Opinión
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Ruta Sonora

The Who en México: la estridencia desafiante

C

on sus afamados giros de brazo, cual manecillas que dictaran con puntualidad británica que la hora de estremecer al público mexicano había llegado, el Maestro Pete Townshend (como lo llamó al final del concierto con gran respeto, cariño y reverencia su compañero de viaje, el cantante Roger Daltrey) al frente del combo seminal de rock inglés The Who, la noche del miércoles 12 en un Palacio de los Deportes a reventar, dio cátedra magistral de lo que el rock puede llegar a ser en uno de sus momentos más altos, al mismo nivel inventivo de The Beatles, a la misma altura majestuosa de los Rolling Stones, de la misma talla que los viajes cósmicos de Pink Floyd, con los ingredientes aditivos del estruendo y la destrucción como catarsis creativa y disruptiva, la suntuosidad sinfónica y la irreverencia cuestionadora.

Para sorpresa de muchos que vaticinaban ruptura senil de huesos o desempeños decadentes, los sobrevivientes de ese monstruo musical se mostraron impecables, enteros, con todo y que inevitablemente se tendiera a extrañar los exagerados y enloquecidos redobles sincopados del gran Keith Moon, así como la corrección enérgica de John Enwistle, a pesar de ser muy bien cubiertos por Zak Starkey, hijo de Ringo Starr, y por Pino Palladino, respectivamente, quienes lejos de imitar a aquéllos, prestan sus habilidades a la causa fundamental de The Who: romper tímpanos y prejuicios.

Tras una cálida y bella sesión a voz y guitarra, a cargo del hermano de Pete, Simon Townshend como acto abridor (bienvenido por unos, repudiado por muchos impacientes), la felicidad se vio transfigurada en dos horas de éxtasis y perfección sonora, en las que la explosión de la guitarra de Townshend y el cuidadoso detalle de sus pasajes expansivos, escuchados milagrosamente a la perfección en un Palacio de los Deportes donde usualmente todo se oye mal, se convirtieron en el centro de atención: el autor, ideólogo y demiurgo de toda esta idea musical estaba ahí, frente a nuestros ojos; el mismísimo, por primera vez para muchos. Qué conmovedor, qué fuerte, es tener ante uno a la historia misma, sonando tan bien. Tener enfrente al personaje orgulloso que no ha dejado caer sus obras cumbres, y no ha dejado de revitalizarlas, estremeciendo pieles y mentes; al genio que sin autocomplacencia se reta a sí mismo y a la audiencia, al armar para conciertos masivos sus obras más complejas, tales como las de sus óperas-rock Quadrophenia y Tommy, siendo este último pasaje el que alcanzó antier en vivo mayor deslumbre, estupefacción y embeleso, sin más discursos que la elocuencia de la composición tremenda, tanto musical como lírica.

Cincuenta y dos años han pasado desde el día en que Townshend rompió contra el techo del hotel Railway su Rickenbacker, primero como un accidente, después como un símbolo que lo acompañaría para siempre y lo haría sentir invencible, según sus propias palabras. Dice en sus memorias Who I am (2012): Algunos tomaron tal destrucción como un ardid publicitario, pero yo sabía que el mundo estaba cambiando y que estábamos mandando un mensaje: la forma convencional de hacer música ya nunca iba a ser la misma. Y sí. El miércoles quedó demostrado en directo que la música de Townshend, su furia sobre las seis cuerdas y el trémolo, sigue siendo poderosa y rompe-madres 50 años después, y a la vez inquebrantable: no ha podido ser igualada, si acaso imitada y un punto de inspiración para miles (entre otros, fuente clave para el punk).

Con un repertorio inmejorable, entre videos e imágenes de sus años mozos con el logo redondo, azul, blanco y rojo de la banda, así como coordinadas explosiones de luces que estallaban a la par de las entradas triunfantes de las múltiples Stratocasters del guitarrista de marras, y la voz de Daltrey en alto, impecable, con todo y sus usuales bailecitos arrítmicos, The Who dio vuelo a los temas más selectos de su discografía: Tommy (Amazing Journey, Pinball Wizard, See Me Feel Me, Sparks, The Acid Queen) y Quadrophenia (5:15, I’m One, Love Reign O’er Me, The Rock) dominaron la escena, seguidos por las más explosivas y conocidas canciones de esa joya emblemática llamada Who’s Next (Baba O’Riley, Bargain, Behind Blue Eyes, Won’t Get Fooled Again); la más progresiva Who are you, sin dejar atrás sus clásicos mod como I can’t explain, My Generation, I can see for miles, The Kids are Alright y una que otra pieza de discos con menos relumbre, pero no menos buenas, como You better you bet, Join together, Eminence front.

Además de pasajes curiosos como la recomendación en pantallas de no fumar porque le causa alergia a Daltrey y en su lugar, mejor comer pastelitos mágicos, y el deslizamiento de Townshend sobre sus rodillas, quedan en la memoria grabadas con cincel, la agitación, la belleza, la conmoción, la ternura, la exaltación, que la música inimitable de una banda como The Who es capaz de generar, y aun más en vivo. Infinitamente tardío, pero histórico concierto el del día 12, sin duda, para las gloriosas memorias de los escenarios mexicanos (conciertos).

Twitter: patipenaloza