Opinión
Ver día anteriorDomingo 30 de octubre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Los grandes ausentes
A

tribulado por su demografía, que sin haberse potenciado empieza a dar muestras de un desgaste inevitable, México afronta hoy y encarará mañana enormes desafíos condensados en la forma que adoptó para crecer y relacionarse con el mundo a fines del siglo XX. Puesto en el banquillo de los acusados por la opinión pública internacional, en particular de los países avanzados, el formato librecambista de los tratados de libre comercio ha periclitado y ahora es presentado como un vehículo unidimensional de los intereses de las grandes corporaciones, por definición y por usos y costumbres la quintaesencia del comercio controlado, administrado y sometido a reglas que poco o nada tienen que ver con las que soñara David Ricardo.

Nuestra peculiar manera de entender los cambios que trajeron la globalización y el orden posterior al declive del régimen de la guerra fría parecen hoy rémoras de un tiempo que probablemente no volverá. Las renuncias a la tradición y a la doctrina de la política exterior forjada por los gobiernos de la posrevolución no fueron relevadas por nuevas y renovadoras fórmulas, sino por salidas contingentes que simplificaron lo que no puede sino ser una práctica política compleja. Tal reduccionismo se volvió caricatura, como muestran con dureza nuestros descalabros y desvaríos en la relación con el resto de América Latina; el desastroso final de una relación especial que en realidad nunca lo fue con Estados Unidos de América y el periplo sin orden ni concierto de nuestros representantes ante la sociedad internacional organizada, sea la ONU y sus organismos, el dúo abollado de las agencias clásicas de Bretton Woods (FMI y BM) o los convivios regionales donde poco hemos dicho y menos hecho para darle a nuestra orfandad un asidero, si no reconfortante, sí auspiciador de posibles nuevas iniciativas.

El Consenso de Washington encerraba un tesoro que hoy se vive como pesadilla: la construcción de un mercado mundial unificado que apuraría la concreción de sistemas democráticos representativos luego del desplome del comunismo soviético. Sin embargo, el fundamentalismo del libre comercio se volvió hiperglobalización y empujó dislocaciones regionales, sociales y estructurales que no encontraron correctivos adecuados y oportunos. De ahí a la reacción hipernacionalista, racista y xenófoba no hubo demasiados pasos y desde adentro de la catedral del globalismo virtuoso, condensado en la Unión Europea rugieron los llamados y convocatorias al encierro de las naciones, la erección de muros y murallas, desfiguro posmoderno de los limes que los romanos levantaran para contener a los bárbaros y la profundización de los litigios regionales que se volvieron sangrienta y abierta guerra de posiciones y trincheras en Medio Oriente.

Trump y sus gruñidos recogen éstas y otras linduras del globalismo desbocado y nos ponen frente al espejo negro y sin posibilidad de ver a través de él como Alicia. No hay fantasía ni evocación onírica, sino una interminable caja de Pandora que se retroalimenta y expande, como parece que va a ocurrir en Venezuela y podría sin previo aviso poner en jaque el enorme esfuerzo pacificador de los colombianos, encabezados por su presidente Juan Manuel Santos.

Para nosotros, todo esto y más está muy cerca. Bordea las fronteras norteñas con su porosidad y criminal tráfico de armas, drogas y personas, y se acumula sin cesar en el sur, donde hierve el triángulo del norte y se cocina la enorme tragedia humana de una Centroamérica que se consume a fuego lento y es corroída por el interminable deambular de niños sin padres y el quehacer criminal diario de bandas y maras que se apoderan del poder.

Entre ese norte atribulado, pero a la vez súper dinámico, donde muchos mexicanos encarnan las posibilidades de la movilidad social ascendente, y el sur nublado por la violencia y el desamparo económico y social, el México que pone en sintonía las diferentes capas geológicas de su profunda heterogeneidad estructural se redescubre sin acuerdo en lo fundamental y, en consecuencia cruel, sin proyecto nacional. Aquí está el meollo de las crisis seriales que nos niegan porvenir y sofocan el presente vuelto un continuo desencuentro con la historia.

Reponer las piezas echadas a perder por tanto cambio irreflexivo y rehabilitar las que nos quedan y todavía funcionan es condición imprescindible para que la libertad política tan costosamente obtenida sea democrática y el estado de derecho sea uno de derechos. Nos urge imaginarlo.