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Después de larga disputa legal el Estado austriaco logró expropiar ese inmueble

La casa natal de Hitler será derribada y erigirán un recinto para la comunidad

Dejar el terreno baldío sería negar el pasado nacionalsocialista, señala comisión de notables

Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Viernes 28 de octubre de 2016, p. 4

Los símbolos de la historia pesan profundamente sobre la memoria colectiva y el fantasma del nazismo sigue presente. Así lo demuestra la decisión de derribar la casa natal de Adolf Hitler, que desde hace años pesa como una mina errante.

Hace unos días el ministro del Interior del gobierno austriaco, Wolfgang Sobotka –del Partido Popular (ÖVP)–, hizo el anuncio al diario Die Presse, conforme a la respuesta unánime de una comisión especial integrada por 12 personajes eminentes de la política, la academia y la sociedad civil, incluido el presidente de la comunidad judía Oskar Deutsch.

Hitler nació el 20 de abril de 1889 en Salzburger Vorstadt número 15, en el ombligo de Braunau am Inn, una de las ciudades más antiguas de Austria, con pocos miles de habitantes, ubicada en la frontera con Alemania.

Ahí pasó los primeros tres años de su vida, lo suficiente para convertirse en meta de peregrinaje durante el nazismo y, recientemente, del neonazismo internacional que, sobre todo en Alemania, crece de manera exponencial.

En ese lugar se construirá un edificio ex novo, manteniendo sólo el sótano. Se destinará para la comunidad, eliminando así su poder simbólico y las ganas de tomar fotografías. La comisión rechaza dejar el terreno vacío, porque eso sería negar el pasado.

Desde hace años se esperaba poder decidir el futuro del inmueble que había quedado vacío por su mal estado desde 2011, sin embargo la dueña, Gerlinde Pommer, descendiente de los vecinos y caseros de los Hitler, se había negado a venderlo, pues recibía una alta renta del Estado, que después de una batalla legal al fin ha podido expropiarlo.

Ese edificio neoclásico de color amarillo ha tenido diversos usos públicos como biblioteca y escuela. Lo único que recuerda la presencia de Hitler es un cipo colocado en 1989 sobre la acera, el cual no será destruido, recordando a través de él la devastación humana que generó.

En esa gran piedra, traída de Mauthausen (el campo de concentración principal de Austria), se escribió: Por la Paz, la Libertad y la Democracia/ Nunca más el Fascismo./ Millones de muertos lo recuerdan.

Museo sobre el fascismo, en Italia

Por otro lado, en Italia se planea erigir un museo histórico alusivo al fascismo en Predappio, ciudad natal de Benito Mussolini, con inversión de 3 millones de euros.

Esa iniciativa municipal es apoyada por Dario Franceschini, ministro de Cultura italiano. Se instalará en la ex Casa del Fascio, que fue sede del Partido Nacional Fascista. Lo sorprendente es que el proyecto ha sido asignado al Instituto Parri de Bolonia, creado por un grupo de intelectuales partisanos en 1964, de fama internacional por la riqueza del material relativo a la Resistencia en el siglo XX. Aunque cuenta con la mayor biblioteca dedicada al fascismo.

Según Enzo Collotti (Il Manifesto, 4/4/16), el problema no está en crear un museo del fascismo, como existe ya su equivalente en Múnich desde hace un año (Museo del Nacionalsocialismo), sino ubicarlo en un lugar con una impronta tan fuerte y en una ciudad de provincia y no central como Milán o Roma, “reduciendo el fascismo al mussolinismo (…) cuando el objetivo debe ser el conocimiento crítico y la conciencia histórica y civil”.

¿Es justo eliminar los símbolos físicos de la memoria histórica? ¿Destruirlos permite borrar las tendencias extremistas o pudiera incrementarlas? Usted lector, ¿qué piensa al respecto?