Opinión
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El coche de Villa
E

n 1982 participé en la hechura del museo que todavía existe en una finca de la capital de Chihuahua, llamada Quinta Luz, por haber sido propiedad de doña Luz Corral, una de las 25 esposas que Villa reconoció. Supuestamente ésta era la más legítima, a pesar de que no fue la madre de ninguno de los 25 hijos de Villa.

En ese lugar está todavía el coche en el que iba cuando fue asesinado, un Dodge 1922, con la carrocería muy bien restaurada. Lo malo fue que primero quedó sin mácula alguna y luego hubo que hacerle de nueva cuenta la cauda de más de 40 agujeros de grueso calibre que le dejaron los asesinos del llamado Centauro del Norte. De ahí que algunos entendidos digan que no se trata del coche verdadero, dado que los impactos no coinciden con los que se ven en las fotografías.

Por otro lado, se nota que los sicarios quisieron estar completamente seguros de su éxito. Solamente a Villa le tocaron nueve impactos… y varios más a Miguel Trillo, quien viajaba junto a él. Sin embargo, debe decirse en favor de tales matones que el crimen no se realizó el día que se había planeado inicialmente en virtud de que al pasar Villa apareció también en la escena un grueso contingente de escolares.

Dado lo costoso de la reparación del motor del vehículo, se discutió varias veces la conveniencia de hacerla hasta con el propio secretario de la Defensa Nacional, el general Félix Galván, quien era el más interesado en la obra y su principal patrocinador. Cuando me preguntó mi opinión, dada la confianza que había depositado en mí el distinguido militar, me manifesté decididamente en favor de dejar el automóvil en condiciones de recorrer, sin contratiempos, los mil 500 kilómetros que median entre Chihuahua y el Palacio Nacional, en la Ciudad de México.

–Mi general, yo manejo– le dije –y usted se acomoda en el asiento de atrás. Le aseguro que al pasar por Celaya (donde Villa fue derrotado por Obregón en 1915) ya nos seguirán suficientes hombres armados para que nadie nos pare hasta sentarlo a usted en la silla presidencial.

El hombre me seguió la broma, recordando la famosa fotografía de Villa cuando se sentó en el sitial para saber por qué tantos lo anhelaban, pero además apareció en sus ojillos tan agudos un brillo muy especial. Finalmente, decidió consultarlo con el mismo presidente, quien opinó que lo mejor era dejar el coche quieto.