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Sin precedente, desacreditar el proceso electoral, dice el mandatario

Obama estalla contra Trump: deja de lloriquear y sal a buscar votos

Hoy, último debate entre los aspirantes a ocupar la Casa Blanca

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En Chicago, Illinois, se abrieron ayer centros de votación temprana para que ciudadanos empiecen a emitir su voto. A tres semanas de la elección, las encuestas muestran a la demócrata Hillary Clinton con ventaja sobre su rival, el republicano Donald TrumpFoto Afp
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 19 de octubre de 2016, p. 23

Nueva York.

Donald Trump se niega a aceptar su derrota, anunciada por todos los indicadores y expertos, e intensifica su estrategia de cuestionar la integridad del sistema electoral estadunidense, lo cual podría detonar un conflicto de consecuencias severas, incluso violentas, en un país donde un amplio sector de la población no confía en su sistema político.

El presidente Barack Obama fue obligado a denunciar las acusaciones del abanderado republicano de que se prepara un gran fraude en las elecciones del 8 de noviembre. Nunca he visto en mi vida o en la historia política moderna a un candidato presidencial intentando desacreditar las elecciones y el proceso electoral antes de que ocurra. Esto no tiene precedente. Y no está basado en ningún hecho, declaró en la Casa Blanca, después de amonestar a Trump para que deje de lloriquear y salga a buscar votos.

Algunos republicanos también rechazaron la insistencia de Trump en que el sistema está amañado y que está en proceso un fraude, incluidos el presidente de la cámara baja, Paul Ryan; el secretario de Estado de Ohio, Jon Husted, y el senador Marco Rubio, entre otros. Pero los republicanos están en situación incómoda porque a lo largo de los años han impulsado varias medidas de supresión del voto de minorías en varios estados con el pretexto de prevenir el fraude en las urnas, algo que se ha comprobado que es casi inexistente (hay otros tipos de fraude).

Todos los indicadores –sondeos o modelos de pronóstico del voto– y los expertos en ambos partidos coinciden en que si todo sigue igual, la candidata demócrata triunfará con amplio margen. En los promedios de las encuestas nacionales calculadas por RealClearPolitics y el Huffington Post, Clinton goza de unos 7 puntos de ventaja. En el modelo de pronóstico del New York Times, Clinton tiene 92 por ciento de probabilidad de ganar frente a sólo 8 por ciento de Trump.

En un nuevo sondeo dado a conocer este martes de 15 estados claves (los que podrían determinar el resultado según el sistema del colegio electoral) de SurveyMonkey y el Washington Post, Clinton tiene asegurados mucho más que los 270 votos electorales que se necesitan para ganar la Casa Blanca.

Por lo tanto, el tercer y último debate programado entre ambos candidatos este miércoles es posiblemente la última oportunidad de Trump de intentar revertir el desplome de su campaña, a tres semanas de la elección.

Pero ya cada vez menos importa el contenido de las propuestas políticas de cada candidato, o sus plataformas. Esta elección ha bajado al peor nivel de calidad en la memoria de este país. Por ejemplo, lo más reciente: Trump acusó a Clinton de estar drogada y sugirió que deberían implementarse medidas antidoping para los candidatos antes del próximo debate.

Ante la implosión de su campaña a lo largo de las últimas tres semanas (cuando antes del primer debate seguían empatados en las encuestas), Trump ha enviado el mensaje de que un ganador como él sólo puede perder si hay trampa.

Por lo tanto, ha reiterado cada vez más convencido que un fraude en gran escala está en marcha aun antes del día de las elecciones. El lunes declaró que los muertos y los inmigrantes indocumentados han votado en elecciones previas (por eso ganó Obama) y que lo harán de nuevo en noviembre, todos en su contra.

Hay indicadores de que este mensaje está funcionando en cierto grado: en un sondeo de Politico/Morning Consult, 41 por ciento de los votantes (73 por ciento de los republicanos) cree que le podrían robar la elección al magnate.

Trump no está del todo equivocado en lo general, aunque sí en lo particular. Aunque es casi inexistente un fraude en las urnas, sobre todo mediante la falsa identidad de votantes, hay otro tipo de manipulación electoral. El sistema electoral estadunidense no cuenta todos los votos, ni puede garantizar que cada voto cuenta. Más aún, políticos han impulsado durante décadas varias medias diseñadas para suprimir el voto, particularmente para votantes afroestadunidenses, latinos o los pobres en general.

Vale recordar elecciones como la de 2000, que fue definida por la Suprema Corte después de los resultados en Florida, donde el demócrata Al Gore perdió contra George W. Bush por 537 votos, y donde a nivel nacional Gore ganó el voto popular, pero Bush el colegio electoral. Cuatro años más tarde, disputas sobre la participación suprimida de algunos sectores más sobre el conteo controvertido del voto en Ohio fueron, en los hechos, un tipo de fraude.

Pero Trump está jugando con fuego. Algunos analistas y políticos se preocupan porque con su retórica sobre el fraude el magnate alimenta un ala extremista que ya habla abiertamente de golpes de Estado, una revolución y lucha armada si gana Clinton a través del supuesto fraude contra Trump. Agrupaciones del movimiento patriota (que incluye toda una gama de grupos de odio, supremacía blanca, neonazis, antimigrantes y más) han indicado que se están preparando para defenderse del complot de Clinton y los grandes intereses que representa.

Crece el complot

Ese complot sigue creciendo, y ahora incluye a Clinton, sus grandes donantes, casi todos los medios, Carlos Slim, y ahora el añejo programa de comedia de televisión Saturday Night Live, después de un segmento en el que se burlaron de él.

Mientras tanto, del lado demócrata, los miles de correos electrónicos hackeados de la cuenta de John Podesta, jefe de la campaña de Clinton, que Wikileaks ha difundido en los últimos días, confirman las críticas de Bernie Sanders y otros de que Clinton mantenía una relación muy cercana y amistosa con algunos de los más altos ejecutivos de Wall Street, junto con una serie de debates internos entre asesores sobre la mejor manera de manipular la percepción pública de la candidata, entre otras cosas.

Pero hasta el momento no se ha encontrado una bomba que pueda descarrilar su campaña, y por ahora sólo confirman la percepción de Clinton como una política del establishment, con todo lo negativo que eso implica en la opinión pública actual.

Millones verán el último debate no para enterarse de las propuestas de cada candidato, sino por morbo. Es casi como noche de lucha libre, a ver quién aplica la mejor llave, o hace trampa, pero nadie apuesta la máscara. Al final, todos analizarán el espectáculo para debatir quién ganó.

Para mayor información sobre la campaña presidencial en Estados Unidos.