Opinión
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El día y los siguientes
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ras examinar la coyuntura prelectoral estadunidense la víspera de los comicios (La Jornada, 3/11/16), encuentro irresistible apreciar y juzgar lo ocurrido ese nefasto 8 de noviembre y los inmediatos siguientes. En el día, quedó de relieve que la de Estados Unidos es una democracia peculiar, sui generis. En los siguientes, al iniciarse una transición de dos meses hacia la nueva administración, se confirmaron numerosos indicios y presagios negativos e inquietantes y aparecieron unas cuantas señales que se eligió interpretar como positivas, en el afán de encontrar al menos una luz.

Si Estados Unidos fuese una democracia normal, en la que la presidencia corresponde al candidato que obtiene el mayor número de votos, Hillary Clinton sería la presidenta electa. Obtuvo, hasta las 12:14 horas del 15 de noviembre, 61 millones 324 mil 576 sufragios, frente a 60 millones 526 mil 852 de Donald Trump: mayoría de 797,724 (0.65 por ciento). Primera peculiaridad: el cómputo no se había concluido una semana después de los comicios. Faltaba contar, según estimaciones, varios millones de votos, sobre todo en California y otros estados del litoral del Pacífico. Quizá nunca terminen de contarse. Los resultados se definieron con base en proyecciones estadísticas, no en el cómputo de los votos. Ante algo parecido Borges definió: “… la democracia, ese abuso de la estadística”.

Se espera, sin embargo, que Trump obtendrá 290 votos cuando se reúna el Colegio Electoral, el próximo 19 de diciembre. Por Clinton votarán 232 electores. Diferencia 58 (11.1 por ciento). Una desventaja en el sufragio popular de seis y media décimas de punto porcentual, que podría elevarse hasta un punto y medio, se traducirá en una ventaja de más de 11 puntos en el Colegio Electoral. Cada elector de Clinton tiene tras sí 264 mil votantes, mientras cada elector de Trump está respaldado por 209 mil. Esta segunda peculiaridad de la democracia estadunidense –la elección presidencial indirecta– ha ofrecido este resultado perverso sólo en seis ocasiones: cuatro en el siglo XIX y dos en el XXI. Los anacronismos aparecen ahora como peculiaridades.

La tercera de éstas es la ausencia de todo elemento de proporcionalidad en la elección legislativa: la Cámara de Representantes se elige por mayoría distrital simple, no corregida. Se estima que el voto popular acumulado para la Cámara de Representantes llegó, con los cómputos hasta el 14 de noviembre, a 121 millones 423 mil 168 sufragios, de los cuales 60 millones 375 mil 961 correspondieron a candidatos republicanos y 61 millones 47 mil 207 a demócratas. Cada uno de los 238 representantes republicanos fue electo, como media, por 254 mil votos, y cada uno de los 193 demócratas precisó de 318 mil. En otras palabras, con 49.7 por ciento del voto, los republicanos obtuvieron 55.2 por ciento de los escaños, y los demócratas, que sumaron 50.6 por ciento del voto, sólo alcanzaron 44.8 por ciento de los asientos.

Síntesis de las peculiaridades señaladas: el sistema electoral estadunidense acude a una forma anacrónica de proporcionalidad, la integración del Colegio Electoral, para la elección presidencial, que debe definirse por mayoría simple. En cambio, acude a la mayoría simple para la de los representantes, que debiera ser proporcional o, al menos, corregida para evitar la sobrerrepresentación. En este caso, el exceso de representación republicana (6 puntos) fue modesto porque la victoria de Trump fue más extendida que profunda: consiguió –en estados, ciudades, condados– gran número de mayorías tenues, de unos cuantos cientos o miles de votos.

Más allá de sus peculiaridades, el proceso reveló una nueva fisonomía electoral de Estados Unidos, transformada por la evolución demográfica y de la composición poblacional, por los altibajos de la actividad económica y el empleo, por la extremada concentración del reparto de los frutos de un crecimiento insuficiente e inestable, por la cambiante posición del país en la sociedad internacional y, entre muchos otros factores, por las veleidades de las preferencias políticas de un electorado diverso, plural, complejo, multicultural. Las fuerzas que movieron al electorado estadunidense en 2016 serán objeto de análisis y discusión por mucho tiempo, más allá de los procesos más inmediatos, en 2018 y 2020, que encierran la promesa de reforzar los equilibrios y contrapesos frente a lo ahora ocurrido y, de plano, rectificarlo.

Las ilusiones más extendidas en los días siguientes a la elección fueron, de una parte, considerar que, como presidente, Trump se comportará de manera diferente a su conducta y actitud como candidato; que sus acciones de gobierno estarán menos regidas por los prejuicios, las actitudes misóginas y racistas, las expresiones de abierta discriminación que por desgracia dominaron la campaña y que –por difícil de aceptar que resulte– le atrajeron más apoyo electoral que el que casi todos los analistas esperaban. De otra, se manifestó que los colaboradores en la Casa Blanca y en el gabinete podrían aportar elementos de cordura, racionalidad y sensatez, que contrapesen en las actitudes del presidente. Se trata de ilusiones perniciosas: conducen a la complacencia y a la indefensión.

La primera acaba de ser abrazada por el secretario de Economía de México. Según las crónicas de una reunión de análisis de las opciones comerciales abiertas por el resultado electoral estadunidense, al aludir a las diferencias que cabe esperar que marquen el ejercicio de gobierno respecto de las promesas electorales, el funcionario, con su habitual elegancia de expresión, afirmó: no es lo mismo ser res que carnicero (La Jornada, 13/11/16). Sobre el tema, Hilary Mantel –la laureada escritora británica– había advertido: El señor Trump prometió un mundo que los hombres blancos y los hombres ricos manejen como les plazca, guiados por la codicia y la ignorancia más abyecta. Tiene que cumplir sus promesas porque sus partidarios pronto estarán hambrientos. (The New Yorker Today, 15/11/16). En efecto, lo que en realidad cabe esperar es que haya muy poca diferencia entre promesas y acciones, a pesar de que Trump no incurrió en la desmesura de registrar las primeras ante notario público.

En la misma oportunidad, un empresario prominente agregó que parecía que Trump se rodeaba de algunas gentes sensatas. Las informaciones indican, más bien, que se rodea de personas a las que es muy difícil que les convenga ese calificativo, como Giuliani, Christie y, entre otros, Banon, el célebre exponente de la supremacía blanca.

No olvidemos que el trumpismo, en palabras de Paul Krugman, tendrá efectos desoladores, aunque algunos tarden en manifestarse. Instalar a tal personaje en la Casa Blanca ha sido un error descomunal