Opinión
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Los volátiles de Fito Best
N

o es nada fácil tomar a un pintor medio olvidado en la estricta contemporaneidad, incluso por quienes nos ocupamos de estas cuestiones, y armar una exposición acompañada por un libro que me ha resultado relevante no sólo para recordarlo y difundirlo, sino para revisar a conciencia ese periodo que creemos unificado por un profundo nacionalismo, coincidente con la llamada Escuela Mexicana, que tiene en realidad muchas grietas y no pocas modalidades.

Incluso se tomó el título de un texto mío que obedece a una exposición remota, para una de las vertientes de la exposición que actualmente se presenta en el Grand Palais. El escrito y la muestra de otrora se titularon otra cara de la escuela mexicana. Al parecer ahora cambió ligeramente y son otras caras, lo cual dada la índole de la actual exposición en Francia es más correcto.

Sin embargo, pienso que se me podría haber avisado que ese título con su ideario correspondiente se retomaría para una sección de la actual muestra auspiciada por la Secretaría de Cultura federal. Ahora que preparo una nota sobre la exposición titulada La espiral del arte, muy bien urdida como proyecto y abastecida por Arturo López Rodríguez con la asesoría de Miriam Kaiser y la supervisión general del director del Museo del Palacio de Bellas Artes, Miguel Fernández Félix, me encuentro con la ausencia de algo que era fundamental que se incluyera, tanto en las cédulas extensas de sala, como en el hermoso libro: un bosquejo biográfico confiable sobre la vida de Adolfo Best Maugard.

Al igual que Aurelio de los Reyes, autor de una sección sobre cine, misma que en parte yo ya conocía, debido a que he leído sus trabajos sobre Einsestein, me topé temprano en mi juventud con Fito Best, un dandy sumamente educado, cuidadoso de su ropa y de sus modales, siempre con bastón en la mano o colgado del brazo que, según relataba, vivía parte del tiempo en Nueva Yok y parte en México y tenía nexos de trabajo con un famoso antropólogo alemán, profesor en Columbia University.

El eximio Franz Boas le encargó la confección de numerosas figuras y motivos que ornaban piezas de cerámica mesoamericana. En sus memorias y biografías cortas, Boas no menciona su relación con México ni menos aún a Adolfo Best Maugard, y cuando le relaté a sir Ernst H. Gombrich, devotísimo de Boas, esa cuestión, me dijo no saber nada de ella. Aludo a eso porque tal hecho es buen tema de investigación antropológica, ya que Boas es autor de un libro que llegó a ser fundamental en su tiempo: Raza, lenguaje y cultura, 1940.

Con Kaherine Anne Porter, de quien existe un retrato realizado por Fito Best, ocurre lo mismo. Ella en sus briefs para la prensa o para la promoción de sus libros no aquilató su vinclulación mexicana a través de Adolfo Best, o por lo menos se cuidó de no difundirla en exceso.

Eso a pesar de que Fito era muy bien visto socialmente en México y Estados Unidos. Hasta donde puedo saber nunca se casó: Fernando Best Pontones, también pintor por derecho propio y representado en la muestra actual con algunas obras más bien tempranas y muy semejantes a las de su primo, hizo una carrera por cuenta propia, pero es indudable que en sus inicios se vio totalmente influido por Adolfo, famoso sobre todo por ser el autor del método Best Maugard, mismo que consta de siete elementos básicos ornamentales que fueron tipos en nuestras antiguas culturas y en otras, y que según Best y Boas, forman parte intrínseca de la conducta gráfica humana.

En eso quizá es posible detectar tintes teosóficos que sabemos el pintor, ilustrador, camarógrafo y escritor había asimilado. Al referirme a volátiles, aludo a los elementos que plasmó en su famoso autorretrato.

Sin poderlo asegurar, creo que conocemos a Fito Best a través de tres elementos: 1. El método, que todavía no acaba de ser bien estudiado, aunque su influjo en las escuelas al aire libre y en otros ámbitos es indiscutible; 2. El retrato que le hizo Diego Rivera en 1913 y que ahora está en la muestra del Grand Palais. 3. El autorretrato de Fito, muy esbelto, vestido de tweed y rodeado de volátiles, representado de pie, ante una ventana que deja ver un paisaje agreste y sobre todo el celaje por el que discurre no sólo un avión, sino otros elementos que no son aptos para el vuelo salvo en esta espléndida pieza que pertenece al acervo del Museo Nacional de Arte.

Es una delicia visitar la sala Orozco y contrastarla en cuanto a material con las famosas cabezas (su fase quizá más conocida y asimilada) que se encuentran en la salita anexa. La visita al tercer nivel del Palacio resulta ser sine qua non.