15 de octubre de 2016     Número 109

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

mesa lengua e identidad

Universo cultural: nuestra
cultura totonaca tradicional

Crescencio García Ramos Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana


FOTOS: Arturo Alfaro Galán

Nuestra cultura totonaca se encuentra al este del área histórico-cultural de Mesoamérica. Desde épocas prehispánicas, su territorio se denomina El Totonacapan, que limita al norte con la cultura huasteca, desde el río Cazones hasta el río de la Antigua, Veracruz, en el Golfo de México.

Como antes, hoy sigue presentando una avanzada agricultura, donde destacan los elementos culturales como el cultivo del cacao, del maíz, de la calabaza, del chile, del frijol, de la vainilla, de la miel de monte (k’iwit’axkat/miel melipona), del algodón, entre otras cosas; el uso de la coa; el calendario ritual de 260 días; el sistema aritmético decimal; un complejo sistema de parentesco; una lengua maravillosa altamente desarrollada; una rica literatura; el bezote labial; los mercados especializados; las esculturas de tipo chac-mool como el Trueno Viejo Qoló Aktsin/las caritas sonrientes; la arquitectura de falsa bóveda; las construcciones piramidales monumentales; las columnas serpentiformes; el uso del papel de amate; los juegos de pelota; los murales como de Las Higueras, Veracruz; la cosmovisión; la danza ritual del vuelo; todo el arte dancístico y musical, entre otros.

En esta área subsiste una relativa homogeneidad cultural, pero no lingüística. Hay cinco agrupaciones lingüísticas: la huasteca o téenek, la tepehua o lhimasipijni, la totonaca o tutunaku, la otomí o ñühü y la náhuatl o mexicana. Estas pertenecen a cuatro familias lingüísticas: maya, totonaca-tepehua, otomangue y yutoazteca, respectivamente.

Los totonacas seguimos asentados en el antiguo territorio de El Totonacapan, que comprende al norte de los estados de Puebla y Veracruz y parte de Hidalgo; ahí sobrevivimos y conservamos arraigada nuestra herencia cultural material y no material de tradición milenaria, donde seguimos cultivando el maíz, en un espacio sagrado: k’atukuxtu/la milpa. Este grano sigue siendo nuestro alimento básico entre otros cultivos de semillas tradicionales y frutos de la región, que nos proporciona la Madre-Abuela-Tierra: Tse-Tsiyuna-T’iyat.

El producto de nuestro ingenio va directamente a la mesa divina de creación: putlawan, otro espacio divino: puchaw/altar de ofrendas, destinado a los dioses creadores: Madres-Abuelas: Natsetni, y Padres-Abuelos: Natikún-Laqqolun, este altar exprofeso se coloca al centro de la casa sagrada: k’antiyán; espacio sagrado, símbolo de nuestro universo: k’akilhtamakú, con sus tres dimensiones: aqapún/cielo’, t’iyat/tierra’, y k’alinin/‘inframundo’, donde reina Linin/la Muert. Ahí se depositan diariamente los alimentos sagrados, con invocaciones, rezos, cantos, flores, aroma del incienso, a la luz de las velas y veladoras ante las imágenes de los santos cristianos.

Como observamos, la cultura material y no material totonaca es abundante y rica en diversidad, caracterizada por un estilo propio, que se distingue de nuestros vecinos huastecos, otomíes, nahuas, tepehuas, mestizos y de los mismos totonacas que habitan la parte noroccidental totonaca y huasteca.

