Opinión
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Isocronías

Retrospectiva con Cohen

H

ace algunos años, a la hora de la siesta, soñaba con la voz de Pedro Páramo. Al despertar alcancé a escuchar al locutor, quien indicaba: –Acabamos de oír, con Leonard Cohen…

¿Fue en mi Caribe?, ¿fue en su Sedán VW? Me refiero a Marcial Alejandro, que no sé por qué razón recaló en Jalapa. Sí, andábamos de tragos, pocos, pero tragos, y nos estacionamos pegaditos al Parque Juárez, muy cerca de El Ágora, donde llegué a dar taller. Creo que él tuvo la iniciativa: introdujo un caset (¿de quién sería?) al aparato de sonido y nos volvimos parte de la noche. De tan conversadores como habíamos estado (yo soy más bien platicador, pero él en efecto era conversador) pasamos durante al menos media hora a un hondo (reflexivo, contemplativo, triste, respetuoso, conectado) silencio.

No se puede decir que Roberto Vallarino y yo nos lleváramos bien, no se puede tampoco decir que mal. Nuestra relación era, pues, ambigua. De pronto alguna vez me retó a golpes; de pronto otra me ofreció que ya que me veía tan mal de ánimo me fuera de enviado tres días a Jalapa, y al volver me reclamó que hubiera mandado diariamente información: Se trataba de que descansaras, güey, palabra ésta entonces no de uso tan cotidiano.

Nuestros caracteres eran muy diferentes –dominante el suyo y el mío un poco dejadón, distante de las luces–, mas la poesía encontraba engranes en los que coincidíamos pienso que de verdad. Una temprana tarde me invitó a su casa. Sirvió tragos y me consultó sobre qué oír. Le dije, sabiendo sus gustos, que no estaba seguro pero que por favor rock no (quizá sea mentira, pero desde hace bastante tiempo suelo decir que no me gusta –más bien no me apasiona– aunque no falte quien opine que la impresión que doy es otra). Sugirió, dentro del mismo género, varios más o menos tranquilos LPs, hasta que llegó a Leonard Cohen.

–No lo conozco –solté como diciendo qué puedo decir.

–¿No conoces a Leonard Cohen? –subrayó sorprendido.

–Nno.

–¿No conoces a Leonard Cohen? –alzó un poquito más el tono de la voz.

–Nnno.

–Siendo tan depresivo como eres, ¿no conoces a Leonard Cohen? Tienes que escucharlo –y lo puso.

Eso, con los días jalapeños, que –luego– se volvieron meses entre precisamente depresivos mas también exultantes (como a veces tengo la impresión de que es el arte verdadero) y, algo menor, una grabadora alemana que me vendió y perdí, es lo que más agradezco a Vallarino, a Roberto, que donde esté esté en paz.