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Por seguridad nacional, otra cancillería está obligada
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ara México es imprescindible reconstruir su cancillería. Está obligado a inspirarse en la que encabezó don Manuel Tello Baurraud, secretario de Relaciones Exteriores entre 1948 y 1952, y de 1958 a 1964. Fue una de las más profesionales. En el periodo intermedio, de 1952 a 1958, don Manuel fue embajador de México ante la Casa Blanca. Su sabiduría sobre la relación bilateral permitió gestionar con admirable altura difíciles episodios de nuestra política exterior, como fue el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, ante la paranoia anticomunista de Estados Unidos (EU) vertida en el Tratado de Río de Janeiro.

Apoyó la Revolución Cubana y se opuso a la expulsión de ese país de la OEA. Logró evitar la presión estadunidense para que México entrara a la guerra de Corea. Resolvió la devolución del territorio de El Chamizal por parte de EU. Hubo de serenar a gobiernos extranjeros ante la nacionalización de la Mexican Light and Power Company Co, que la vieron como una amenaza. Fue un diplomático acrisolado que no ha recibido los honores correspondientes.

Otros momentos lúcidos fueron el sostenimiento de las relaciones con la República Española y la ruptura con Chile de Pinochet después de salvar a miles de refugiados. Otros espacios brillantes de nuestra política exterior fueron la firmeza en la restauración de la paz que desempeñó la cancillería mexicana como uno de los principales impulsores del Grupo Contadora, que logró la finalización de las guerras civiles de El Salvador y Guatemala, y del enfrentamiento entre Nicaragua y Estados Unidos, todo ello con la evidente antipatía de Ronald Reagan, quien insistía en ver los conflictos en el área como parte de la guerra fría. A instancias de México se creó ese instrumento de entendimiento y cooperación que es la Cumbre Iberoamericana. Como suceso histórico, su primera expresión fue en Guadalajara, en julio de 1991.

La próxima semana se celebrará en Cartagena su 25 edición. Temas de gran éxito diplomático los hubo repetidamente, siempre enarbolando los principios constitucionales de política exterior, proponiendo al presidente y ejecutando con gran altura decisiones que nos prestigiaron ante la comunidad internacional. La política exterior es mucho más que viajar sin un objetivo trascendente.

Hoy tenemos otro gran reto vigente a partir de enero de 2017, cuando se inaugure la siguiente administración en EU. Habrá que reinventar la relación bilateral, que será la más delicada en décadas por los resentimientos de su presidenta (¿?) gracias a la visita de Trump, ello además de que los intensos temas de la agenda no son un misterio: serio enfado de la Casa Blanca; migraciones ilegales mexicanas y de otras nacionalidades, principalmente haitianas; drogas; derechos humanos; estado de derecho y criminalidad; tráfico de armas y capitales, y Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Agréguese que el Partido Republicano nos será hostil en el Congreso y siempre que pueda. La gravedad previsible de la relación bilateral es materia de seguridad nacional. Deberá aceptarse, diseñarse y gestionarse desde esa perspectiva. Mucho de nuestros grandes intereses está en ello.

Es hora de aprestar nuestros recursos de impulso al interés nacional con una reexpresión de los principios constitucionales. Lo anterior pasa por una recomposición de estrategias, fomentar un elevado espíritu nacional y recursos humanos profesionales de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Se implica en ello tanto su organización interna como la de sus representaciones ante el extranjero, muy particularmente la de la embajada y la red de consulados y agregadurías en EU, hoy caprichosamente infestados por mirreyes bien parados, sólo producto de dedazos o de un sistema de ascensos corroído. No se están formando diplomáticos de gran calidad. Al admirable Instituto Matías Romero, el espacio de formación profesional, académicamente se le redujo al absurdo. Hoy son sus materias sustantivas el comercio exterior y el turismo.

Recordar que al menos por tres sexenios el profesionalismo del servicio exterior de carrera ha sido desplazado por personas sin calificaciones en la materia. La espinosa relación bilateral y en foros internacionales con Estados Unidos, que es previsible, es suficientemente grave como para evitar simpatías, compromisos o imposiciones.

La selección que haga el futuro presidente de México de su secretario de Relaciones Exteriores, su embajador, cónsules y agregados en EU es de nivel de una decisión de seguridad nacional, a la que la opinión pública observará con seria preocupación. Habrá que estudiar la historia de la cancillería en aquellos periodos de gran dignidad y eficacia y atender su ejemplo.

Habrá que convocar el aliento de Antonio Carrillo Flores, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, Rafael de la Colina, Alfonso de Rosenzweig, Genaro Estrada, Sergio González Gálvez, Alfonso García Robles, Rosario Green, Hugo Margáin, Luis Padilla Nervo, Octavio Paz, Olga Pellicer, Andrés Rozental, Manuel Tello Macías, Jaime Torres Bodet y Luis Weckman, entre otros ilustres diplomáticos. Otro experimento con advenedizos sería fatal.