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Toros

Alarmante sucesión de fiascos ganaderos en la Plaza México

Toreras actuaciones de Fermín Rivera y Sergio Flores; merecen alternar con figuras

Muy serios pero mansos, los de Llaguno

Disparejos y deslucidos, los de El Vergel

Foto
Para Sergio Flores, el público demandó dos orejasFoto Cuartoscuro
 
Periódico La Jornada
Lunes 28 de noviembre de 2016, p. a49

Quien asesora a la nueva empresa de la Plaza México lo está haciendo mal o, si se prefiere, emulando al Cecetla, pues el público ha rechazado precios, combinación de carteles y frecuencia de festejos.

“Ai tienes tus soberbios josejulianes”, ironizó el sábado un aficionado al salir de la plaza. A lo que respondí: “Un toro puede ser bravo o manso, alegre o soso, parado o codicioso, pero primero tiene que ser un toro con cuatro años cumplidos y sus astas íntegras. Lo demás es cuento de figurines y ganaduros”.

¿Para qué refrescar San Mateo con el encaste español de Jandilla, si ambas son sangre Saltillo? El resultado fue que las reses de José Julián Llaguno, famosas por su bravura seca y acometividad sostenida, tras 20 años de veto volvieron a la Plaza México convertidas en impresionantes mesas con cuernos, indefinidas, paradas las más y defendiéndose, pues aquello del toro artista de Juan Pedro Domecq no ha sido, sino otra forma de amabilizar la tauromaquia.

Así, los sofistas de la fiesta sostienen que el toro con edad y trapío carece de movilidad, mientras que su remedo el novillón engordado da espectácu­lo, reducido éste a una embestida repetidora en la que la bravura es sustituida por la mera continuidad. Pero el problema sigue siendo de pundonor, de casta, de crianza y edad, no de peso.

En el extravagante cartel de la tercera corrida, ni Arturo Saldívar (27 años, seis de alternativa y 28 festejos este año), ni Juan Pablo Llaguno (20 de edad, dos de matador y cinco corridas en 2016), ni el gaditano Ginés Marín (19 años, sólo seis meses de alternativa y con 43 tardes antes de confirmar aquí), poco o nada pudieron hacer con sus respectivos lotes, que trajeron a mal traer a las cuadrillas, desacostumbradas a toros de esta catadura.

Con una entrada más pobre que la del cierre de novilladas –aquí no interesa el toro, a lo sumo dos o tres apellidos importados– y una terna diseñada casi por antitaurinos, los tres alternantes merecían otra combinación, pero donde mandan empresas adineradas no gobierna la afición.

No obstante que el sábado la empresa ofreció a los asistentes entrada gratis para el domingo, proporcional al número de boletos comprados, ayer la combinación fue igual de infame, con dos mexicanos que rehúyen las figuras y un buen prospecto español aquí desconocido, ante un encierro de El Vergel, disparejo de presentación, falto de bravura y deslucido, salvo uno.

Pero, insisto, había, entre otros, dos toreros mexicanos de muy altos vuelos que el empresariado mexicano se niega a poner junto con los consagrados de importación, lo que se tradujo en otra entrada que no llegó al cuarto de plaza.

Hicieron el paseíllo el potosino Fermín Rivera (28 años, 11 de matador y 17 corridas este año), el tlaxcalteca Sergio Flores (26 de edad, cuatro de alternativa y 18 tardes) y el español José Garrido (23, año y medio y 32 festejos en 2016), todos con disposición y pundonor.

Afortunadamente, Sergio Flores se topó con su segundo, Cumplido (496 kilos), que recargó en un puyazo y dio problemas en banderillas, pero al que llevó a los medios por suaves y efectivos doblones en los que descubrió el buen son del astado, al que toreó primero por largos y cadenciosos naturales, echando la muleta a los belfos y trayéndolo prendido en cada pase. Repitió color con la diestra y reanudó con la zurda, en alarde de colocación. Tras ceñidas bernadinas dejó un estoconazo en lo alto y el público pidió las dos orejas.

Por su torera y pundonorosa parte, Fermín Rivera literalmente logró sacar agua de las piedras, primero con un soso y débil al que obligó a pasar por ambos lados, evidenciando el poderío de su muleta y el afinamiento de su expresión, y luego, en derroche de maestría, haciendo lucir a otro manso pasador en un trasteo que parecía imposible. Dejó una entera y recibió merecida oreja. La nula colaboración de sus toros fue diametralmente opuesta a los esfuerzos de José Garrido.