17 de diciembre de 2016     Número 111

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada
 
Agroecología, Campesinado
y América Latina
A 20 años de distancia, los primeros agroecólogos reflexionan

Gabriela Arias Hernández, Laura Gómez Tovar, Luis Martínez Villanueva, José Valdovinos Ayala, Antonio Marín Martínez, Obeimar Balente Herrera, Joel Velazco Velazco

Pensar en la agroecología es pensar en resistencia, identidad, coevolución cultura-naturaleza, interacciones ecológicas, conocimiento científico, investigación, sabiduría ancestral y soberanía alimentaria.

Este texto es una reflexión colectiva que representa el pensar y el transitar a 20 años de distancia de los primeros agroecólogos egresados de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh), esta noble institución que es uno de los primeros espacios en América Latina que impulsó la docencia en Agroecología adscrita a una institución pública.


Efraím Hernández Xolocotzi
FOTO: Archivo Efraím Hernández Xolocotzi, Colegio de Postgraduados

Aquí aprendimos que para la academia la agroecología es la aplicación de conceptos y principios ecológicos para el diseño y manejo de agroecosistemas sostenibles, tal como lo afirmaba Stephen Gliessman en 2002, quien después, en 2007, diría que es la aplicación de conceptos y principios ecológicos para el diseño y manejo de agroecosistemas y sistemas agroalimentarios sostenibles. Pero cuando la academia la nombró y la describió, la agroecología ya estaba ahí; cuando llegaron los españoles, la agroecología ya estaba ahí como un sistema complejo protegido por los mitos y rituales, esos códigos de transferencia transgeneracional del conocimiento acumulado por la aplicación de lo observado, que lograron su resguardo sincretizados con el catolicismo.

Cuando llegó la “revolución verde”, la agroecología en silencio permaneció ahí, mermada por la racionalidad instrumental económica disfrazada de seguridad alimentaria que otorgó el Premio Nobel de la Paz a Norman Bourlaug en 1970; en cada una de las crisis económicas, la agroecología ha estado ahí con sus quelites, su milpa, su haba, su frijol, que no serían sin la población-cultura que los tolera, promueve, cultiva y los ofrece a otras y a otros. Tan necesaria hoy día, cuando la economía mundial está al servicio del uno por ciento de la población que detenta sin pudor un poder que hurta por igual a los seres humanos y a los ecosistemas.

En el marco del contexto anterior, la investigación agroecológica ha retomado temas cruciales como:

  • Movimientos sociales: campesinos, indígenas y urbanos ligados a la defensa de la tierra, el territorio y la soberanía alimentaria.

  • La etnoecología, a la que el maestro Efraím Hernández Xolocotzi y sus alumnos colocaron con inteligencia en la academia contemporánea.

  • La investigación multidisciplinaria, interdisciplinaria y transdisciplinaria para abordar desde la complejidad el origen ontológico de la problemática socioambiental.

  • El diseño y rediseño de agroecosistemas sustentados en la agrobiodiversidad y las interacciones ecológicas, y no en la sustitución de insumos.

  • Procesos de adopción de las técnicas agroecológicas.

  • Avance de las cadenas agroalimentarias sustentables o cadenas cortas de comercialización.

  • Desarrollo de mercados orgánicos, alternativos y solidarios que tienen como meta la producción, transformación y rescate de conocimientos local.

  • La certificación participativa o alternativa.

  • El comercio justo.

  • Las escuelas campesinas.

Todo lo anterior está ligado a una agricultura donde prevalezcan en mayor o menor medida los principios de productividad, estabilidad, equidad social, autonomía y sostenibilidad (resiliencia socio-ambiental) planteados por Gordon R. Conway desde 1986.

De forma similar, Miguel Altieri (2012) ha planteado lo siguiente como condiciones fundamentales que garanticen la práctica de la agroecología:

  • Aumentar el reciclaje de biomasa, con miras a optimizar la descomposición de materia orgánica y el ciclo de nutrientes a lo largo del tiempo.

  • Proveer las condiciones de suelo más favorables para el crecimiento vegetal, en particular mediante el manejo de la materia orgánica y el mejoramiento de la actividad biológica del suelo.

  • Fortalecer el “sistema inmunológico” o sistema de defensa de los sistemas agrícolas, mejorando la biodiversidad funcional (los enemigos naturales, antagonistas, etcétera).

  • Minimizar las pérdidas de energía, agua, nutrientes y recursos genéticos mejorando la conservación y regeneración de suelos, recursos hídricos y la diversidad biológica agrícola.

