Opinión
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Mala educación y peores augurios
M

uy mala educación demostró el titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) en su comparecencia ante los representantes populares de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, al dirigirse en forma ofensiva a la legisladora Araceli Damián, quien con abundancia de datos y cifras precisas, le demostró que de la pobreza del pueblo de México sabe poco o, si no es así, no tiene intención de hablar al respecto con datos duros. Además de su falta de tacto, de su aspereza, demostró estar desubicado; ignoro su carrera política, de seguro no ha sido diputado, pues de serlo hubiera entendido que se encontraba ante una comisión parlamentaria y que en ese momento participaba en un acto formal y regulado por la ley, que prevé colaboración y relaciones entre los poderes Legislativo y Ejecutivo.

No recordó o no ha oído hablar de las reglas parlamentarias, recomendable sería que leyera textos de don Felipe Tena Ramírez, constitucionalista mexicano que alguna vez escribió: El parlamento es cortesía, tolerancia, discusión política, tradición, es pues sistema exótico en régimen de caudillaje.

Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, reza la sabiduría popular, pues si podemos aceptar que la franqueza es algo inesperado en la práctica de la política, el funcionario en algunas partes de su discurso se pasó de franco, para algunos quizá rozó la frontera de la desfachatez cuando aceptó que está en su alto cargo como un operador político, es decir, reconoció que los recursos que maneja como secretario de Desarrollo Social, serán usados no en bien de los sectores de la colectividad que los requieren por encontrarse en lo que se ha llamado subdesarrollo, sino en favor de alguien que lo pone en el cargo para que opere, es decir, si nos atenemos al significado que tiene esta palabra en el lenguaje político: manipule, atraiga partidarios, sirva a aquel para quien opera; es decir, aceptó, en el fondo, que está al servicio no de los gobernados, sino de algún político o de un partido.

Otro mérito indirecto tuvo su nerviosismo y falta de cuidado al hablar con una académica de El Colegio de México, que además es representante popular; sus titubeos e información incompleta, su desbalance al contestar adjetivando en lugar de dar cifras y razones, son una muestra palpable de la mala situación del país y de lo impreparados que están en el gobierno para remontarla. Dejó en evidencia el nerviosismo de los dirigentes gubernamentales que no sólo ya no saben qué contestar, sino que tampoco saben ya qué hacer.

No exagero: muchos datos demuestran que el actual gobierno se encuentra perplejo ante los variados y abundantes problemas sociales, económicos y políticos a los que se enfrenta y responde sin razonar. En materia de seguridad y de combate a la delincuencia, a pesar del fracaso de la guerra frontal y del intento de resolución armada, no cambian la actitud y evaden combatir las causas de la delincuencia y de la violencia, que no son otras que la marginación, la falta de oportunidades y la educación deficiente de niños y jóvenes, derivada esta última, de un sistema educativo fallido que deja todo en manos de los maestros y los privan de los recursos necesarios para afrontar su responsabilidad.

La pobreza y la ignorancia son el caldo de cultivo de la proliferación de las bandas de delincuentes y del aumento en el número de los delitos de alto impacto, y quienes deben rencauzar y corregir sólo se les ha ocurrido incrementar las penas y multiplicar las amenazas. Ahora, volviéndose a tropezar con la misma piedra, pretenden mantener a las fuerzas armadas, Ejercito y Marina en labores propias de policías preventivos e investigadores; ese no es ese su papel, el error es evidente, pero quienes están a cargo se niegan a escuchar a conocedores de la materia, como el rector de la Universidad Iberoamericana, David Fernández Dávalos, que les ha recordado que de aprobarse el proyecto de ley para encuadrar a soldados y marinos en labores policiacas, es olvidar la guerra sucia de los años 70. No quieren entender que es preferible gastar en la prevención de los delitos que en su persecución.

Hay que leer los signos de los tiempos. Fue una torpeza cerrar un medio de comunicación, como sucedió con el programa de Carmen Aristegui; no les bastó, después del atropello, la agobian con demandas judiciales y finalmente alguien asalta sus oficinas para llevarse información y quizá para intimidarla a ella y a otros medios independientes de comunicación, como La Jornada, Proceso, radios comunitarias y otros similares.

La actitud de un secretario de Estado ante diputados de oposición es un indicador de lo que sucede; lo más grave radica en la ceguera de los funcionarios, quienes se creen sus propias mentiras y su publicidad, pero cuando se confrontan con ciudadanos o con representantes populares de oposición no saben qué hacer.