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Acudió para trasladar a El Kevin y terminó con el fémur destrozado por un disparo

Espera volver a servicio el socorrista que sobrevivió al ataque en Culiacán

Lleva casi un mes postrado en cama, pero confía en reincorporarse a su empleo en protección civil y a su labor de voluntario de la Cruz Roja

Debo salvar vidas, dijo al salir de su casa

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Cinco soldados muertos y 10 heridos fue el saldo de la emboscada perpetrada por un grupo armado el pasado 30 de septiembre, cuando los militares escoltaban a un detenido a bordo de una ambulancia desde Badiraguato. En imagen de archivo, socorristas de la Cruz Roja trasladan a un herido al hospital general de CuliacánFoto Cruz Roja Mexicana delegación Sinaloa
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 24 de octubre de 2016, p. 29

Culiacán, Sin.

No vayas, negro. Tengo que ir. Debo salvar vidas, respondió a su esposa el socorrista que sobrevivió a la emboscada en la que perecieron cinco militares cuando trasladaban a un herido de Bacacoragua, municipio de Badiraguato, a Culiacán.

La madrugada del 30 de septiembre, cuando le avisaron que debían atender a un lesionado de bala, estaba en su casa, dormido; era su día de descanso. Al escuchar el llamado su compañera no dudó: No vayas, le dijo. Él contestó, poniéndose con prisa la ropa, que debía acudir.

Atemorizado, Víctor, como lo llamaremos, percibe aún el olor a pólvora y escucha los gritos, postrado en la cama de su casa, en Badiraguato. Tiene 39 años y dos hijos. No es paramédico, como se dijo inicialmente. Es socorrista, voluntario de la Cruz Roja Mexicana y trabaja en el instituto de protección civil municipal.

Antes de las 2 horas lo despertaron para atender y trasladar a un herido de Badiraguato a la capital del estado, escoltado por 15 soldados adscritos a la Novena Zona Militar.

Víctor vive a unos metros de una de las entradas más conocidas al llamado triángulo dorado de la droga, que conforman Sinaloa, Durango y Chihuahua. De ahí se llega a San José del Llano, La Tuna, La Palma, Huixiopa y Santiago de los Caballeros, entre caminos flanqueados por alfombras de amapola y mariguana, tierras de capos, familias desplazadas y enfrentamientos armados.

Él se dedica a sembrar tomates junto con otras personas, como parte de un programa gubernamental, y tiene preocupación especial por niños y ancianos. A varios los ha sacado en ambulancias por mordeduras de víboras o fracturas.

A los ancianos de comunidades cercanas les da un aventón para que recojan su cheque del programa 70 y Más. Varios se angustiaron y lloraron cuando supieron que un balazo le destrozó una de sus piernas durante la emboscada.

Tiene seis años de voluntario de la Cruz Roja y empleado de protección civil. Apoya a las familias a realizar gestiones en el hospital integral o la alcaldía, para que no les cobren los traslados en la ambulancia cuando requieren el servicio por alguna enfermedad. Ahora está ahí, inmóvil, sobre una cama que siente como una cárcel, después de 23 días incapacitado.

La madrugada de ese viernes, Víctor se cambió y salió de su vivienda. Subió a la ambulancia, se unió al pequeño contingente de militares y acomodaron al lesionado, de nombre Julio Óscar Ortiz Vega, conocido como El Kevin, integrante del cártel de Sinaloa al servicio de Aureliano Guzmán Loera, El Guano, hermano de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, uno de los líderes de esa organización criminal. Pero el socorrista no lo sabía. Era un servicio más y ahí había que estar.

Todo iba bien hasta que llegaron a Culiacán. En la entrada norte, unos 70 pistoleros los esperaban. Les dispararon con fusiles automáticos y granadas de fragmentación. Víctor se agazapó en la ambulancia. Sintió de pronto algo caliente en su muslo. Sangre.

No sabe cómo, pero tomó el celular y marcó: Hermana, no te asustes. Estoy bien. Me dieron un balazo. Calma a mi mamá, a mi esposa. Diles que estoy bien. De verdad estoy bien. Y así lo hizo ella. Primero habló con su madre y luego con su cónyuge.

–¿Confías en mí? –preguntó la hermana de Víctor a su cuñada.

–Sí.

–Mi hermano fue herido de bala en la pierna, pero está bien.

Eran cerca de las 4 horas. Minutos después les avisó un policía municipal que Víctor estaba herido, pero fuera de peligro. Tuvo un accidente, pero ya la hizo, les dijo.

Vino un compañero de él y estaba toque y toque la puerta. Nos dijo lo de mi esposo. La niña (de dos que tiene) se puso llore y llore, y yo me aguanté porque estábamos las dos solas y quería darle fuerza, recordó la compañera de Víctor.

El voluntario de la Cruz Roja Mexicana perdió el conocimiento, pero alcanzó a escuchar a los militares gritando, los alaridos de quienes se quemaban dentro de las patrullas castrenses, el fuego y las explosiones.

El saldo de la emboscada fue de cuatro elementos del Ejército muertos en el lugar del ataque y uno cuando recibía atención médica. Diez soldados quedaron heridos; varios fueron trasladados en helicóptero a Mazatlán… y un socorrista recibió un balazo en la pierna. Y humareda, vehículos militares reducidos a cenizas y hollín.

En el hospital del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado lo alcanzó su tía, que reside en Culiacán. Se estaba desangrando: el proyectil penetró el muslo y le partió el fémur.

Uno de los militares herido a balazos y quemado estaba junto a él. Poco después murió y fue un trago amargo el que tuvo que pasar al ver esa escena. A Víctor lo operaron durante cerca de cinco horas y permaneció nueve días hospitalizado.

Personal de la Procuraduría General de la República (PGR) que investiga esta emboscada se entrevistó con él en dos ocasiones. Dijo lo que sabía. Muy poco. Que escuchó los gritos, el llanto, las balas y luego se desmayó.

Cuando su hermana vio en televisión que el presidente Enrique Pena Nieto visitó a los soldados que se encontraban hospitalizados en Mazatlán, reprochó en voz alta y luego lo escribió en alguna cuenta de Facebook: también hay un socorrista herido, con fractura, del que nadie se acuerda.

Irene Bastidas, delegada de la Cruz Roja en Culiacán, acudió a expresarle su apoyo y solidaridad. Lo mismo hizo el alcalde de Badiraguato, Mario Alfonso Valenzuela. Le consiguieron unas muletas que prácticamente no usa, porque permanece inmóvil. Esos dos clavos que atraviesan su muslo derecho lo mantienen postrado.

Inicialmente le dieron 28 días de incapacidad, pero su familia sabe que tendrá que ir por más y que su recuperación tardará. Víctor asegura que pese a lo vivido no dejará protección civil ni la Cruz Roja, a menos que lo despida el nuevo gobierno municipal, que inicia en enero.

Todavía retumba en su memoria, en sus músculos, en sus huesos e incluso en el metal que atraviesa su pierna, aquel intercambio de palabras del 30 de septiembre.

–No vayas, negro.

–Tengo que ir. Debo salvar vidas.

Y no pudo salvar ninguna. Sólo la suya.