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¿La Fiesta en Paz?

Taurinos premiados

Una apuesta muy grande por más de lo mismo

Primeros logros

A

sombra que mexicanos sobresalientes relacionados de una u otra manera con la tradición taurina de México, no obstante ser premiados o reconocidos por el sistema no hayan impedido que la fiesta de los toros en nuestro país continúe en los niveles de medianía en que la han mantienen por lo menos desde hace tres décadas sus adinerados promotores.

Cuando el año pasado le fue otorgada la Medalla Belisario Domínguez al licenciado Alberto Bailleres, el Senado no tomó en cuenta su desempeño como empresario taurino, sino el hecho de haber generado con sus diversas empresas más de 50 mil empleos directos.

Cuando esta semana en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), una de las empresas de Bailleres, el ataurino presidente Enrique Peña Nieto entregó un reconocimiento a Felipe Calderón, su antecesor en el cargo, por sus contribuciones al desarrollo político, económico y social del país, ignoró la indiferencia del panista a lo largo de su sangrienta administración por lo que hacían con la fiesta brava de México los promotores taurinos Alemán y Bailleres.

Cuando ayer en Aguascalientes, en el patio de cuadrillas de la plaza Monumental –financiada por el pueblo y posteriormente adquirida por Bailleres–, fue develada una placa de agradecimiento al gobernador Carlos Lozano de la Torre, por el impulso a la fiesta durante su administración y por haber sido el primer mandatario estatal en blindarla mediante decreto, desde luego se olvida la acumulación de protestas de los aficionados por la mansedumbre y trapío del ganado lidiado en la mitotera feria anual de esa ciudad.

Cuando no se quiere cambiar no se cambia y además es (casi) imposible. La nueva empresa de la Plaza México anunció una apuesta muy grande por cambios de forma más que de fondo, al importar a las mismas figuras y anunciar las mismas ganaderías que acostumbraba el Cecetla, de tan triste memoria. Así, la pasión por el toro se tradujo en la comodidad descastada de bernaldos, sanisidros, hamdans y teófilos para Manzanares, Talavante, Perera y Morante, diestros ya muy vistos y sin suficiente imán de taquilla para convocar al gran público ni desamodorrar a los nuestros.

A lo anterior agréguese una extraña acumulación innecesaria de fechas y festejos de la temporada grande que incluso se empalman con las últimas novilladas de una desairada temporada chica, sin y con caballos, y el desabrido desfile de varios jóvenes importados sin otro merecimiento que la amistad, así como la confirmación de la inagotable vocación torera sin estímulo de muchos de nuestros jóvenes.

Entre los primeros logros de la nueva empresa destaca haberse saltado el Reglamento Taurino para el Distrito Federal y anunciar en esta etapa tres festejos con dos diestros importados y un nacional, que cuando se tiene el control absoluto de una tradición su manejo no está sujeto a cuestión. Y los cecetlos tanto que amenazaron y gritaron sin conseguir nada. Otra innovación ha sido convertir el serial en feria, con corridas el 12, 13, 26 y 27 de noviembre, y el 3, 4, 9, 10, 11 y 12 de diciembre, como si el aficionado de la capital estuviera ansioso por ver a Zotoluco con Manzanares y Talavante; a Zaldívar con Ginés Marín (?), a Sergio Flores con José Garrido (?), a Perera con Armillita IV, a Castella con Diego Sánchez y, en despliegue de imaginación, a Joselito Adame con seis toros de distintas ganaderías. No, don Alberto, no es pesimismo; es el hartazgo de que el poder nos diga cómo debemos creer en nosotros mismos.