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Aprender a Morir

¿Una muerte feliz?

U

na muerte feliz (Trotta, 2016), el libro más reciente del teólogo suizo Hans Küng, a quien en 1979 el Vaticano le retiró la licencia eclesiástica por cuestionar la infalibilidad del Papa, vuelve a la carga argumentativa en favor del derecho a la eutanasia y afirma:

“Nadie va a hacerme creer que por voluntad de Dios tendría yo que aceptar finalmente una vida en un nivel vegetativo. Y precisamente, como cristiano que soy, tampoco quiero que se les haga creer eso a otras personas afectadas… Me gustaría morir consciente y despedirme digna y humanamente de mis seres queridos. Morir feliz para mí significa una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte en completa conformidad, profunda satisfacción y paz interior”.

“Para el creyente cristiano –añade Küng en su breve y sustancioso libro– se ha impuesto hasta ahora sin discusión la prohibición de quitarse la vida. Sin embargo, un tránsito feliz a la muerte está fundado en el respeto profundo hacia la vida infinitamente valiosa de toda persona y no tiene nada que ver con un desdichado suicidio arbitrario. Si todos tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida, ¿por qué habría de cesar esa responsabilidad en su última fase?”

Tras su convincente Morir con dignidad, un alegato en favor de la responsabilidad (Trotta, 2010), este opúsculo sumamente personal surge de la voluntad del autor de contribuir a un proceso de debate continuo sobre la controvertida cuestión de la eutanasia, eludida por las instancias de poder, en la voz del estudioso, afectado él mismo por esta problemática al padecer un Parkinson avanzado y una degeneración macular también en aumento.

El uso y la defensa que Küng hace de la eutanasia es el del derecho de todo hombre, creyente o no, a disponer de su vida cuando sus condiciones vitales sean tan precarias que no pueda vivir una vida que razonablemente pueda llamarse humana, es decir, en condiciones de salud tan malas que los sufrimientos o las condiciones vegetativas derivadas de un alargamiento artificial de la vida hagan considerar sensatamente que ese paciente no merezca ya el nombre de persona, observa Juan José Bosch.

Un ejemplo ilustrativo convenientemente olvidado: cuando el papa Juan Pablo II pidió ya no ser llevado a la Clínica Gemelli, luego de ser sometido a varios ensañamientos terapéuticos, sólo recurrió al derecho a tener una muerte digna, esa que en vida tanto combatió.