Opinión
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El símbolo y el porvenir
L

a muerte de Fidel Castro sobreviene en una etapa en que la historia humana parece estar a a punto de ingresar –si es que ya no lo hizo– en una nueva y oscura fase de su desarrollo. La desaparición física del líder que para millones de personas en el mundo simbolizaba una serie de valores tradicionalmente ligados a la izquierda no implica, naturalmente, la desaparición de dichos valores, pero se produce en una coyuntura donde las ideas prevalecientes chocan de manera frontal con ellos.

Las nociones de igualdad, solidaridad, fraternidad o ayuda a los sectores sociales menos favorecidos están en franco plan de sustitución por otras que privilegian, a grandes rasgos, una concepción aislacionista, cerrada, obtusa y autorreferencial, una mirada obsesivamente fija en el individualismo, la inmediatez y la prescindencia respecto a los otros, entendidos éstos como los miles de millones de hombres y mujeres que, tripulantes de un mismo barco, afrontan un destino común.

Que esas ideas son prevalecientes lo vienen demostrando, paso a paso, los resultados electorales registrados en fechas recientes en países de los cinco continentes, en los cuales destaca el sostenido y poderoso avance de un ideario que ha nutrido los periodos más sombríos de la historia. Desconocer deliberadamente ese avance, atribuyéndolo a situaciones específicas, encontrar explicaciones simplistas para justificar el triunfo a escalas locales de lo que sin gran precisión se denomina derecha, y minimizar esa ola que lleva consigo racismo, xenofobia, ultranacionalismo y odio al diferente conlleva el enorme riesgo de la inmovilidad frente a una catástrofe anunciada.

Quienes han alcanzado la condición de símbolo no necesitan de la vida para proyectar su influencia. Los postulados que por voz de Fidel Castro dieron forma a la Revolución Cubana (que pueden sintetizarse en la noción de una búsqueda generalizada de justicia) siguen siendo recuperados, con las adaptaciones de la época, por un sector de las generaciones jóvenes en América Latina y en el orbe, y no desaparecerán como su autor. En tal sentido, el regocijo y la satisfacción con que muchos opositores al proyecto cubano recibieron el fallecimiento del líder (incluido el propio presidente de Estados Unidos) no deja de ser un patético ejercicio en el vacío, realizado por gente poco acostumbrada a pensar en perspectiva o a pensar a secas. Esa roma visión del aquí y el ahora también constituye, por cierto, una característica de los numerosos seguidores que esta ultraderecha elemental ha ganado en diversos puntos del planeta.

Son acertados los señalamientos según los cuales la desaparición de Fidel Castro marca también la del último gran referente del siglo XX. Sobre las causas y los hechos que le dieron ese carácter se ha escrito y seguramente se escribirá mucho en las páginas de este periódico y en las de todos los otros. No se puede, sin embargo, omitir el contenido simbólico de esta muerte: la extinción física de este gran líder de la izquierda latinoamericana e internacional (y no cuentan a estos efectos las distintas evaluaciones que existen sobre su desempeño político) se produce justamente cuando la marea del oscurantismo social y político gana terreno, impugnando y satanizando las ideas que, con variada suerte y sin concretarlas nunca del todo, los sectores progresistas impulsaron en buen número de países.

Este elemento es, con mucho, el que conviene no perder de vista en medio del aluvión de opiniones y de análisis provocado por la defunción de la figura icónica que fue Fidel. De la capacidad que tengan los sectores progresistas y de izquierda –de todos lados, pero en particular de esta región del planeta– para examinar la realidad tal como es y no tal como quisiéramos que fuera; de su aptitud para enfrentar con posibilidades de éxito el brutal modelo de mundo que está promoviendo el conservadurismo oculto tras la populachera fraseología de Donald Trump y sus émulos, dependerá si los ideales de cambio, equidad y mejora social perduran en épocas difíciles o desaparecen con el último gran estadista surgido de América Latina.