15 de octubre de 2016     Número 109

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

mesa filosofía

Modo de vida comunal ayuujk,
entre la permanencia y el cambio

Zenaida Pérez Gutiérrez

Para hablar de pueblos indígenas se revuelven en la cabeza tantas preguntas y perspectivas como, ¿quiénes somos hoy? ¿Cuántos habitamos este México? ¿A quién le hablamos? ¿Qué aportamos y pedimos de vuelta?

Historias de genocidio, dominación, etnocidio y exclusiones formaron y forman parte de la vida de los pueblos indígenas; sucedieron en el tiempo de la Colonia y siguen sucediendo hoy, aunque algunos métodos y estrategias se han transformado; hoy desde los partidos políticos, los medios de comunicación, el sistema educativo, las instituciones religiosas y otros nos quieren seguir diciendo que lo de afuera tiene mayor valor y que hay que renunciar a ser indígena para entrar al desarrollo.

Según el Censo de Población y Vivienda 2010, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) había entonces una población de 15.7 millones de indígenas en México. De ellos 11.1 millones vivían en un hogar indígena, eran ubicables geográficamente y eran el entorno poblacional de las políticas públicas en materia indígena. Del total, 6.6 millones eran hablantes de lengua indígena y 9.1 millones no hablaban lengua indígena. De los hablantes, 400 mil no se consideraban indígenas. Para quienes no han sido víctimas de la discriminación, este último dato les sorprenderá; quienes llevamos más de 500 años de resistencia sabemos que justo esta es la meta del sistema actual, que en la continuación de su modelo integracionista y de asimilación, considera que mientras menos indígenas haya, mayor será el “desarrollo” en este país.

Y antes de la Encuesta Intercensal del Inegi de 2015, los datos variaban de 7.5 millones a 15 millones de personas indígenas, dependiendo si este dato lo enuncia la Comisión Nacional de Población (Conapo), la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), o algún organismo internacional como la Comisión Económica para América Latina (Cepal).

Gracias a la lucha de mujeres y hombres en diversos ámbitos y niveles de la sociedad, se ha avanzado en el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, y uno de los resultados es que en el Censo Intercensal 2015 se integró el elemento de pertenencia indígena o auto adscripción.

El resultado refleja que 25.7 millones de personas se autoadscriben indígenas, lo que representa el 21.5 por ciento de la población nacional. A nivel de estados, Oaxaca y Yucatán son las entidades donde más del 65 por ciento de la población se considera indígena.

Los datos por sí solos no logran nada, pero sí construyen indicadores que deben orientar el diseño de las políticas públicas y las decisiones de los gobernantes al referirse a la población que se ha venido considerando “minoría” y “vulnerable”. Cabe recordar lo que Eva Sanz Jara menciona en su texto La diferencia étnica construida por el Estado: Identidad nacional mexicana e identidad indígena,que “El Estado mexicano contribuye a definir lo indígena mediante el discurso que emite sobre el término. Este discurso se difunde y simultáneamente se construye a través de varios medios como: censos de población, discurso político, legislación, y la producción intelectual”.

El hecho de que más personas se consideren indígenas podemos tomarlo como un logro de nuestras luchas, de la insistencia del reconocimiento de la diversidad y su valoración como riqueza. También nos trae a la memoria a las personas indígenas que por motivos de migración o discriminación se vieron obligadas a negar su identidad y refrescará argumentos sobre lo que hoy somos las personas indígenas y los lugares en los que vivimos.

Hace una década el sacerdote jesuita Ricardo Robles advirtió que éste sería el siglo de los pueblos indios. Tomemos esa idea para colocar nuestra palabra, nuestro modo de hacer comunidad y nuestra forma de existencia ante esta crisis económica-social-política-ambiental y cultural que atraviesa la humanidad.

