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Los toros cojicachas
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El joven Juan Pablo Llaguno pasó apuros con los toros de la casa en la tercera corrida de la temporada grande de la MéxicoFoto Cuartoscuro.com
L

os cabales, eternos soñadores, seguimos domingo a domingo (cada vez menos, y menos con el frío, que deja la plaza vacía y las corridas que inician a las cinco de la tarde tornándose corridas nocturnas) instalados en el deseo de que el toreo se torne arte o de perdida emoción… Sueños guajiros, los toreros siguen con su toreo pega pases a industrializados toros cojicachas.

Y por si fuera poco, mal industrializados. Los toros cojicachas fueron bautizados así por el espléndido escritor español Don Joaquín Vidal. Dichos toros son tan revolucionarios como si hubieran inventado la noche que es de día o el día que es de noche. Son toros fuertes y flojos; bravos y mansos; toros que son toros y no son toros; toros imponentes que se van por las patas abajo en cuanto se trata de embestir; toros cojitrancos, flojiburro y está cachas; el toro capaz de tirar por los aires a un caballo acorazado con el complemento del tío que lo monta, su pata hierro, su castoreño, e incapaz de tenerse en pie; el toro parado que le pegan quinientos derechazos seguidos sin respirar; estos son los nuevos toros que salen en la mayoría de las ocasiones en las plazas de toros.

La tarde de ayer se volvió a repetir: los toros de José Julián Llaguno, por trapío nadie les podía poner reparo alguno. Ni en los grabados de La lidia eran tan agresivos y rozagantes, y hubo uno, al que Luis Miguel González le dio un puyazo en todo lo alto –el momento torero de la tarde– pero, por supuesto, llegaban al último tercio parados y defendiéndose tirando cornadas.

Cuesta arriba la pasó el joven Juan Pablo Llaguno con los toros de la casa. No entiendo la necesidad de quererse lucir con toros que son para lidiar. La lidia de los toros y el poderle a los toros tiene a su vez una belleza incomparable; en la misma forma Arturo Saldívar insistió hasta el cansancio en hacerle faena a toros inmóviles que no repetían. Se salvó de la quema el joven Ginés Marín, que con más sitio le cuajó a sus toros lances de recibo que calentaron la plaza: torería y rasgueo de guitarras; otra cosa. Hubo explosión de arte de este niño que llegará lejos. Y mientras los toros empujaban y no empujaban; embestían y no embestían; eran toros y no eran toros, los cabales dormíamos plácidamente con despertares tose que tose en el hombro de la vecina que nos dejaba hablando solos.