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Cartas de amor de Mitterrand
L

os llamados con énfasis grandes de este mundo por los cortesanos, sean reyes, presidentes o dictadores, pasan rara vez a la posteridad como grandes autores de epístolas de amor. Se conocen más bien sus memorias de guerra o combates políticos que agitaron sus existencias. Escasos son los volúmenes de cartas amorosas de hombres de poder. Sin embargo, existen, y no de un dictadorzuelo o de un monarca cualquiera. Las cartas de Napoleón a Josefina son un paradigma de la correspondencia amorosa. El emperador francés leyó sin duda con pasión a quien le sirvió de modelo: Julio César. Nadie más parco y nada más lacónico que su Veni, vedi, vici. A manera de posdata, después de una apasionada carta que daría celos a cualquier mujer, Napoleón escribe: Hoy, ganado Rívoli. Nada más sobre la conquista del continente: para el general Bonaparte es más fácil al parecer que la conquista de un corazón femenino.

Existen otras excepciones en las cuales vale la pena detenerse. La última a la fecha, anunciada por las ediciones Gallimard, es la aparición esta semana de un voluminoso libro donde han sido reunidas mil 218 cartas de François Mitterrand, antiguo presidente de la República francesa, dirigidas a cierta Anne Pingeot, quien se revela así haber sido el más grande amor de su vida. Este testimonio, publicado 20 años después del fallecimiento del ex presidente, es en verdad conmovedor. Nos permite descubrir un retrato diferente, una imagen nueva, del hombre de Estado. Se le pensaba inasible, cambiante, casi maquiavélico, capaz de pasar de una juventud políticamente de derecha, e incluso de extrema derecha, a una edad madura en que se convierte en el líder de la izquierda, y de la extrema izquierda, como lo demuestra al otorgar ministerios de su gobierno a sus aliados comunistas.

Sin embargo, al leer estas cartas de amor, escritas a lo largo de 32 años, viene a la mente la idea de que, al final, este hombre tan variable fue el más fiel de los amantes y que su voluntad más constante habrá sido la de ser, hasta su muerte, el amoroso, el amante, de una mujer amada por encima de todo.

Las cartas, en sí conmovedoras, están además escritas con el mejor estilo de la lengua francesa. François Mitterrand, excelente lector, conocía muy bien su propia lengua, lo cual, por desgracia, no es el caso de todos los dirigentes.

Tal es la también la opinión de Jean Christophe, uno de los dos hijos del matrimonio de François y Danielle Mitterrand. Vecino, nos saludamos casi a diario. Pude preguntarle qué pensaba de las cartas. Muy bien escritas, un excelente francés, me respondió admirativo. En mi familia no nos tocábamos, vivíamos sin efusión ni contactos físicos. Al parecer, era distinto ahí. Felizmente, mi madre no las leyó.

Traduzco algunas líneas de estas cartas escritas entre 1962 y 1995.

Domingo 3 de mayo 1964, 23h30: “Nunca atentaré a vuestra libertad fundamental: la de escoger por vos misma vuestra vía, y si es necesario, vuestro amor aparte de mí. Perderéis esta libertad cuando vos lo decidáis, libremente. Pero esto no sucederá sino para comprometer vuestra vida. Si tomáis un día el camino hacia mí, sólo la muerte me arrancará de vos. Si tomáis otro camino, mi orgullo y mi alegría, en medio de mi dolor, serán haber preservado la integridad de aquella a quien amo. Al menos habré ganado el apego de tu alma, Ana querida, que bien vale todas las renuncias…”

Belle-Ile, 22 de septiembre 1995: “Esta será mi última carta de Belle-Ile, pues parto mañana a París…”

“En Los pensamientos (Blaise Pascal), noté esto: Los hombres, no habiendo podido curar la muerte, la miseria, la ignorancia, tuvieron la idea, para sentirse felices, de no pensar para nada en eso. Y, ahora, no sé qué hacer de mí, mi tiempo terminado. ¡Es ya tan difícil conocer el uso que debe hacerse de su vida! El resto es más simple, basta decidir. Mi dicha es pensar en ti y amarte. Tú has sido la suerte de mi vida.”