Esta crisis dada por un sistema que antepone lo económico a la vida humana o al bienestar integral en armonía con la naturaleza; que se basa en la extracción de recursos naturales energéticos, minerales y genéticos en territorios indígenas, lo que ha modificado la dinámica de organización de las comunidades, generando división en ellas. En alianza con el

Estado, los inversionistas criminalizan, persiguen y encarcelan a las mujeres y los hombres que defienden su territorio. Ante esto “las respuestas de los pueblos indígenas han sido diversas, pero destaca que su nivel de asociación comunitaria es un elemento clave para no sólo resistir, sino superar dichos procesos con enseñanzas significativas en la construcción de una sustentabilidad”, señala Mario Enrique Fuente Carrasco, en su texto Hacia la construcción de un nuevo paradigma social. La comunalidad como base para la construcción de resiliencia social ante la crisis civilizatoria”.

Las y los pensadores y documentadores de la cultura indígena nos comparten grandiosas herencias. Desde finales de los años 70´s y principios de los 80´s mujeres y hombres mixes y zapotecas de la sierra norte de Oaxaca lideraron procesos de defensa de tierras, territorios y recursos naturales ante empresas papeleras o mineras que llegaban a explotar sin dejar ningún bien a la comunidad y sí generando afectaciones como la alteración delos ciclos naturales de renovación de los recursos.

Ese embate desafió la resistencia de los pueblos, que al defenderse, fortalecieron la unión de las comunidades. Hubo asambleas regionales de autoridades y una serie de encuentros que consolidaron la organización comunitaria y con ello lograron parar proyectos mineros y de tala inmoderada de árboles encabezados por empresas como el Fapatux. Así lo recuerda Jaime Luna:

“En 1955 el Estado mexicano declara concesionado nuestro bosque a una empresa en sus inicios canadiense, más tarde de capital estatal; por 25 años. Teníamos la madera, pero sólo podíamos vendérsela a Fábricas de Papel Tuxtepec […] Al finalizar los 25 años, las comunidades lograron detener la voracidad del Estado que quería seguir beneficiando a empresas de su interés. Ahí empezó una nueva lucha, más comunitaria y por lo mismo más consensuada, empezaron nuevos problemas internos, no lo negamos, pero a fin de cuentas, nuestros” (Comunalidad y autonomía. http://era-mx.org/Estudios_y_proyectos/RecupBosq/Comunalidad_y_Autonoma.pdf).


FOTO: Casita colibrí

El pensamiento integracionista ha enfatizado que el subdesarrollo de nuestro país se debe a la presencia de personas indígenas que se oponen al desarrollo. El hecho es que –aun con el avance del marco legal— nadie nos ha consultado a los pueblos indígenas nuestra visión sobre el modelo de desarrollo, de bienestar, de buen vivir, el ëy äjtën, qué queremos para todas y todos los que habitamos esta Tierra, seamos indígenas o no, seamos personas o no.

No podemos esperar hasta que se nos consulte, no podemos esperar hasta que este sistema colapse. El presente nos demanda hablar y hacer propuestas, por ello, traigo a la mesa la propuesta que nuestras paisanas y paisanos nos han compartido en este caminar colectivo de perseverancia, resistencia, recreación y memoria, desde la vida comunal, comunitaria e indígena.

Desde el embate colonial, los pueblos indígenas desarrollaron un fuerte sistema de resistencia y adaptación-adecuación, que nos ha permitido cohabitar con formas de organización social diferentes a la nuestra. En esta cultura de la resistencia hemos permanecido y continuamos. Gracias a ello hoy México se reconoce jurídicamente como un país pluricultural.

Historias de colonización, colonialismo, racismo y exclusión han permeado la forma de vida e identidad de los pueblos indios; sin embargo, hoy permanecen con su identidad propia adaptada a las nuevas dinámicas socioculturales, haciendo ver que la colectividad es contrapoder a un sistema integracionista hegemónico –que  busca el aniquilamiento de la identidad del otro por pensarlo dañino— y configurándose en un frente de contrapoder desde la resistencia comunal.

Los pueblos originarios, nëwempit jänäy, los wäjkwempët jäwäy, los ayuujk han debido recrearse para hacer frente al etnocidio, reivindicándose desde la etnicidad y comunalidad para ampliar las miradas de un México diverso que es necesario mirar, reconocer y admirar. Un aporte importante de los pueblos del sureste mexicano ha sido la comunalidad.

