Opinión
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Isocronías

Posibilidades, imposibilidades

Y

o digo que nadie se cansa de aprender, aquello que le gusta, claro, y que si llega a cansarse de todos modos no se cansa pues al descansar –no haciendo nada, haciendo otras cosas, incluso al soñar o al dormir nada más– sigue aprendiendo.

Mucho se ha dicho que la poesía es imposible de enseñar. No discutamos eso. De que se aprende, se aprende.

¿Cuántas veces no me he cansado yo de ‘enseñar” poesía? Infinitas es demasiado, pero por ahí va. Nunca de los nuncas, y eso con tantas broncas que he tenido, o debido afrontar, de aprender enseñando.

Se aprende de todo, probablemente más de los errores que de todo.

–¿Y enseñar es un error?

–Mientras aprendan no.

Alguna vez (y no venía al caso, me excedí) dije que de mí podría (y puede) decirse cualquier cosa, menos que no aprendieron. Es un exceso –subrayo, asumo–, pero un exceso que puesto en su lugar, lo que se debe, cobra o recupera su verdadera, franca dimensión: no, pero entonces, vaya, se excede.

Hay quienes, entre ellos algunos aprendices, atribuyen los desaciertos de éstos (¿casi?) exclusivamente a sus maestros, y sus aciertos todos al talento específico, si no es que a la maestría, más que a la destreza, de los que aprender dijeron que querían, necesitaban, a un –sigamos con las comillas– enseñante concreto.

No confundan humildad con modestia, les digo a aquéllos con quienes trabajo. El modesto dice que no puede. El humilde, que si nadie lo va a hacer y en verdad se requiere él lo hará, como pueda.

Miro en una película que alguien dice: –No cuido a mi caballo para que lo admiren, sino porque mi caballo necesita cuidado. Pudiéramos parafrasear: Nadie escriba para asombrar al mundo o llanamente al interlocutor en la mesa del café, sino porque la escritura, en particular la poética, es del todo necesaria, indispensable, y connaturalmente asombrosa. (Y en los mejores casos porque una experiencia poética, auténticamente poética –tan particular como universal–, debe ser conservada, o más sencillamente transmitida.

Cuidar de la poesía es una cosa, proclamar soy poeta, muy otra.

Vivir algo, intuirlo si se quiere –aunque en el caso de la poesía no creo que eso baste–, es de alguna manera asunto previo a cualquier aprendizaje de tal algo. Así pues aprender (o, cuestión más delicada, escribir) poesía si poesía no se vive supone una confusión que a mi mirar deviene, ¿cómo decirlo?, ¿imposibilidad sin vuelta de hoja?