Opinión
Ver día anteriorMiércoles 30 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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En la FIL
E

stuve en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara el fin de semana. ¡Vi tantos libros, y tan bien presentados! Vi a los editores, espléndidos algunos, buenos otros... esforzados todos. Conocí también a bastantes lectores, que acompañé a escuchar a algún autor que nos interesaba. Firmé algunos libros en la editorial, y reconocí con gusto que muchos de los que compran lo hacen por interés en el tema, antes que por juicios respecto de autores. Vi a jóvenes estudiantes tomándose fotos cerca de libros o cerca de autores.

También pasé algunas horas en el puesto de mi editor, en Era. Ver todo el catálogo de la editorial expuesto, y atestiguar, a partir del conjunto del acerbo, el modo cuidadoso en que cada libro fue escogido, y saber de primera mano la forma en que cada uno ha sido puntillosamente corregido, es algo verdaderamente emocionante. La editorial ERA es una ventana a la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo XX y del XXI. Su catálogo es una auténtica escuela. Me dieron ganas de leer. A veces de releer.

Difícilmente puede apreciarse mejor la magnitud del esfuerzo de editores, diseñadores, autores, ilustradores e impresores que en la Feria de Guadalajara, donde cada editorial trae lo suyo. Donde cada editorial presenta novedades, y donde el público lector tiene la oportunidad de ver, escuchar y conocer a tantos autores.

Entrando a la feria está el grandioso puesto del Fondo de Cultura Económica, con su catálogo inigualable. El Fondo ha sido el manantial cultural de toda América desde su fundación, con aquel compromiso con lo que, desde principios del ’19, Goethe llamaba la literatura mundial: habitamos un mundo cultural que no está confinado por lo nacional, y que necesita de esfuerzos cuidadosos, amorosos, de traducción. A la vez, la editorial ha mantenido un compromiso con el proceso cultural interno de México y de toda América Latina, más quizá que ninguna otra. Puede servir de eslabón entre generaciones y de referencia que cruza los países del sur: yo crecí leyendo libros del Fondo, cierto, pero mis padres también los conocieron desde Chile. El Fondo ha sido artífice del movimiento del espíritu en lengua española. Ver lo bien que está, ver sus nuevos títulos y autores, junto a reimpresiones de tantos viejos, es entusiasmante y conmovedor. El Fondo es un manantial de agua fresca para la cultura latinoamericana, que está en este momento tan llena de temores e incertidumbres. Un referente y guía en tiempos en que se necesitan la reflexión, el ánimo, la seriedad y la alegría.

Al lado de esta clase de joya o tesoro, como pueden ser Era o el Fondo, de aquellos reservorios de consciencia colectiva y compromiso con la idea misma del ser del editor como guía, hay tantas iniciativas entusiasmantes, grandes y pequeñas, que lamenté sólo poder estar dos días. La FIL revela a la lengua española como hogar y punto de vista. Y demuestra de forma fehaciente la forma en que cada libro inventa a sus lectores. Demuestra que los autores no inventan sus libros solos. Que no hay un libro sin otros libros: antecesores, compañeros, rivales, amigos, maestros, imitadores. Que no hay autor sin otros autores. Pero también que no hay autor sin la materialidad del libro, y esto significa casi siempre –aunque no siempre– editores, diseñadores, expertos en la web, conocedores de calidades de papel y encuadernación. Diseñadores, vendedores, agentes. Todo un mundo que está escondido cuando un joven manosea, ojea o lee un libro, pero que está a ojos vistas en la Feria.

Cada libro inventa su lector. Cada lector recrea al libro. Olvida al libro. Descubre al libro. Vuelve al libro. Traiciona al libro. Ama al libro. Siente culpas frente al libro. Le pesa el libro. Se refresca en el libro. Cada libro inventa su lector, sí, pero cada lector se inventa a partir de sus lecturas. De sus lecturas desordenadas u obsesivas, fugaces o detenidas, inseguras o soberbias, abiertas o cerradas.

Cuando llegué a la FIL imaginé que me sentiría agobiado y abrumado por tanto libro. Oprimido, seguramente. No me sentí así. Al revés. Sentí una enorme alegría, y una sensación de compañía humana. La compañía de quienes vamos entendiendo, poco a poco, que navegamos en el lenguaje, que nos construimos en el idioma. Amar el idioma es amar las posibilidades mismas de la vida.