Opinión
Ver día anteriorViernes 16 de diciembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
10 años de violencia sin aparente solución
E

videnciado el fracaso de las prácticas de Felipe Calderón y el actual gobierno para reducir la violencia, es hora de mirar el desastre de otra manera. Calderón cometió el enorme error de iniciar una guerra a ciegas y en estos diez años hemos visto cómo nos evolucionamos del crimen organizado a la violencia generalizada.

Un día 11 de diciembre de 2006, Calderón ordenó a su secretario de la Defensa Nacional, general Galván Galván, diseñar un plan para combatir al narcotráfico. Lo hizo sin un estudio de base y sin pedir opinión a su procurador general de Justicia, su asesor en materia de legalidad, ni a su secretario de Gobernación, su asesor en materia de pertinencia política. Decidió sin una visión trascendental e histórica. En una gran irresponsabilidad no supo lo que ordenó.

Lógicamente el resultado de tal instrucción fue la orden de operaciones (término militar) para iniciar una guerra. La disposición se llamó Directiva para el Combate Integral al Narcotráfico 2007-2012 larga de 37 páginas. Fue el inicio de una de las estupideces políticas más relevantes que se recuerde. La directiva instruyó a las tropas realizar acciones contundentes con amplia libertad de acción e iniciativa señalando el peligro de que los narcos ocurran a realizar actos tendentes a consumar espionaje, sabotaje, terrorismo, rebelión, traición a la patria, genocidio, en contra de los Estados Unidos Mexicanos en el territorio nacional. Así, Calderón estaba servido. Su guerra estaba en marcha. (1)

Ese equívoco permite reconocer que en la toma de decisiones políticas no siempre se calcula lo irreversible de ciertos actos. No se considera en el marco histórico la gravedad de lo iniciado. Suelen ser procesos que no pueden dar marcha atrás hacia la situación original, dando lugar a imprevistas tribulaciones. Ejemplos sobran, uno: La pretensión de capturar al Consejo Nacional de Huelga en Tlatelolco, aquel 2 de octubre de 1968.

Diez años después de tal estulticia estamos al borde de perder el control territorial nacional. Forzados hemos cedido un gran espacio que la violencia ganó a algunos gobiernos estatales que son sólo figuras. Así se antoja parafrasear un enunciado del geopolítico inglés John Mckinder diciendo: quien controla el terreno controla la situación y en amplios espacios del país el terreno es controlado por la violencia, prefacio de la ingobernabilidad.

Crece el consenso sobre que a los gobiernos les ha faltado firmeza en materia de prevenir y reprimir la violencia, la que avanza cada día a pesar del discurso oficial. Los gobiernos se limitaron a aplicar paliativos. Hace cinco años la UNAM advirtió que las acciones del gobierno federal en materia de combate a la criminalidad carecen de soporte teórico y de una visión integral coordinada(2). Calderón sencillamente lo ignoró.

El deterioro nos ha llevado a que el narcotráfico, sin menguar en su letalidad, sea sólo una parte del problema. Está en pleno surgimiento una lastimosa criminalidad social, pregúntese a la senadora Guevara. Venganzas inter bandas, justicia por propia mano o delinquir a cambio de mucho o de poco lucro, se está convirtiendo crecientemente en un modus vivendi. Los gobiernos no supieron advertir tal mutación, la que en certeras palabras del general Cienfuegos no se resuelve a balazos.

Este proceso de cambio histórico del perfil del país demanda con inexcusable apremio y antes de tomar más decisiones aisladas y precipitadas, el saber objetivamente en dónde estamos, a dónde iríamos de seguir así y a dónde y cómo queremos ir como la nación deseada. Es forzada la aceptación de la verdad de que la violencia avanza indetenible y que es inaceptable como pronóstico para el país.

Se reconoce que el gobierno federal cada día estará más constreñido para tomar grandes decisiones. Lo que si puede, en un acto mayúsculo de honestidad, es promover un estudio de la situación con cargo a académicos, asociaciones y personas interesadas y producir propuestas trascendentales. Una meditación de tal magnitud demanda no de dos semanas. Si su alcance es el que exige la situación, sería una labor de un trabajo metódico e incluyente.

Los mayores retos son verdaderamente de alta cocina y pasan con mucho por transformar al gobierno, y ahí surgirían los atavismos, egos, intereses y obcecaciones. Por eso es una tarea mayor. Si lo anterior parece irreal, lo que sí resulta indiscutible es la amenaza de convertirnos en un país volcado en la miseria moral, jurídica y de la vida comunal.

Hemos sido insuficientes ya por 10 años. Pensar en tener un sistema integral con autoridades federales y locales corresponsables y una policía competente en menos de ese mismo plazo es imposible. Es exactamente el plazo que se ha perdido. La realidad que al presente vivimos superó toda previsión. La nación está en una encrucijada de muy grave riesgo. ¿Entonces?

(1) Con datos de Estado de emergencia, Carlos Fazio, Grijalbo. 2016

(2) Proceso. 5 septiembre 2011