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La OPEP resurrecta
S

i, como buen número de analistas del mercado petrolero internacional, se piensa que la última ratio del cártel es el control de la oferta, como herramienta para manejar la formación de los precios, habría que convenir que la OPEP, si no ya fenecida, apenas hibernaba. Desde 2008 –año que parece tan distante en el tiempo como extendido, casi interminable, ha parecido el lapso de estancamiento secular en que desembocó la crisis financiera de aquel año– no se atrevía a convenir en una acción colectiva para limitar el volumen de crudo lanzado a los mercados, a pesar de la evidencia de que esa oferta era excesiva y contribuyó, primero, al deterioro imparable de las cotizaciones y, tras año y medio angustioso, a un remedo de recuperación inestable, reticente, débil e insuficiente, a lo largo de 2016. Ahora, tras más de dos años de estrategia saudita, la OPEP vuelve por sus fueros o anuncia estar dispuesta a hacerlo antes de fin de año. El anuncio de Argel se recibió con los fastos y las inquietudes que suelen acompañar las resurrecciones.

La primera de muchas sorpresas consistió en que la OPEP celebró en Argel, no las consultas informales que todos esperaban, sino una conferencia formal: la 170 extraordinaria. O, mejor dicho, celebró una reunión consultiva seguida de la formal, ambas el 27-28 de septiembre. Es evidente que, dada la trascendencia de los asuntos en juego –que entrañaban una revisión de fondo de la estrategia de mercado de la organización–, se prefirió la formalidad y la solemnidad de una conferencia a seguir la práctica de las consultas informales que, al menos en Doha esta primavera, dejaron tan mal sabor de boca.

El retorno del cártel no pudo ser más inopinado, como inesperado el abandono de la estrategia saudita, que por 18 meses dominó el mercado desde la óptica de los grandes productores. In nuce, esa estrategia consistió en dejar de lado la defensa de los precios para concentrarse en mantener o elevar la participación en el mercado de los productores, vía producción adicional.

Se practicó a rajatabla: las más recientes cifras de extracción e varios países miembros de la OPEP –como Arabia Saudita, Irak y, si se consideran las sanciones, Irán– se elevan casi a máximos históricos, y algo similar ocurre con algunos otros, como Rusia. La agencia Reuters ha reportado que la organización obtuvo en septiembre una producción récord de 33.6 millones de barriles diarios, en tanto que la de Rusia, según cifras oficiales, alcanzó 11.1 millones de barriles diarios, con alza de 4 por ciento en el mes, monto que representa un máximo en la era postsoviética ( FT, 3/10/16).

La estrategia saudita se llevó a la práctica a un costo muy elevado: en junio de 2014, los exportadores de la OPEP necesitaban colocar en el mercado 905 mil barriles de crudo para obtener ingresos por 100 millones de dólares; año y medio después, en enero de 2016, el volumen a colocar para obtener igual ingreso ascendió a 4.4 millones de barriles; ahora (30/9/16), para conseguir ese provento la OPEP necesita colocar cerca de 2.4 millones de barriles. En ese periodo se consiguió romper la espalda de los productores de crudo no convencional de EU, interrumpiendo el imparable ascenso de su producción y obligándolos a suspender inversiones o a diferirlas sine die, lo que sin duda afectará su capacidad en la segunda mitad de este decenio y la primera del que sigue. Sin embargo, el costo pagado por todos los exportadores fue excesivo, a todas luces excesivo. Pemex bien puede dejar constancia.

Entre los países petroleros más afectados se cuenta Arabia Saudita misma, si bien ello no formaba parte de los cálculos iniciales. Como se ha señalado en muchos análisis, las finanzas públicas –sobredependientes del petróleo– fueron lastimadas y forzaron la adopción de reducciones del gasto presupuestado y de las erogaciones en importaciones de todo tipo, desde artículos de lujo hasta esenciales. Se redujeron los salarios de los servidores públicos en prácticamente todos los niveles. Se piensa hasta en privatizar segmentos de Aramco, la legendaria compañía petrolera del reino. En algún comentario se sostiene que, al igual que la adopción de la estrategia saudita –hace dos año y medio fue impulsada por el gobierno saudita–, su abandono ahora lo decidió también Riad y hubo de ser aceptado por los demás asociados.

La situación del mercado se resume en el comunicado de la conferencia en trazos precisos: las presiones enfrentadas han provenido sobre todo de la oferta y han provocado la reducción de los precios a más de la mitad; los ingresos de los países exportadores y de las corporaciones petroleras se han visto severamente afectados; la industria petrolera ha resentido fuertes reducciones en gastos de capital y en personal ocupado, lo que puede dar lugar a que no pueda satisfacer la demanda futura y se comprometa la seguridad energética; los desmesurados niveles de existencias, tanto de crudo como de productos, ensombrecen una perspectiva de mercado que debía ser alentadora por los incrementos de demanda previstos. El equilibrio del mercado, según la OPEP, no debería estar lejano, pues ahora coinciden demanda robusta y oferta afectada por factores geopolíticos diversos. Todo lo anterior aconseja conducir un diálogo serio y constructivo con exportadores ajenos a la OPEP, a fin de estabilizar el mercado y restaurar su equilibrio y sostenibilidad.

La decisión de la conferencia es, al mismo tiempo, clara e incierta. Es real el propósito de frenar la producción, pero se titubea en colocarla en 32.5 o 33 millones de barriles diarios, con recorte de entre uno y 0.5 millones. Tampoco se sabe cómo distribuir las cuotas nacionales, en el supuesto que se permitiría cierta latitud a Irán, Libia y Nigeria, que enfrentan situaciones excepcionales. Como siempre en la OPEP, el acomodo de 14 cuotas dentro de la global será un ejercicio complejo, controvertido y desgastante.

La conferencia estableció una suerte de comité permanente de alto nivel, no necesariamente ministerial, encargado de definir las cuotas nacionales, las bases del diálogo con los otros exportadores y los posibles componentes de un acuerdo, que asegure un mercado equilibrado sobre una base sostenible. Cualquiera de estas tres tareas consumiría las ocho semanas que restan para la conferencia ordinaria del 30 de noviembre en Viena. Nadie en su sano juicio querría contarse entre los integrantes de ese comité.