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Para sentarse a leer
L

as colecciones de libros tienen dos buscadores: quienes sucumben a la tentación de formarlas, y los lectores ávidos de encontrarse con ellas.

Hay quienes soñamos con formar determinada colección de libros, y las clasificaciones con las que fantaseamos, aparte de variadas, son muchas. Sin embargo, pocos son los que se atreven a dar forma a una colección de libros clásicos, entre otras razones porque el término clásico no acaba de ajustarse a una designación, pero básicamente porque meterse con los clásicos requiere más que un conocimiento profundo de la literatura, un atrevimiento. Quien forma una colección de libros clásicos corre el riesgo de quedar insatisfecho o ser blanco de reclamos imperdonables.

En lo particular, llevo de 2001 a la fecha, 15 años, preparando una colección específica de libros y, aunque tengo ya una versión terminada de mi proyecto, no me animo a ofrecerla al editor. No dejo de temer críticas altivas a mi selección. ¿O resulto demasiado pretenciosa al confesarlo?

Comoquiera que sea, me declaro una lectora cautiva de las diferentes colecciones de libros. Para referirme a colecciones cercanas a nosotros en el tiempo y en la lengua, daré tres ejemplos, divididos por tema. Así, enuncio mi apego hacia la colección El séptimo círculo, de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares sobre literatura policial, o a la de la Universidad Nacional Autónoma de México, llamada Nuestros clásicos, que durante años dirigió Augusto Monterroso. También pienso en la colección fundada por Sergio Pitol en la Universidad Veracruzana, y que consiste de obras de literatura universal traducidas por él mismo.

Diré además que una colección también es una antología, o viceversa. De modo que se puede hablar de un libro que contenga una antología de tal género. Pero, más corta o más extensa, la selección es lo importante, el criterio, el gusto que sigue el formador de una de estas invitaciones a leer. De esto se puede inferir que no hay colección ni antología perfecta, lo que debería tranquilizar a un antólogo respecto a la crítica que pudiera acusarlo de omisiones o hasta condenarlo por la pobreza de su juicio.

La colección que tengo a punto para el editor es más bien una antología de lecturas de libros determinados con los que se podría armar una colección y hasta una biblioteca, o un curso sobre literatura de tal época, clasificada según tales parámetros y orden.

Mientras que quizá la motivación general de un antólogo o un formador de colecciones se refiera a la generosidad, la de un lector de antologías y colecciones de libros en general alude más bien a una carencia. El que tiene mucho, da; el que no tiene nada, pide. El que sabe mucho, si es generoso, comparte su conocimiento; el que no sabe nada, si es humilde, acepta estar ávido de conocer y de saber. Y qué mejor, para este lector que toparse con una antología o con una colección de libros, ideada por alguna reconocida autoridad, para saciar su carencia de conocimiento. Pero debo añadir que, el ingrediente esencial de esta generosidad y de esta carencia es, o debe ser, el placer. Porque no se trata de recorrer ningún camino arduamente, sino de transitar placenteramente a lo largo de él; es decir, lecturas que, aparte de todo el conocimiento que se quiera, le causaron placer al formador de una colección o de una antología y que deberán causarle, aparte de todo el conocimiento que se quiera, placer estético al lector.

La Secretaría de Cultura, a través de su Dirección General de Publicaciones, lanzó una colección de libros llamada Clásicos para hoy, de la que tengo enfrente tres títulos: las novelas La casa de los siete tejados, de Nathaniel Hawthorne, y Benito Cereno, de Herman Melville, y los cuentos La mañana de un terrateniente y la Historia de un caballo, de Lev Tolstói. Se trata de obras que, si no son las que hicieron clásicos a sus autores, son más accesibles que éstas para un lector que busca armar una biblioteca representativa, pero accesible y con deleite de principio a fin. O pueden verse como preparación para los títulos más identificables de sus autores. Así, Benito Cereno gustará al lector y lo preparará para la lectura de Moby Dick; o La casa de los siete tejados, de Hawthorne, para La letra escarlata; o La mañana de un terrateniente y la Historia de un caballo, de Lev Tolstói, para Ana Karénina o Guerra y Paz.