Opinión
Ver día anteriorMiércoles 9 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Isocronías

De escalofríos

P

oesía no es buena factura, si bien la buena factura, en el proceso de escribir, puede eficientemente convocarla.

El poema, a mi ver, es más escalofrío que tranquilidad, que calma. Ahora, ese escalofrío no sé, aparte de que es escalofrío, qué cosa pueda ser, qué cosa sea. Lo que sé es que impresiona con algo de alarma, pero lo suyo tiene de reconciliación.

No se trata de que algo diga, sino que algo insufle, el poema.

Siempre, si de auténtica poesía hablamos, el poema toca, comunica. No todas las veces un mensaje, un comunicado. Sí, e incontrovertible, la sensación de que un tipo de comunicación así existe, es, y de que no obstante la individualidad de cada ser o cosa aisladamente considerados, todo –como digamos el conjunto de astros– es un todo, y un todo entre sí, consigo mismo, comunicado.

¿Cómo desbaratar un poema? Al parecer los analistas, en razón de su trabajo, pueden hacerlo. Pero en verdad lo que hacen es demostrar que (y por qué) no es desbaratable.

Un poema es un todo, un todo vivo. ¿Verdad de Perogrullo? Un poema al primero que le habla es a quien lo escribe, y quizá quien lo escribió, si el poema trasciende su momento, ni siquiera alcance a oír todo lo que para decir(le) el poema tiene.

No sé si ya he dicho acá antes que hacer poesía es tan fácil como difícil. Se trata de encontrar el tono. Y encontrar el tono es a la vez tan fácil como difícil.

Ponerse a tono con las propias palabras, con la poesía de las propias palabras, tiene la facilidad de que tales palabras de uno son y la dificultad de que la poesía no nos las está robando, pero está haciendo saber, haciéndonos sentir, su soberanía sobre ellas.

El escalofrío de que hablaba, creo saber, viene a decirnos aquí estás, ¿y dónde estabas?, despertándonos a un ensueño que en efecto despierta.

Seguir la poesía de las propias palabras requiere la humildad de no creer que las palabras son sólo de uno, son del lenguaje, son –esencia de lenguaje– de la poesía, y seguir esa voz, la de la poesía, que es más y menos nuestra que el lenguaje, requiere una humildad, un rigor de humildad, mucho mayor.

Envidio a los narradores, a los dramaturgos, y entre ambos grupos a los cronistas, pues dicho desde mi barrera saben seguir la poesía de otras voces, de los demás (esos escalofríos que por cercanos sean a otras cosas aluden). Tal, me parece, requiere todavía más humildad que la inmediatamente arriba señalada.