La cultura de El T’ajín, voz totonaca “trueno”, relacionada con rayo, murmullo, centella, lluvia, huracán (aqxtulu’un) y nubes, son 13 truenos, cuya deidad principal, es Qoló Aktsin/Trueno Viejo, dueño del agua y de las estaciones del año, yace al este en el fondo del mar, en posición sedente, como si estuviera fumando su tabaco. Hoy, como antes, la gente sigue venerándolo; año con año escuchan sus roncas y profundas voces desde el mar oriental; algunos dicen que todavía yace en el mar cerca de la comunidad totonaca de Boca de Lima, del municipio de Tecolutla, cerca de Zamora; que por el mes de mayo pregunta el día de su santo, para recordar y festejar aquel momento en que se convirtió en deidad suprema de los truenos: t’ajinín, porque él era un muchacho huérfano, un cristiano como nosotros, vivía con su abuela, él se llamaba t’alimaxqan/hermano huérfano. Ahora, los truenos que lo custodian no le dicen el día exacto de su santo, por el temor de volver a provocar el diluvio de agua: sputut, como cuando se convirtió el principal de los truenos. Lo engañan, le dicen que sus aguacates aún están tiernos, refiriéndose a los aguacates del pagua (lhpaw), así transcurre otro tiempo, vuelve a preguntar, le dicen que su cumpleaños ya pasó, pues “sus aguacates” ya están cayéndose, esos aguacates son sus testículos. La gente cree que no es bueno sembrar la semilla de la pagua, porque la persona “muere pronto”.

Pero él no se conforma, dice: “haré una fiestecita”, es cuando comienzan a asomarse las nubes blancas del oriente, son “el humo de su tabaco”, sus ronquidos voces son cada vez más fuertes, que son los “truenos, rayos y centellas”; empiezan entonces las lluvias torrenciales desde el 24 de junio, mero día de San Juan Bautista. La gente ya ha quemado la roza y preparado la tierra para sembrar el maíz sagrado: xoqonat. En muchas comunidades totonacas y campesinas siguen venerando y honrando esta deidad frente a San Juan Bautista, porque gracias a él es posible proseguir la práctica de la agricultura tradicional. Este mito de los truenos lo encontramos también en otras etnias con diferentes versiones, al sur entre los popolucas de San Pedro Soteapan, Veracruz, lo siguen venerando. Corresponde propiamente el área de nuestra cultura olmeca.

En la zona arqueológica de El Tajín, al Trueno Viejo lo observamos en bajo relieve, en uno de los tableros de Juego de pelota central, junto a la pirámide de los nichos, está atado con serpientes (dos ofidios) y recostado, rodeado de agua con tres deidades de los truenos a su alrededor. Este mismo personaje se localizó en uno de los murales de la zona arqueológica de Las Higueras, municipio de Vega de Alatorre, Veracruz.

Como observamos, desde tiempos antiguos, el territorio de los totonacas ha sido separado, dispersado y fragmentado a consecuencia de una colonización padecida por más de 500 años. Sin embargo, el totonaca ha sabido sobrevivir en diversidad, en contexto de la interculturalidad y multilingüe, donde se fundamenta la fuerza de su identidad milenaria. Desde luego, los pueblos totonacas han contribuido históricamente a la formación, el florecimiento y desarrollo, enriquecimiento de la tradición cultural mesoamericana. Lejos de perjudicar u obstaculizar, la convivencia en diversidad cultural resulta fundamental hasta nuestros días.

Su herencia cultural es el resultado de su trabajo e ingenio creativo, que nos llena de sentimiento y respeto, ya que constituye la fuerza que proviene de su profunda tradición cultural milenaria, hoy insertada y conservada en sus pueblos y comunidades. Es el legado más grande y privilegiado en nuestro mundo mesoamericano, que prosigue su estudio e investigación sobre la dinámica cultural a la luz de las transformaciones de la modernidad, más bien, contemporaneidad.

No cabe duda que muchos de sus alcances tecnológicos y científicos desde antaño, hoy denominados tradicionales, siguen y permanecen en los centros ceremoniales antiguos, hoy zonas arqueológicas, en procesos de estudio, investigación, rescate y preservación, y nos siguen aportando interesantes avances culturales en contexto de la civilización mesoamericana.

