Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Caras largas
E

n cuanto resultó claro que había ganado la elección presidencial del martes pasado, Donald Trump aplicó a su discurso un marcado cambio de tono, y pasó de la provocación, la hostilidad y la insolencia que caracterizaron su campaña a una actitud conciliadora y hasta incluyente en lo interno, así como amistosa hacia la comunidad internacional. En la mayoría de los casos, sin embargo, su triunfo fue recibido con caras largas y felicitaciones de trámite por la mayor parte de jefes de Estado y de gobierno, con algunas notables y paradójicas excepciones, como el caluroso mensaje del presidente ruso, Vladimir Putin, y el regocijo de los gobernantes israelíes, quienes esperan poder borrar de la agenda la conformación de un Estado palestino.

En México fue inocultable el desconcierto gubernamental por la inesperada victoria del magnate. Gobernantes latinoamericanos que se han plegado a la agenda globalizadora y neoliberal impulsada por Washington y que apostaban al triunfo de Hillary Clinton, como el argentino Mauricio Macri, no pudieron disimular su sorpresa. Igualmente significativas fueron la frialdad de mandatarios europeos, como el francés François Hollande y la canciller alemana Angela Merkel quienes no olvidan los señalamientos desdeñosos de Trump a la OTAN y a la proyectada Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI, o TTIP, por sus siglas en inglés). La inminente llegada del republicano a la Casa Blanca resulta especialmente complicada para Cuba, toda vez que Trump ha amenazado con interrumpir el proceso de normalización de relaciones bilaterales que ha venido impulsando el presidente Barack Obama. Significativamente, el presidente cubano, Raúl Castro, al tiempo que enviaba al candidato ganador un distante saludo, ordenaba la realización de ejercicios militares.

Por lo demás, el resultado de la elección del martes mantiene en vilo a las finanzas mundiales, habida cuenta de que el ahora presidente electo ha proyectado una política proteccionista y aislacionista que daría al traste con buena parte del entramado de la globalidad económica.

Debe considerarse, sin embargo, que más allá del shock sicológico causado por la inesperada victoria electoral del republicano, y a pesar de los temores de que éste lleve al mundo a un desbarajuste mayúsculo, la presidencia estadunidense está sometida a mecanismos formales de contrapeso –como la división de poderes y el federalismo– y al control de facto de un denso tejido de intereses corporativos, y el titular del Poder Ejecutivo no puede, por sí mismo, imponer decisiones que esos intereses consideren riesgosas o dañinas. Un ejemplo claro de lo anterior es que en sus dos mandatos consecutivos Obama no pudo llevar a cabo la vasta reforma financiera y social que había propuesto como candidato porque en ese lapso fue sistemáticamente frenado por el Congreso, manejado a su vez por grupos de cabildeo al servicio de las grandes empresas.

Otro factor que puede impedir a Trump la consumación de sus propuestas más descabelladas es la erosión política a que puede verse sometido a corto plazo, precisamente con su promesa central –hacer grande de nuevo a Estados Unidos– y por las turbulencias económicas a que podría conducir al país vecino.

Para México, vecino y principal socio comercial de la superpotencia, las implicaciones de la elección del martes son, sin duda, particularmente preocupantes, y por ello serán objeto de reflexión aparte.