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American Curios

A la vuelta

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Todo indica que Hillary Clinton ganará la elección presidencial el 8 de noviembre, en una jornada histórica al ser la primera mujer que llegaría a la Casa Blanca; sin embargo, el ambiente no se siente igual de festivo como cuando ganó por primera vez Barack Obama. A poco más de dos semanas de los comicios en Estados Unidos, los dos candidatos continúan sus campañas. En las imágenes, de ayer, Donald Trump (republicano) saluda a partidarios en la ciudad de Naples, en Florida, y su rival demócrata hace lo propio en Charlotte, Carolina del NorteFoto Afp
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ué ambiente más extraño. Todo indica que Hillary Clinton ganará la elección presidencial el 8 de noviembre, y, tal vez más importante, que Donald Trump será derrotado. Sin embargo, no se siente como que hay algo que festejar. Es más una sensación de alivio, pero sin grandes expectativas, ni esperanzas. Muy diferente de lo que fue con Barack Obama en su primera elección. Es histórico –la primera mujer en llegar a la presidencia de la última superpotencia–, pero ni eso genera gran entusiasmo.

No se sabe qué está a la vuelta, pero no se siente que haya habido un gran triunfo ni nada. Fue más bien un escape de lo peor para seguir en lo mismo.

Entre los jóvenes hay un murmullo inteligente, pero no hay gritos colectivos de alegría. Querían algo más, muchos se atrevieron a soñar que otro Estados Unidos es posible. La campaña de Clinton les ofrece a Katy Perry y Miley Cyrus, entre otros, para intentar captar su voto. Merecen algo más.

Si se da el resultado pronosticado, si no hay grandes sorpresas o algo que descarrile la maquinaria, habrá ganado la élite dominante después de casi dos años durante los cuales la mayoría de este pueblo expresó abierta y explícitamente que desea un cambio y que no confía en las cúpulas políticas, pero está por ganar la reina del establishment. Hay alivio de que, al parecer, el monstruo anaranjado volverá a su jaula dorada, sus campos de golf, sus hoteles, y que no regresará a la arena electoral. Desde ahí, con el resto del uno por ciento, continuará ejerciendo tal vez aun más poder que como político, ya que él mismo dijo –y en gran medida eso está comprobado– que los políticos son títeres de multimillonarios como él.

No se sabe qué se asomará a la vuelta. Algunos creen que las fuerzas más oscuras desencadenadas por la estrella del reality show no aceptarán su derrota en las urnas, desconocerán la legitimidad de un gobierno encabezado por esa mujer, y podrían pronunciarse patriotas al hacer algún llamado a la resistencia (vale recordar que hay más de 300 millones de armas de fuego en manos de ciudadanos privados en este país; o sea, casi suficiente para armar a cada habitante).

Otros dicen que a la vuelta puede que se abra una era liberal, y tal vez hasta más progresista, como resultado de una serie de fuerzas que se expresaron en la arena electoral a través de la campaña del socialista democrático, Bernie Sanders. De hecho, el propio Sanders está convocado a que sus bases continúen la revolución política que deseaba promover en una administración Clinton.

No es mi revolución política; es tu revolución política, respondió recientemente a una pregunta de sus seguidores sobre cómo continuar lo que él impulso. Ideas que en algún momento parecían locas y marginales ahora están incorporadas en la Plataforma Nacional del Partido Demócrata, señaló que la mayoría del contenido es lo que su campaña logró insertar. Afirmó que ahora, la lucha es que se implemente esto obligando a la nueva presidenta a proceder a través de la movilización, la educación y la lucha.

A la vez, expresiones nuevas de luchas antiguas continuarán insistiendo en cambios, desde jóvenes inmigrantes, al movimiento de derechos civiles Black Lives Matter, a la resistencia indígena a la explotación y destrucción ambiental de sus tierras (este fin de semana, unos 80 fueron arrestados en la lucha contra un oleoducto en Dakota del Norte, parte de un gran movimiento de resistencia de los Sioux y decenas de pueblos indígenas a lo largo y ancho del país, junto con ambientalistas blancos y Black Lives Matter), como una creciente huelga de prisioneros nacional y sin precedente en protesta contra la explotación de su mano de obra y las condiciones que padecen, como también batallas por el incremento del salario mínimo a 15 dólares/hora, y la incesante lucha de organizaciones como la Coalición de Trabajadores de Immokalee para transformar las condiciones en que trabajan los jornaleros agrarios.

El menosprecio del pueblo por la clase política no es nada nuevo, pero al llegar a su conclusión este proceso electoral, eso es el aroma a rancio que se huele por todo el país. Son 30 años de políticas neoliberales que cualquiera en América Latina conoce demasiado bien, y para implementarlas se requiere una ofensiva contra las organizaciones sociales, sobre todo los sindicatos. Eso ha resultado no sólo en represión económica de millones para generar concentración de la riqueza sin precedente en casi un siglo, sino también en la represión social. Las políticas del temor son las más efectivas.

Por eso, ante ello, lo que rescata a muchos, y el mejor antídoto al ejercicio arrogante del poder y el desprecio al pueblo es la comedia. Sin los comediantes esta elección general hubiera sido casi inaguantable. Sus críticas a veces se volvieron noticia, igual de importante que la opinión de algún experto, y a veces con más filo periodístico que los medios. Stephen Colbert, la breve y muy bienvenida reaparición de Jon Stewart, Noah Trevor, quien heredó el Daily Show de Stewart y otro discípulo de ese programa, el ferozmente chistoso y atinado John Oliver en su programa semanal en HBO, y la extraordinaria Samantha Bee, son algunos de los mejores guías, reporteros y analistas de esta coyuntura política. Y de vez en cuando, el ya muy añejo Saturday Night Live logra recuperar sus viejos méritos satíricos. En sus mejores momentos, rinden honor a Darío Fo.

Pero los comediantes no pretenden tener la respuesta ni pueden indicar qué podría estar a la vuelta. Aunque los políticos dicen que sí saben y proponen y prometen lo que harán de aquí en adelante al convocar a todos a sumar fuerzas para lograrlo, todos saben que esto suele ser tramposo y hueco. La experiencia lo comprueba. Por lo tanto, nadie se atreve a pronosticar lo que está a la vuelta.

En una calle de Manhattan frente a un antro se anuncia que tocará una banda: Los Esperanzados Desesperados. Tal vez esa es la mejor forma de nombrar lo que se necesita para dar la vuelta en este país.