Como consecuencia de un proceso sincrético cultural asimétrico, nuestros usos, costumbres, normas, tradiciones, la persistencia de formas de vida antiguas y presentes, en las cuales hemos sobrevivido los pueblos totonacas, para unos y para otros resultan exóticas o raras. Han llamado la atención por ser profundas, han sorprendido el interés de otros. Somos los que hemos evidenciado nuestro acervo cultural material e inmaterial, somos los creadores y portadores de los valores, y por el hecho de saber que hemos sido conquistados, subestimados, devaluados, martirizados, sometidos a crueles persecuciones, hemos terminado por autodespreciarnos, al mismo tiempo que rechazamos y negamos nuestra verdadera identidad, conocimiento y sabiduría milenaria.

Tenemos como alta responsabilidad y compromiso recuperar nuestra memoria histórica, cúmulo de conocimientos y sabiduría tradicionales que, de una u otra manera, perviven en nuestras comunidades totonacas, así como el esfuerzo y la reserva de las prácticas sustentadas en los conocimientos de nuestros abuelos fundadores de pueblos, lenguas y culturas, con aquel sentimiento y deseo apasionado que vivieron y emprendieron, al sentir el palpitar de nuestra sagrada Madre-Abuela-Tierra: Kintsik’án-Tsiyuna-T’iyat, que en el mundo físico tiene como símbolo la tortuga: qayenq, sin la cual no existirían animales, plantas, frutos y semillas para alimentar a nuestros pueblos totonacas.

La solidaridad, un beneficio colectivo. La solidaridad aún subsiste ante los embates de la globalización, es una práctica cotidiana de nuestros pueblos totonacos. Se caracteriza como un servicio y trabajo colectivo no remunerado tanto de las autoridades tradicionales como de los miembros que dan faena comunitaria; aquí destaca el funcionamiento del Consejo de Ancianos, como cuerpo de asesores de las autoridades comunitarias; la faena es un trabajo y un servicio gratuito que cada miembro de la familia aporta para el beneficio o bien de la colectividad; así, todo tema de interés colectivo es objeto de un programa solidario con la participación consciente de todos y cada uno de los miembros de la comunidad. Esta es la solidaridad tradicional de la colectividad totonaca y no la otra.

Pero ante los procesos de cambios y transformaciones sociales, económicas y políticas, nuestras comunidades totonacas han sido igualmente trastocadas, muchas de ellas han abandonado nuestras tradiciones, que habían servido como instrumentos de lucha para enfrentar y superar las condiciones de crisis, pobreza y analfabetismo, entre otros. También, muchas de nuestras comunidades han sido consideradas no prioritarias en los planes y programas de desarrollo estatales y federales. Por ello mismo, ya no encuentran en su organización tradicional, en su ámbito histórico, elementos que les habían permitido enfrentar y resolver sus problemas ancestrales y actuales. La solidaridad de nuestras poblaciones totonacas está igualmente en riesgo, esperamos que el resto de los pueblos originarios de México contribuyan al cuidado y mantenimiento de la práctica de la solidaridad tradicional, porque tenemos testimonios de que la organización solidaria ha demostrado y aún demuestra que nuestros pueblos originarios todavía tienen alternativas para desarrollar y trascender a otros niveles de vida en comunalidad, donde impere la unidad, la identidad, la justicia y la libertad en diversidad.

Nak kintijyak’án/Por nuestros caminos. Que nuestros pueblos originarios mantengan sus conocimientos y sabidurías por medio de sus lenguajes sagrados, con la creación de sus instituciones autónomas.

Que el tiempo transcurrido nos sirva a todos, para analizar nuestra conciencia e historia verdadera, de ayer y de hoy.

El tiempo que viene habremos de medirlo cada vez mejor, para seguir sembrando la sabiduría de nuestros ancestros creadores de pueblos, culturas, identidades y lenguas verdaderas.

Debemos mantener la fuerza de la sabiduría milenaria por medio de los actos sacramentales, despertando las piedras monumentales, venerando a nuestros dioses creadores, de todo cuanto existe en el mundo, de acuerdo con el estilo de vida de nuestros pueblos mesoamericanos.

