Opinión
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México SA

Carstens, el nerviosismo

Capitales golondrinos

Salario mínimo = pobreza

A

ún no termina de hacer maletas ni de acondicionar su oficina en el Banco de Pagos Internacionales (BPI, con sede en Basilea, Suiza), pero la profecía de Agustín Carstens comienza a cumplirse, y no precisamente para bien del país: dos años atrás el todavía gobernador del Banco de México advertía sobre el peligro de una reversión de capitales (léase salida masiva de capitales golondrinos) como resultado del incremento de la tasa de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos, y el golpe sería no sólo por la fuga de dinero, sino porque éste se encontraba invertido en bonos de la deuda interna del gobierno federal.

A finales de octubre de 2014 el afamado doctor catarrito lo expuso así durante su participación en el foro México Cumbre de Negocios: cuatro de cada diez dólares (40 por ciento) de la deuda emitida por el gobierno federal en el mercado interno está en manos de extranjeros, y el problema es qué va a suceder cuando la Reserva Federal de Estados Unidos revierta su política de reducción de tasas de interés, puesta en práctica después de la crisis de 2008. Y lo que puede suceder es que haya una reversión de capitales. Ante ese panorama, decía, uno se pone nervioso.

Pues bien, aquella predicción del futuro gerente del BPI comienza a tornarse en realidad, y en lo que va del presente año inversionistas extranjeros retiraron recursos por 132 mil 469 millones de pesos, que mantenían en valores emitidos por el gobierno federal para financiarse en el mercado interno, de acuerdo con datos del Banco de México. La salida de recursos ocurrió a medida que aumentó la expectativa de mayores rendimientos en Estados Unidos, por el alza de las tasas de interés en ese país, las cuales, de acuerdo con analistas, seguirán elevándose en los próximos meses. La disminución es equivalente a 6.2 por ciento del monto de la inversión extranjera en bonos gubernamentales al comienzo del año, de acuerdo con los datos del banco central (La Jornada, Roberto González Amador).

En la ocasión citada, Carstens detalló que los inversionistas extranjeros acaparaban 40 por ciento de la deuda interna del gobierno federal (no considera a todo el sector público), que al cierre de septiembre de 2016 equivalía a cerca de 2 billones de pesos. Se espera que antes de que concluya el presente año la Reserva Federal de Estados Unidos decida incrementar su tasa de interés, lo que –en la mecánica descrita– sólo incrementaría la reversión de capitales, o si se prefiere, en términos muy llanos, la salida de capitales golondrinos.

Al cierre del tercer trimestre de 2016, de acuerdo con las cifras de la Secretaría de Hacienda, la deuda interna total neta se aproximó a 5.1 billones de pesos (millones de millones), pero si sólo se considera el débito en valores gubernamentales (Cetes, Bonos de Desarrollo, Udibonos, etcétera), entonces dicho saldo se acerca a 4.9 billones. De este último monto, alrededor de 2 billones están en manos de inversionistas extranjeros, es decir, de quienes, con la mano en la cintura y sin restricción alguna, en cuestión de minutos pueden depositarlos en otras latitudes.

Así, el nerviosismo de Agustín Carstens –quien lo publicitó dos años atrás– no sólo es justificado, sino que el país corre el riesgo de registrar una masiva salida de capitales que en nada ayudaría a reflotar el barco. Para dar una idea de qué se trata, esos 2 billones de pesos equivalen a casi 40 por ciento del Presupuesto de Egresos de la Federación para 2017. Todo ello en espera de la decisión que tome la Reserva Federal de Estados Unidos antes de que concluya 2016.

La única herramienta medianamente efectiva que la autoridad monetaria tiene a la mano y, por lo mismo, el gobierno federal, es incrementar de nuevo las tasas internas de interés, es decir, pagar mucho más a los inversionistas extranjeros para que mantengan sus dineros en México, sin importar que ello repercuta en los escuálidos habitantes de este país, endeudados hasta el cuello por necesidad propia y/o por las facturas que inmisericordemente le pasa la clase político-económica.

No queda mucho tiempo. Habrá que esperar la decisión de la Reserva Federal antes de que concluya 2016 y, en consecuencia, la reacción del Banco de México, cada día más nervioso, mientras en la Secretaría de Hacienda todo lo ven color rosa.

Y si de este último tono se trata, en Los Pinos y zonas afines están locos de contento, porque, dicen, el poder adquisitivo del salario mínimo se incrementó 15 por ciento en lo que va del sexenio peñanietista, aunque a todas luces –tal vez por el entusiasmo– se les olvidó restar la inflación en el mismo periodo, que fue (la oficial) de 12.83 por ciento. Así, el motivo para celebrar de inmediato desaparece.

De diciembre de 2012 a octubre de 2016 el salario mínimo aumentó –por decirle así– diez pesos (2.5 como promedio anual) y pasó de 63.07 a 73.04 pesos por día. El incremento nominal, en efecto, es de 15.81 por ciento, pero si se le resta inflación, entonces en el mejor de los casos, y sólo en él, la recuperación real habría sido de 2.98 por ciento (a razón promedio anual de 0.74 por ciento).

Sin embargo, el discurso oficial no se fija en pequeñeces, y el secretario de Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, presume que con el reciente aumento a los salarios mínimos, este factor recuperó, en lo que va del sexenio, 15 por ciento respecto de la pérdida de poder adquisitivo de 75 por ciento, registrado desde los años setenta. Falta mucho por hacer y, en ese sentido, el avance en la recuperación del poder de compra no es (todavía) para sacar matracas.

Así es: ni matracas ni nada, pero sí mucha cara dura, porque con todo y el aumento autorizado para 2017 el salario mínimo se mantiene como ancla del desarrollo y uno de los principales factores para que la fábrica nacional de pobres mantenga su producción a todo lo que da. Con 2 mil 400 pesos al mes nadie queda fuera de la pobreza; por el contrario, quien por primera vez participe en el mercado laboral –el formal y el informal– y obtenga esa cantidad, entonces tiene pase automático al de por sí voluminoso ejército nacional de depauperados.

Las rebanadas del pastel

Donde sí hay matracas es en la clase política, pues en materia de salarios, bonos, aguinaldos y conexos sus integrantes se sirven con enorme cucharón, y cada día que pasa lo hacen aún más grande… El billete verde se mantiene en las nubes, y ayer se vendió hasta en 20.90 masacrados pesitos.

Twitter: @cafevega