A esta forma de organización, de entendimiento y relación con el entorno; a la forma de convivencia, de hacer comunidad, de nacer o perecer, de engrandecer o despedir, de encontrar y desencontrar; a este modo de vida en común, de filosofar, de resistir, de visionar, le hemos llamado comunalidad. Enseguida citaré algunas interpretaciones que del concepto han dado personas no indígenas, y retomaré las reflexiones de los propios creadores, de Floriberto Díaz y Jaime Luna, el primero antropólogo, sistematizador del conocimiento indígena e intelectual ayuujk de Tlahuitoltepec, Oaxaca, y el segundo, maestro comunicador, investigador, escritor, radialista y músico zapoteco de Guelatao, Oaxaca.

Mario Enrique Fuente Carrasco señala que “La comunalidad representa una contribución epistémica que da cuenta de procesos de apropiación de la naturaleza de una manera alterna a la ortodoxa visión e instituciones del proyecto civilizatorio occidental, que aglutina un conjunto de atributos institucionales comunitarios”, como la comunalicracia, el trabajo comunitario, la posesión territorial comunitaria, la construcción de la identidad cultural y la cosmovisión.

Floriberto Díaz expresa que la comunalidad es base de un sistema de pensamiento y conocimiento que permea y da sentido a las nociones de educación, autonomía, derecho indígena, cultura y comunidad. Comunalidad es una categoría viva que basa su fuerza en la categoría tierra-territorio. Es una apuesta por otra visión del mundo, donde el motor de existencia es la vida y no el mercado, donde a través de la palabra, nos comprendemos, revaloramos y nos relacionamos a partir de nuevos referentes.

La comunalidad –señala Jaime Luna– es una ideología emanada de acciones establecidas en muchos casos de manera obligatoria. El ir a la asamblea en la comunidad, el hacer los cargos, el dar tequios, son pautas de obligación ciudadana que reproducimos con mucha conciencia pero que nos han sido inyectadas como líneas de comportamiento; esto difiere de la solidaridad quela ejercemos en un ámbito libre, es decir actuamos por iniciativa propia por corresponder a la solidaridad del otro.

Existen interpretaciones múltiples de diversos estudiantes, docentes, investigadores, antropólogos sobre todo, referentes a este concepto, que tratan de ser una aproximación-sistematización, del modo de vida de los pueblos indios. Con todos los asegunes, Jaime luna sostiene que la comunalidad es un aporte de los pueblos indígenas a esta sociedad, es un modo de pensamiento y concepción del mundo que los indígenas sureños-serranos “hemos logrado exportar a las grandes ciudades, a través de la acción que realizan nuestros hermanos que han tenido la necesidad y el interés de emigrar. No es extraño que en ciudades tan grandes como la Ciudad de México y Los Ángeles California, nuestra comunalidad se exprese en todo su colorido y esencia, pese a la adversidad que ofrecen los espacios urbanos”. Tal expresión se observa sobre todo en las fiestas, la Guelaguetza, la gozona, los modos de organización, la música, los conocimientos tradicionales en la curación, y el uso del idioma propio.

La comunalidad, yo diría es una puerta, un modo para hacernos ver, escuchar y reconocer hacia afuera. Adentro no nos preocupamos de ello porque cada acción tiene su propio nombre y significado, así al tequio le llamamos kiimuny tyunk; al cabildo, kutunk; a la tierra-madre et näxwiiny; a la fiesta-celebración, xëëtuxnin- jotkujkäjtën, en fin. Sin embargo, para darnos a entender con quienes son ajenas/os a nuestra identidad, es necesario nombrarnos en este idioma.

