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Una plaza, o calle, para Lutero en la CDMX
L

a batalla cultural de Martín Lutero bien merece que se le ponga su nombre a una plaza, o a una calle de la Ciudad de México. Hay tiempo para llevar a cabo tal acción, porque en 2017, el 31 de octubre, se cumplirán cinco siglos del inició de la gesta, de quien fuera monje agustino, en favor de la libertad de conciencia.

La Ciudad de México es, de todo el país, la más diversificada y en constante proceso de cambio en todos los aspectos de la vida social. Su pluralidad no ha sido una dádiva de los poderes que la han gobernado, sino conquista de la ciudadanía que se ha organizado para ir acrecentando el reconocimiento legal y político de sus derechos. Nuestra ciudad, la capital del país, es un conjunto compuesto por personas y grupos con identidades heredadas y/o elegidas de la más diversa índole. Algunas de estas identidades no gustan ni son aceptadas como legítimas por quienes reivindican una idiosincrasia petrificada, la que consideran superior y quisieran universalizarla a los demás.

El amplio abanico de la diversidad que caracteriza a la Ciudad de México se ve reflejado, también, a lo largo de la amplísima nomenclatura de sus barrios, calles, avenidas, colonias, parques y plazas. Hay calles con nombres de filósofos y escritores (en Polanco), con los estados y ciudades del país (colonias Roma y Condesa), existe una colonia en Iztapalapa que lleva por nombre presidentes de México, y en la misma delegación está la colonia Leyes de Reforma (las que fueron promulgadas por Benito Juárez y que tantas animadversiones le ganaron con el conservadurismo mexicano).

En la capital mexicana queda la impronta de la cultura católica romana en distintos sitios; por ejemplo, tenemos la Plaza de Santo Domingo y las calles Isabel la Católica y Fray Pedro de Gante, en el Centro Histórico. Una avenida y estación del Metro deben su nombre a San Antonio Abad. La nunciatura apostólica se ubica en el número 118 de la calle Juan Pablo II. En la delegación Álvaro Obregón se localiza la Plaza de San Jacinto, en Xochimilco está el bosque de Santa María Nativitas. En fin, son bastantes las refererencias que se hacen a figuras e imágenes católicas en la nomenclatura citadina.

Nombrar una plaza o calle Martín Lutero en la Ciudad de México sería dar cabida a un personaje clave en la historia mundial, cuyas acciones en pro de la libertad de conciencia abrieron cauces no nada más para quienes se identificaron con el estandarte que enarboló, sino también para otros y otras que labraron su propio camino libertario. Lutero tuvo la entereza para enfrentar poderes que se esforzaron por mantener el inmovilismo social, político, religioso y cultural en el siglo XVI.

El monje germano agustino redactó las 95 tesis contra las indulgencias en latín para convocar a un debate teológico sobre una práctica, la desatada venta de indulgencias para salvar las almas del purgatorio, que consideraba contraria al Evangelio. Fue la traducción de las 95 tesis al alemán la que hizo extensivo el conocimiento de la postura del profesor de la Universidad de Wittenberg a un auditorio más amplio, no solamente en Alemania, sino en otras partes de Europa. El escrito de Lutero, de ahí su pronto éxito y popularidad, encontró eco entre el estudiantado universitario y parte del pueblo porque él sistematizó una crítica que ya tenía antecedentes tanto intelectuales como populares en el tema de los excesos de la Iglesia católica romana.

Fue la cerrazón de la jereraquía eclesiástica la que llevó a Lutero hacia una radicalización de su postura inicial. En un principio lo que deseaba era que cesara el comercialismo de la salvación; esta última la entendió de manera diferente tras haber leído y enseñado la carta del apóstol Pablo a los Romanos. El poder papal y sus representantes en Alemania cerraron a Martín Lutero toda posibilidad de diálogo entre iguales; le instaron a retractarse o atenerse a las consecuencias.

En junio de 1520, el papa León X promulga la excomunión de Lutero mediante la bula Exsurge Domine, la que empieza: ¡Levante, Señor! Haz triunfar tu causa contra las bestias feroces que tratan de destruir tu viña, contra el jabalí [Lutero] que la arrasa. La respuesta del excomulgado fue tajante: “Ya no es posible la reconciliación. Nunca más seré de ellos. Que condenen mis libros, que los quemen. Yo condenaré y arrojaré al fuego su derecho canónico, que no es más que un tejido de herejías […] Eligen la violencia para esconder su ignorancia y su conciencia culpable”.

En la Dieta Imperial de Worms, abril de 1521, Lutero –frente al joven emperador Carlos V y varios arzobispos– sostuvo lo afirmado en sus escritos publicados a partir de 1517 (las 95 tesis), así como los más recientes en los que había profundizado sus críticas al poder eclesiástico romano. Concluyó su alegato así: Ni puedo ni quiero retractarme de nada, porque no es ni seguro ni honrado actuar en contra de la propia conciencia.

El teólogo católico Hans Küng, al evaluar el enfrentamiento de Lutero con la jerarquía eclesiástica de su época concluyó: “Todo el que haya estudiado esta historia no puede albergar dudas de que no fue el reformista Lutero, sino Roma, con su resistencia a las reformas –sus secuaces alemanes (especialmente Johannes Eck)–, la principal responsable de que la controversia sobre la salvación y la reflexión práctica de la Iglesia sobre el Evangelio se convirtiera rápidamente en una controversia diferente sobre la autoridad e infalibilidad del Papa y los concilios […] La Reforma de Lutero fue un cambio mayúsculo del paradigma católico romano medieval al paradigma evangélico protestante: en teología y en el ámbito eclesiástico equivalía a un alejamiento del eclesiocentrismo, humano en demasía, de la Iglesia poderosa hacia el cristocentrismo del Evangelio. Más que en otra cuestión, la reforma de Lutero puso el énfasis en la libertad de los cristianos” (La Iglesia católica, Mondadori, Barcelona, 2002, p. 168-169)”.

Por todo lo anterior, para reconocer los aportes de Lutero en su defensa de la libertad de conciencia, la cual es fundamental en la construcción de una ciudadanía crítica, me parece que como reconocimiento a su batalla cultural bien puede llevar su nombre una plaza, parque o calle de la Ciudad de México.