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Ver día anteriorMartes 29 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fidel
¡D

ictador!, se llenan aquí la boca los de la democracia ficticia del haiga sido como haiga sido; allá, los de la estirpe de Kissinger y las dictaduras militares. ¡Asesino!, gritan aquí quienes han permitido la tragedia de 150 mil muertos en 10 años; allá, quienes defienden la sangrienta política imperial y el bloqueo contra la revolución cubana. Las reacciones de Felipe Calderón o Jorge G. Castañeda aquí; las de Donald Trump o las damas de blanco allá, lo reflejan claramente.

Pero la ofensiva mediática es feroz y mis alumnos, los amigos de mis hijos no entienden nada. Si les dijeron siempre que era un dictador decrépito y sanguinario, ¿por qué el pesar de tantos? Habrá que recordarles que alguna vez los jóvenes soñaban con cambiar al mundo y que ese sueño tenía una ruta concreta y viable, un ejemplo. ¿Cómo recordarles ese ejemplo? Entre tantas maneras, elijo dos fragmentos del inmortal discurso de Fidel La historia me absolverá:

El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política, dijo tras exponer las seis leyes que un gobierno revolucionario apoyado en el pueblo pondría en práctica inmediatamente. En muy pocos años, el gobierno de la revolución resolvió cuatro de esos problemas, tal como los había presentado Fidel en el discurso, y parcialmente dos más (industrialización y vivienda). La democracia política, por supuesto, quedó pendiente, pero para nosotros, que vivíamos (y vivimos) en otra forma de antidemocracia, aquello no nos parecía entonces tan importante como la miseria o el analfabetismo.

Y preguntaba Fidel sobre la solución de esos problemas: “¿De dónde sacar el dinero necesario? Cuando no se lo roben, cuando no haya funcionarios venales que se dejen sobornar por las grandes empresas con detrimento del fisco, cuando los inmensos recursos de la nación estén movilizados…

No, eso no es inconcebible. Lo inconcebible es que haya hombres que se acuesten con hambre, mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar; lo inconcebible es que haya niños que mueran sin asistencia médica, lo inconcebible es que 30 por ciento de nuestros campesinos no sepan firmar, y 99 por ciento no sepa de historia de Cuba; lo inconcebible es que la mayoría de las familias de nuestros campos estén viviendo en peores condiciones que los indios que encontró Colón al descubrir la tierra más hermosa que ojos humanos vieron. Pocos años después del triunfo de la revolución, todos los campesinos sabían firmar y los niños no morían por falta de asistencia.

Ese era el ejemplo cubano. La prueba de que era factible abatir las grandes injusticias de nuestros países. La prueba de que la revolución era posible. El lema del Che Guevara, el deber de todo revolucionario es hacer la revolución, era una invitación a la acción consciente. Para ellos la revolución no se circunscribía a la transformación de las condiciones de vida. Su tarea última era la creación de un hombre nuevo que debía construirse simultáneamente en la educación y en la práctica (el trabajo voluntario, el trabajo sin más exigencia que la satisfacción del deber cumplido, la actitud de los guerrilleros y combatientes tomada de la experiencia de la Sierra Maestra). Ideas que no se basaban en una concepción romántica de la naturaleza humana, sino en una posibilidad real derivada de la experiencia cubana.

El hombre comunista debe ser necesariamente un hombre interiormente más rico y más responsable, vinculado a los otros hombres por una relación de solidaridad real, de fraternidad universal concreta; un hombre que se reconoce en su obra y que, una vez rotas las cadenas de la enajenación, alcanza su plena condición humana (Michel Lowy, El pensamiento del Che Guevara, p. 27).

Hoy, para muchos, ese sueño ha naufragado (en parte por el hundimiento del socialismo real y la agresión permanente de Estados Unidos; pero también por problemas propios del experimento cubano, entre los que destaca la ausencia de democracia). Hoy no puede plantearse una alternativa global al capitalismo sin hacer una profunda crítica histórica de los errores (y los crímenes) del socialismo realmente existente, incluido el cubano: Pero hoy tampoco aceptamos el fin de la historia ni el fin de la utopía. Tampoco nos resignamos ante el mundo tal cual es. Y en la búsqueda de nuevas alternativas, debemos retomar críticamente mucho de lo hecho por el pueblo cubano y sus dirigentes.

Hasta siempre, comandante.

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