Nuestra crítica comienza y debe iniciar por reconocer la potencialidad que posee esta sociedad contemporánea en la cual vivimos, a fin de poder hablar y actuar puntualmente desde su descomposición y de las vías estratégicas para poder superarla, sin salirnos de los caminos trazados por nuestros ancestros.

Las instituciones, entendemos, cualesquiera que sean y provengan, nunca son generadoras de culturas, las pueden y deben impulsar por medio de los recursos financieros extraídos de nuestros pueblos.

Nuestras culturas son inagotables; admirables por sus contenidos y esencias altamente humanas, por insólitas, diversificadas, múltiples y vitales. No se generan ni por los monopolios mediáticos ni por los grandes consorcios piramidales burocráticos.

Muchos aún piensan que los totonacas, litutunaku, nos mantenemos en la ignorancia, tal vez sea cierto, pero esto se debe a las cosas de la modernidad que se contempla en el sistema educativo del gobierno, y no tiene, muchas de las veces, que ver con la realidad comunitaria, social y cultural en las cuales vivimos y desempeñamos las comunidades totonacas contemporáneas.

Sabemos de antemano cómo ha sido esta historia que nos ha tocado vivir a los totonacas, después de tantos años de sometimiento colonialista occidental, desde el comienzo de la conquista española de más de 500 años. Pero a pesar de ello , los totonacas vivimos, sobrevivimos en tierras aún fértiles, como pueblos originarios, antiguos pero contemporáneos, donde ha germinado el producto sincrético de tres culturas: la mesoamericana, la africana y la occidental, con dignidad y respeto. Claro, hemos recibido influencia de hombres y mujeres que, al correr de la historia, ha dejado constancia espiritual fuerte, auténtica e indeleble, que está en la conciencia de muchas generaciones de totonacas y no totonacas hasta la actualidad. Ojalá que esta historia sea sostenida para siempre.

El cúmulo de conocimientos, sabiduría y prácticas tradicionales totonacas en los cuales con ingenio se han venido cultivando, cuidando y cosechando el sagrado kuxi/maíz, junto con la diversidad de cultivos, así como la recolección y cultivo de las plantas medicinales que se conservan y conocen en los diferentes nichos ecológicos, constituyen el panorama general del universo cultural, étnico e histórico, de los totonacas, en los cuales han podido salvaguardar su cultura tradicional, su lenguaje y su arte provenientes desde hace aproximadamente tres mil años.

Así, el pensamiento respecto al patrimonio cultural totonaca se entiende como la expresión cultural viva, diversa, enraizada en nuestros pueblos totonacas originarios; digna de ser reconocida, admirada, conservada y promovida para elevar una mejor calidad de vida. Sin duda alguna, representa la expresión lúcida, a todo color y viva, de una vida contagiosa del totonaca pasado y contemporáneo. El propio ser es la herencia viva de los verdaderos antepasados totonacas, que nos han legado un mundo mágico y profundo, una identidad y una fortaleza para permanecer y seguir siendo totonacas verdaderos, así, nos autodenominamos litutunaku/habitantes de tierra caliente y de los tres corazones.

Debemos cuidar, conservar y proteger nuestro patrimonio cultural oral intangible y material (arqueológico, etnográfico, etnolingüístico, artístico e histórico), que hoy forma parte de las colecciones que han dado gran prestigio a nuestro país. Se ha conservado y salvaguardado en importantes centros culturales, históricos y museográficos.

Desafortunadamente, muchos de nuestros pueblos originarios lo desconocemos. Hoy, como parte de este proceso y salvaguarda, está la declaratoria de la Danza Ritual de los Voladores como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (2009), y se suma al Patrimonio Material de la Humanidad de la Ciudad Sagrada de El Tajín, y se posicionan ambos como punto de interés cultural e histórico de los totonacas y de los mexicanos.

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