Cultura
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Los volátiles de Fito Best
E

n mi artículo anterior me quejaba de que el libro, muy bien hecho, concienzudo, afortunadamente sin aspavientos de diseño, no incluía un breve esbozo biográfico sobre el artista. Me desdigo, no se puede y voy a mencionar mi experiencia al respecto, aparte de que llegué a verlo y saludarlo en una ocasión en la que visitó a mi madre, de quien era pariente, no sé qué tan cercano. Dada esa coincidencia recordé a otras personas de apellido Best, con las cuales tuve otrora contacto, entre ellas Fernando Best Pontones, también pintor, paisajista de claustros e iglesias. Hay obras tempranas suyas en la muestra, idénticas o muy parecidas a las de éste. En todas formas él me es conocido a través de representaciones de interiores de conventos y algunos paisajes donde por uno de los más impactantes, cuyo tema prínceps son los volcanes, se exhibió algún tiempo en el Museo de Arte Moderno, por benevolencia de quien era su dueño: Sergio Autrey Maza, ojalá se conserve porque es perfectamente sintomático de la época en la que se produjo.

Después tomé contacto con un fotógrafo que me pidió una presentación para su trabajo, que realicé como mejor pude, ahora intenté dar con él para preguntarle sobre su familia, pero fue inútil, el personaje ha desaparecido, igual que quien lo contactó conmigo: la señora Belly Best, quien era una guapa estadunidense radicada cerca de la Plaza de los Licenciados; ella también visitaba a mis padres. Lo único que mi recuerdo guarda muy vívido de ese contexto es una pequeña casa en la colonia de El Carmen de San Ángel; era, por decirlo de algún modo, un sitio que mostrar a quienes visitaban ese barrio que tiene como eje la ermita del secreto, una antigua construcción famosa por sus ecos tipo confesionario que formó parte otrora de los dominios del convento carmelita diseñado por fray Andrés de San Miguel. Ese barrio tuvo como curiosidad arquitectónica esa construcción vecina a el secreto, debido a su tamaño miniatúrico; en menos de 100 metros cuadrados, la casita tenía todo lo indispensable que es posible requerir para una vida confortable. Con todo y que estaba totalmente rodeada de jardín tenía clósets, cocina, estancia, dos recámaras con sus baños, todo a ligeros desniveles que permitían un aprovechamiento sui generis de los espacios. Era delicioso visitarla y en ella habitaba una persona de la familia Best, pero no era Fito.

Sobre él no existen noticias exactas, salvo las referidas a sus actividades y a la importancia de su intervención en la construcción de una nueva etapa pico del nacionalismo mexicano, vertiente que ni siquiera en su famoso autorretrato esbelto en el que aparece tras un cortinaje rojizo ofrece rasgos mexicanistas, como tampoco las ofrece el retrato que le hizo su cercana amiga Florine Stettheimer, ilustrado a través de una fotografía de época, ya que el original está perdido. En esta efigie, también esbeltísima, el retratado por la autora es también un dandy elegantemente vestido y muy alto que calza unas curiosas zapatillas de torero.

Fito aprece otras dos veces en el libro catálogo; en el primer caso es un auténtico hallazgo desconocido hasta por los más expertos: su autorretrato de 1922, que fue comentado en vida. Aquí sí hay un evidente rasgo mexicanista, al menos emblemático para el propio autorretratado, lo coronan en la parte superior del cuadro los volcanes. Ya este autorretrato temprano acusa un ambiente escenográfico que queda aún mayormente connotado en su pieza maestra, o sea el Autorretrato perteneciente al Munal de donde entresaqué el título para estas notas, es altamente escenográfico. Su figura protagónica aparece tras cortinas (hay interesante efecto adentro-afuera) más una propositiva ambigüedad, pues el panorama percibido es aéreo, tanto que hay un avioncito y un paracaídas entre los elementos que parecen vivir en esa atmósfera que contiene palmeras flotantes y hasta un castillito que quizá sea alusión a los lejanos baluartes irlandeses que quizá algunos de los antepasados remotos del autor pudieron observar o habitar.

La ascendencia cercana de Best era estadunidense y su cercana amistad con la bailarina Pavlova lo marcó indefectiblemente, pero el método Best es de su total invención y como método de dibujo muy pensado indica su utilización con salpicaduras teosóficas en los ornatos que en la muestra admiran al espectador en la sala Orozco (justo detrás del mural Catharsis). Hay maravillas artesanales allí que sorprenderían a los más expertos estudiosos de las artes llamadas populares, si bien elegidas con el objetivo principal de ilustrar la aplicación del método Best, esa selección revela aspectos hasta ahora poco sospechados de subtipos artísticos que están en vilo entre las vanguardias y el arte popular con la presencia de obras maestras en esta vena mixta, por ejemplo, el friso de Lola Cueto, Escena patriótica, el Arlequín del propio Adolfo Best, que quizá se trate de un autorretrato estilizado con toque esotérico, un paisaje de Marina Rosas que resulta ser una de las creaciones más atractivas entre las que han podido conocerse de las escuelas al aire libre.

En sala aparte se exhiben las cabezas que son lo que muchas personas de mi generación recuerdan en vida de Fito Best. Se pusieron de moda y una vez que pasó su efecto ahora como que se rechazan. Pero quienes conocieron a Fito recuerdan su bonhomía. Según el embajador Horacio Flores Sánchez, afamadísimo funcionario, promotor y coleccionista, era muy agradable, culto, fino y elegante. Por su parte Salomón Greenbeg tituló el escrito con el que se abre el libro catálogo editado por la Secretaría de Cultura con el siguiente título Un caballero educado. Una magnífica recuperación de un personaje notable, aunque poco conocido en su quehacer pictórico.