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Ecuador y la revolución ciudadana
Q

uito. Kinto Lucas, ex vicecanciller del presidente Rafael Correa, me preguntó en su muy oído programa de radio qué cambios percibía en 10 años de revolución ciudadana. Evocando la época de corresponsal de prensa en este país, respondí: “Hasta 2006, el mundo confundía a Ecuador con Guinea Ecuatorial. Algunos sabían de su existencia por la novela de Jorge Icaza Huasipungo (1934), el cinco veces presidente y cuatro derrocado José María Velasco Ibarra (1893-1974), las pinturas de Osvaldo Guayasamín (1919-99), y otros por la destitución por ‘insania mental’ de un presidente que siempre fue loco (1997), o las fuertes rebeliones indígenas y populares a inicios del siglo”.

Luego, el programa de Kinto siguió con los me gusta y no me gusta del extraordinario proceso de emancipación social en marcha. Posiblemente, el más trascendente desde la revolución liberal (1895), y que ahora navega acechado por los tiburones de las oligarquías tradicionales y las izquierdas que por razones freudianas desacreditan la década ganada por Correa y el partido gobernante, Alianza-País (AP).

Cabía el optimismo. Al día siguiente del programa, la selección nacional goleó a Chile (3-0), campeón en las canchas de América… y del capitalismo salvaje en las urnas. Nada más pueril, entonces, que negar las conquistas de la revolución ciudadana, que a más de recuperar la autoestima nacional y popular rencendió el espíritu de los próceres que en 1809 pegaron el primer grito de independencia continental.

Sin embargo, hay motivos para la inquietud. De un lado, la crisis sistémica mundial que ha puesto contra las cuerdas a los gobiernos progresistas de América del Sur, paralizando proyectos de integración y cooperación pensados con mirada de Patria Grande. Y por el otro, la desquiciante novedad de que los pueblos pueden votar contra sus intereses (Argentina, Colombia).

Campo simbólico y subjetivo de las ideologías en disputa, donde las derechas mediáticas de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) difaman y mienten sin escrúpulos, flagelo que el frenesí tecnocrático de las izquierdas en el poder busca neutralizar contratando expertos, como en Ecuador, en el uso de los Twitter y WhatsApp. El costo (político) va de suyo: cierta pérdida de energía militante, en comparación con los primeros años de la revolución ciudadana.

El gobierno de Rafael Correa ha impulsado una compleja, inevitable y profunda reforma estatal. Incluyendo la creación de un curioso Instituto Nacional de la Meritocracia (sic), organismo que privilegia el mérito y la excelencia técnica en detrimento de la experiencia específica en el sector público. Junto con la Ley de Cultura (en debate), que podría exigir títulos de PhD a los poetas que aspiren a publicar en instituciones del Estado.

Javier Ponce Cevallos, por ejemplo, no cuenta con título de poeta, siendo uno de los mejores del país. No obstante, cuando era ministro de Defensa echó a los agentes de la CIA infiltrados en las fuerzas armadas y mantuvo su firmeza en el fallido golpe de Estado policial de septiembre de 2010, que puso en riesgo la vida del presidente.

Ponce escribió Sentado entre dos sillas (2004), ensayo de crítica a los llamados organismos no gubernamentales (ONG). Hoy es ministro de Agricultura, cargo poco lírico en un país de propiedad rural concentrada y severos desafíos al desarrollo agroindustrial. De modo que al preguntarle con quiénes les iba peor, si con los terratenientes o las ONG, respondió: con los campesinos que cultivan la papa como en la época del Tahuantinsuyu.

No pudo concretarse, en cambio, el encuentro acordado con el ministro de Defensa, Ricardo Patiño, combativo político de AP y probado lector de La Jornada. Entusiasmado, Patiño delegó en una asistente la concertación del encuentro. Pero meritocráticamente, la funcionaria planteó después que el enviado debía presentar una solicitud formal, que sería sujeta a evaluación por el equipo comunicacional. Rigores de la izquierda institucional.

Asimismo, Correa se excusó de participar en la cena ofrecida a los asistentes del tercer Encuentro Latinoamericano Progresista (Elap). El presidente dejó una carta firmada en la que explicó que no podía participar en la cena “…por el atraso de los invitados”. Y no sé por qué se dibujó en mi memoria el hierático Velasco Ibarra, quien amanecía muy temprano para esperar en sus despachos a los funcionarios con fama de dormilones.

“Si queremos hacer la revolución –dijo Correa a sus invitados– tenemos que empezar por nosotros mismos, con cosas tan sencillas como la puntualidad, expresión de la cultura de la excelencia”. ¿Mande? Gracias al crecimiento exponencial del parque automotriz, el tránsito de Quito se desplaza a vuelta de rueda en un corredor urbano de 40 por 6 kilómetros de ancho, impidiendo el culto a la puntualidad de ciudades como Bruselas o Ámsterdam, donde el transporte individual empieza a ser cosa del pasado.

En todo caso, separando paja y trigo, el comprometido historiador Juan J. Paz y Miño Cepeda afirmó en su cubículo de la Universidad Católica: Gracias al proceso constituyente (Constitución de 2008), el liderazgo de Correa y el apoyo ciudadano expresado en 10 momentos electorales o de consulta populares se afirmaron otros procesos: poder ciudadano en el Estado, reinstitucionalización del Estado nacional, estabilidad gubernamental y reforzamiento del sistema democrático.

Paz y Miño destacó el fortalecimiento y expansión de inversiones públicas en obras y servicios; una economía de mercado regulada estatalmente; la promoción empresarial, pero con obligaciones y responsabilidades sociales; hegemonía política de una nueva izquierda; identidad latinoamericana y, por sobre todo, mejoramiento sustancial de las condiciones de vida y trabajo.

Sin moneda propia, la revolución ciudadana ha sembrado de autopistas y carreteras un territorio que carecía de grandes obras viales. Centros de salud y hospitales gratuitos en sierra, costa y región amazónica (con asesoría de médicos cubanos), reconocidos por su excelencia profesional; miles de jóvenes incorporados a la educación pública y gratuita en los tres niveles; universidades patito prohibidas por decreto; expansión del seguro social campesino, y masiva construcción de viviendas populares; multimillonaria inversión extranjera que no se dejó asustar frente a los salarios mínimos más altos del continente (superiores a 600 dólares); crecimiento en la recaudación de impuestos y del PIB en un contexto mundial adverso (3.9 por ciento en 2015). Y habrá que ver si en un país tan atractivo para el turismo, la mil veces fallida “guerra contra el narco” justifica las abusivas requisas de la policía antinarcóticos en los aeropuertos ecuatorianos.

La revolución ciudadana entendió que el desarrollo económico resulta indisoluble de lo político y social. Y tiene un gran desafío en puertas: los comicios presidenciales de febrero próximo. Pues en caso de que AP no consiga imponerse en primera vuelta, todos los tiburones votarán unidos en el ballotage, arrastrando a los despolitizados sectores medios que, favorecidos por las políticas estatales, emergieron de la indigencia y la pobreza y ahora miran por encima del hombro a pobres e indigentes.

En suma, los militantes de AP tendrán que ponerse las pilas. De lo contrario, los pueblos de Ecuador pueden volver al estatus neocolonial y los viejos aldeanismos regionales, tal como el Libertador lo vislumbró en los países andinos que ayudó a liberar: sin fuerzas para poderse sustentar, y queriéndose dominar entre sí.