Opinión
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Sobre el desgaste de las fuerzas armadas
E

l titular de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), general Salvador Cienfuegos Zepeda, admitió ayer, en la inauguración del seminario Defensa nacional y el derecho internacional humanitario, que el Ejército Mexicano experimenta un desgaste debido a la multitud de tareas que debe atender y a que se encuentra trabajando en todo el país, a toda hora, en todo momento; en la sierra, en las ciudades. En otro momento de sus declaraciones, el general Cienfuegos afirmó que la institución armada que encabeza es proporcionalmente pequeña y necesita más personal. En lo concerniente al marco legal en el que el Ejército desempeña su tarea de apoyo a la seguridad pública, destacó que no es incumbencia de la Sedena, sino de los legisladores.

El señalamiento del militar sobre el desgaste experimentado en años recientes no se constriñe al Ejército, sino que es aplicable también a la Secretaría de Marina Armada de México, y no se origina únicamente en la cantidad e intensidad de labores en las que ha sido involucrado el personal castrense, sino también en la improcedencia de las tareas relacionadas con la seguridad pública, las cuales sólo por excepción deberían ser encargadas a los militares.

Cierto que los responsables de tales encomiendas no son los jefes ni los efectivos castrenses, sino los mandos civiles, los cuales han recurrido a los institutos armados ante la insuficiencia, impericia, falta de preparación y corrupción que afecta a buena parte de las corporaciones policiales de los tres niveles. Por lo demás, si los despliegues del Ejército y la Marina en tareas de policía no son compatibles con el estatuto constitucional y legal de los militares, no es por culpa de éstos, sino de quienes decidieron otorgar al combate a la inseguridad y a la delincuencia el estatuto de guerra, decisión tomada en el sexenio pasado pero que se mantiene en sus aspectos sustanciales en el presente gobierno.

Por otra parte, si se piensa en la relación promedio entre territorio, población y número de elementos militares, es probable que al general Cienfuegos le asista la razón en su reclamo de incrementar las filas de soldados mexicanos. Tal relación, sin embargo, debe considerar también otra variante: la historia y la situación geoestratégica de un país determinado. Por ello naciones más pequeñas y menos pobladas que la nuestra, como Israel o Cuba, requieren fuerzas armadas más numerosas –así sea en términos proporcionales– y mejor pertrechadas, o viejas potencias como Francia y Gran Bretaña tienen, en razón de su proyección estratégica global, materiales mucho más avanzados.

El caso de México es singular, pues no tiene amenazas militares significativas en sus fronteras ni en la región: en el norte, Estados Unidos es demasiado poderoso como para considerarlo un potencial adversario bélico; en el sur, Guatemala, Belice y los otros países de Centroamérica y el Caribe no representan peligro bélico alguno. Por lo demás, no hay a la vista ninguna organización armada interna o externa que justifique un incremento de las fuerzas militares del país, salvo tal vez la delincuencia organizada, cuyo combate, como ya se dijo, debiera ser tarea de las corporaciones policiales y no de los institutos castrenses.

Finalmente, en razón de los adelantos tecnológicos que crean multiplicadores de fuerza, la reducción de las tensiones bipolares entre Oriente y Occidente y otros factores, la tendencia general actual en los ejércitos del hemisferio es a la compactación de fuerzas y no a su multiplicación.