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Número Especial octubre noviembre 2016 No 208

Una visión externa de
nuestros bosques y selvas

Tom Gill
“Los recursos forestales de México”. En México forestal. Febrero de 1931
Traducción: Ing. Gilberto Serrato A.
Publicado originalmente en el periódico The Timberman de agosto de 1930

El valor de los productos forestales de México sigue inmediatamente después del de sus recursos mineros y ha llegado casi a 15 millones de pesos anuales; además de la madera, estos productos incluyen el chicle, las maderas para construcciones navales, aceite de coco, ébano y pulpa para papel. El pino y el oyamel suministran las maderas de construcción en general y su consumo fluctúa alrededor de 87 millones de pies comerciales.

Las exportaciones de madera de Estados Unidos a México van en aumento. Los productos de madera exportados a México en 1919 ascendieron a cerca de 3 millones 750 mil dólares y en 1928 se elevaron a unos 4 millones 700 mil. Las tablas de pino constituyeron el mayor renglón de sus exportaciones, llegando éste a cubrir la cuarta parte del valor total de la exportación de productos forestales.

Prácticamente toda la madera importada por México, procede de los Estados Unidos, si bien antes de la guerra europea, el Canadá y la Gran Bretaña contribuyeron también con pequeñas partidas.

La producción propia de madera de México consiste casi exclusivamente de maderas duras y de las llamadas preciosas o finas, pero algunas secciones con grandes superficies de pinares y oyameles proveen en parte a la demanda de maderas blandas en el país.

Importación de productos

A su vez, los Estados Unidos son también los mayores importadores de maderas mexicanas, aprovechando prácticamente todas sus especies preciosas; mientras que las maderas más baratas y corrientes se envían a otros países. No obstante que México posee magníficos pinares, una gran cantidad de la madera de pino empleada en aquella República para construcciones, es importada de los Estados Unidos.

La razón estriba en la inaccesibilidad de los pinares de México y en el hecho de que los productos mexicanos de sus pequeños aserraderos no están tan bien manufacturados como los americanos. Estas condiciones han sido de consecuencias desastrosas para la industria manufacturera de muebles.

La caoba utilizada en México para esta industria procede de Yucatán, pasando por Honduras Británicas, que la remite a Nueva Orleans, donde es aserrada y reexpedida en forma de madera de caoba para mueblería, a la capital de la nación de origen, con gran costo por concepto de derechos y gastos de transporte, dando esto por resultado que la industria manufacturera de muebles en México, prácticamente no se haya desarrollado por no ser un negocio costeable, y que casi todos los muebles de importen de los Estados Unidos.

No obstante la riqueza de los bosques mexicanos, las importaciones de productos forestales en 1926 superaron en más del doble a las exportaciones. Éstas fueron casi enteramente de maderas finas o preciosas, en forma de trozas; y las importaciones consistieron principalmente en maderas de construcción, aserradas en los Estados Unidos.

El progreso forestal en México está por fortuna sostenido por un pequeño grupo de hombres cultos y consagrados al amor del árbol, quienes se dedican, a costa de sacrificios económicos y esfuerzos personales, a colocar la silvicultura en el plano debido, para que pueda desempeñar el papel genuino que le corresponde como protectora y conservadora de los magníficos recursos forestales de México.

El jefe de este grupo es el señor ingeniero don Miguel A. de Quevedo, quien tiene bien ganado el título que ahora ostenta de “padre de la silvicultura mexicana”. Se ha consagrado al servicio de la causa forestal por largo tiempo y con atingencia, consiguiendo despertar el entusiasmo por dicha causa y la atención oficial hacia la misma, en forma tal que cualquier Nación estaría orgullosa de sus actividades forestales.

Es el líder del movimiento forestal o “apóstol del árbol en México”, pues ha tenido que luchar contra intereses ruines, contra la humana apatía, contra los trastornos revolucionarios y contra las economías mal entendidas de los gobiernos; y casi él solo en lo personal, a pesar de continuos contratiempos y obstáculos, ha sostenido ondeando airosamente en México la bandera forestal.

Su dedicación a la causa forestal proviene desde que, siendo estudiante de ingeniería en Francia, el señor Quevedo pudo convencerse de la íntima y vital relación que existe entre las corrientes de agua y la cubierta forestal.

Auguraba que el futuro progreso de México dependerá en gran parte, de sus corrientes de agua, y que de no atenderse de manera preferente a la conservación y propagación de bosques, no sólo la Industria productora de fuerza hidráulica, sino también la agricultura, quedarían sujetas a múltiples riesgos.

Con celo inquebrantable ha predicado esta doctrina, logrando atraer la atención del Gobierno Mexicano hacia los problemas forestales del país.

Es casi indiscutible que tarde o temprano México será un centro de importantes negocios forestales y que los principios de la ciencia dasonómica serán aceptados de todo corazón, implantándose procedimientos técnicos de explotación forestal efectiva en toda la superficie de aquel vasto territorio.

Porque es evidente que sin sus bosques y sin las benéficas influencias de estos, nunca podrá México llegar a ocupar la elevada posición que le corresponde en el concierto de las naciones, garantizada dicha posición por la riqueza de sus recursos y por sus patrióticos ideales.

Posiblemente en ningún otro país del mundo, el bienestar general se halla tan íntimamente vinculado con sus bosques como en México.

México, D.F., febrero 23 de 1931.

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