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Rescribir la crueldad
V

eintitrés años tenía el ingenioso hidalgo don Miguel de Cervantes Saavedra, cuando el 29 de mayo del año de gracia de 1871 se aprestaron en potente liga para combatir al gran turco Selim; el Sumo Pontífice, Felipe II y la veneciana república. A la sazón paseaba sus ocios por la Corte de las Españas, de regreso de Italia, donde sirviera de camarero al cardenal Aquaviva, el joven y soñador, que anheloso de gloria se alistó como soldado –huyendo de la justicia–, ya que según dijo en sus Persiles no había mejores soldados que los que se trasplantaban de los estudios a los campos de la guerra. Ninguno salió de estudiante para soldado que no lo fuese por extremo; porque cuando se avienen y se juntan las fuerzas con el ingenio y el ingenio con las fuerzas, hacen un compuesto milagroso. En quien Marte se alegra, la paz se sustenta y la república se engrandece. Emilio Carrére.

Y allá fue nuestro hidalgo como soldado en las galeras de Marco Antonio Colona y á las órdenes del bastardo don Juan de Austria y luchó bizarramente al abordaje con los tripulantes de los bajeles otomanos en aguas del golfo de Lepanto en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlos V, de felice memoria, como dijo 42 después en su prólogo de las Novelas ejemplares, donde al hablar de la herida que en la memorable batalla naval lo dejó manco de la mano izquierda, asegura que fue lesión que aunque pareciese fea, él la tuvo por hermosa, en gracia al éxito de la cruenta pelea.

Cuando Cervantes en el hospital de Mesina, de nuevo se incorporó á las armas, no obstante su manquedad, respondiendo á sus bélicos entusiasmos y el relato fidedigno de sus nuevas proezas es el que en el capítulo XXXIX de la primera parte de su grandiosa obra pone en boca del cautivo. Formó después en los famosos tercios napolitanos y al regresar á España, embarcado en la galera El Sol en 1575 cayó en poder de los piratas moros el día 16 de septiembre, siendo conducido á Argel, donde duró su cautividad cinco años y medio –y cuatro intentos de fuga– como esclavo del cruel renegado griego Dali Mami, El Cojo, primero, y de Asan Agá, rey de Argel, después, y en aquella dura escuela aprendió el glorioso manco de Lepanto á tener paciencia en las adversidades.

Por 500 escudos de oro y nueve doblas, éstas solicitadas por los oficiales de la galera de Asan Agá, rescató á Miguel de Cervantes Saavedra de su duro cautiverio el padre fray Juan Gil, de la orden de la Santísima Trinidad, de la que Cervantes, en pago de la gratitud, hizo cumplidos elogios en las páginas de su novela ejemplar La española inglesa.

De regreso a España dedicó Cervantes su peregrino ingenio al servicio de las letras y colgó sus aguerridas armas, de las que dijo luego: “que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades se aseguran los caminos, se despojan los mares de corsarios y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y la confusión que trae consigo la guerra, el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus privilegios y de sus fuerzas y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe estimarse más.

Cervantes soldado, hermanó el fragor de las batallas con la amenidad de las letras. En armas y letras fue inmortal. El manco gallofero –Capitán Fontibre.