En la comunalidad se refleja nuestra organización socio-política (formas de gobiernos, asambleas, elección de autoridades), y la relación diferente que tenemos con la naturaleza y las deidades que las sostienen, así como los recursos de subsistencia que de ella obtenemos. Queremos también mostrar al indígena constructor, propositivo, portador de un conocimiento milenario que se ha nutrido de saberes humanos y naturales; buscamos, a partir de la palabra escrita, sumar y heredar el conocimiento compartido de nuestros ancestros para seguir construyendo comuneras y comuneros comunales que refrendan su identidad y retoman valores positivos de otras culturas para seguir fortaleciendo y recreando la propia.

Somos entonces los pueblos del pasado y del presente, somos este ciclo de vida que en espiral y dialécticamente avanza, aprendiendo de su pasado, recreándose en el presente. En constante estire y afloje ante un sistema que en el discurso dice protegerle pero que en la práctica busca eliminarle, para ahora sí entrar a devorar lo que queda de los bienes naturales.

Estoy clara que mientras los pueblos existan defenderán hasta con sus vidas el territorio que habitan, y defenderán su modo de vida en los nuevos espacios, que a consecuencia de desplazamientos forzados y/o por las migraciones han tenido que vivir.

Los retos para seguir permaneciendo como pueblos, son grandes. Sabemos que históricamente los pueblos han sido dinámicos e interculturales, han sabido apropiarse de los nuevos conocimientos y herramientas como los medios de comunicación para seguir recreando su modo de vida. Siempre y cuando se siga dialogando y accionando sobre las necesidades actuales que las nuevas generaciones demandan, seguiremos aportando al bien comunal, como forma de resistencia.

La capacidad de adaptación tal vez hoy nos reduce el tiempo de acción, pues hemos sido testigos de los efectos del desgaste a la naturaleza, que se manifiestan en sequía, derrumbes, inundaciones. Nos demanda entonces crear nuevas estrategias de resistencia y de protección colectiva. La crisis actual y las inconformidades sociales de diversos sectores de la sociedad nos exigen ser astutos y recuperar el sistema de alimentación sustentable, nos demanda generar nuevos conocimientos para potenciar la cosecha que la tierra pueda brindarnos.

Necesitamos demandar mayores garantías jurídicas para proteger el patrimonio biocultural de nuestras comunidades y evitar que personas con interés de enriquecimiento individual sigan robando nuestros saberes, como actualmente está pasando con la vestimenta y medicina tradicional, entre otros.

A nivel organizacional, los tiempos actuales nos demuestran que ya no basta sólo una organización comunal local, necesitamos articularnos a nivel regional y nacional, necesitamos establecer y consolidar alianzas estratégicas en niveles macro. En este proceso de auto organización, seguiremos aprendiendo y adaptándonos a nuevas formas de construir consenso.

Jaime Luna dice que “La armonía o una democracia plena en términos exactos no han existido. Las comunidades indígenas, por su pensamiento y acción, son las que más cerca están de haberla logrado, es decir, son ellas los que desarrollaron espacio, relaciones e instancias que pudieran favorecer el ejercicio de la armonía y un buen gobierno”.

Todo esto nos demanda a reivindicar y fortalecer nuestra identidad como sujetos colectivos, como sujetos de derecho, que mucho hemos aportado a la conformación de México como una multicultural, multiétnica y multilingüe, que debe trascender a una relación intercultural con sus co-habitantes.

La apertura para escuchar y aprender de otras culturas es lo que permitirá nuestra permanencia. El no estigmatizarnos y sí encontrar caminos comunes y amplios es lo que permitirá un verdadero encuentro y convivencia entre diversas culturas, y en esa gran construcción definitivamente debemos tener oportunidad de participar mujeres y hombres, así como señaló la comandanta zapatista Everilda: “Exigimos a todos los hombres del mundo que nos respeten porque un México sin mujeres no sería México… y un mundo sin mujeres tampoco sería mundo”.

Así como en el movimiento zapatista y en todas las historias de lucha y resistencia de los pueblos indígenas, las mujeres indígenas han jugado un rol protagónico como agentes de cambio en sus comunidades. Su influencia extiende a los niveles nacional e internacional en la lucha por el reconocimiento de los derechos indígenas, y también llevando a la esfera pública sus demandas específicas.

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