  • Diversificar las especies y los recursos genéticos en el agroecosistema en el tiempo y el espacio a nivel de campo y del paisaje.

  • Aumentar las interacciones biológicas y las sinergias entre los componentes de la biodiversidad agrícola, promoviendo procesos y servicios ecológicos claves.

Estos principios agroecológicos toman diferentes formas tecnológicas; es decir, se trata de elegir las mejores técnicas agroecológicas (composteo, vermicomposteo, barreras vivas, cultivos trampa, ilisotores, asociación y rotación de cultivos, etcétera), dependiendo de las circunstancias biofísicas y socioeconómicas de cada agricultor o de la región.

Hoy la acumulación por despojo está desarticulando las estrategias para la supervivencia y la organización de esta economía para la vida conceptualizada por Franz Josef Hinkelamer (2013), y que ha sido persistente en las articulaciones sociales de las comunidades; esta apuesta por la reproducción de la vida está en riesgo de quedar como reminiscencia, como las reliquias circunscritas a pequeños espacios energéticos de buenas prácticas… si no fuera por esos necios que persisten en respuestas silenciosas o estruendosas de aquellos y aquellas que se niegan a pensar que es más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, tal como lo plantea Slavoj Žižek (2000).

En México, las reformas estructurales (sobre todo la energética) afectan de forma directa la autonomía de los pueblos, el derecho humano de acceso al agua, el uso y disfrute de su territorio, además de promover la explotación y contaminación de manera irreversible de los recursos naturales. Acompañar a los productores campesinos y a los productores indígenas en la defensa de su territorio y de su forma de vida significa resguardar no sólo la parte biológica sobre las cuáles tiene sus bases la agroecología, sino también la parte cultural y social que las comunidades conservan como conocimiento y que indudablemente se perderá si persiste el modelo extractivo.


Miguel Altieri

Un ejemplo es la reivindicación de diversas organizaciones sociales indígenas, campesinas, urbanas –y todas ellas combinadas– que apuestan a la soberanía alimentaria; al derecho a decidir cuándo, qué y cómo producir, enarbolado por diversas organizaciones campesinas, entre ellas Vía Campesina, la cual considera que no puede desmarcarse de la agroecología, pues constituye una alternativa a las corrientes de pensamiento en torno al sistema alimentario mundial que no se reduce sólo a la seguridad del acceso, se asume más como una autonomía para la vida.

Esta visión incorpora aspectos como el acceso a la tierra y a los mercados alimentarios internacionales y locales, la reforma agraria y la protección y el manejo con buenas prácticas de la biodiversidad. Todo ello enfocado a producir alimentos con los recursos locales disponibles y mejorar así las condiciones alimentarias de las poblaciones más pobres, a la par de la lucha contra el hambre en un mundo globalizado y con el alimento mal distribuido.

Las experiencias agroecológicas son variadas y a diferentes escalas. A continuación abordamos algunos temas en donde los agroecólogos hemos incursionado.

La agricultura urbana, periurbana, permacultura

Hoy existe un movimiento multicolor que empuja a una reconstrucción de las ciudades con agricultura urbana y periurbana; es un reto mayor, pues el ambiente urbano es complejo y diverso, y practicar la agricultura ahí pide un mayor grado de diseño y planificación. La agricultura urbana tiene ventajas propias y constituye una solución interesante no solamente desde el punto de vista alimentario, sino también en términos del mejoramiento de la calidad de vida y la huella ecológica de las ciudades.

Con su capacidad multifuncional aporta: a) una cultura vivencial de la alimentación, b) el acceso a productos frescos y en su estado óptimo de consumo, c) la reducción en el costo de transporte y almacenamiento, d) la permanencia o generación de un identidad, e) generación de ingresos y economías alternativas, f) reconstrucción del tejido social y g) la reutilización de desechos urbanos. Puede consultarse: Arias Gabriela, 2011.“Agricultura urbana y desarrollo sustentable: algunas experiencias en el centro de México”. En: B. Canaval., G. Arias (Editoras).Construyendo ciudades sustentables con agricultura urbana (pp. 32-36). Ciudad de México, México. SEDEREC.

El caso de La Habana es de particular relevancia por sus aspectos tanto socioeconómicos como culturales. La práctica de la agricultura urbana resuelve 60 por ciento del abasto en hortalizas (Cary Cruz, 2016) en esta ciudad y, además de haberse constituido como modelo para replicar en América Latina, también sirve de ejemplo para entender concretamente la noción de “buen vivir”.

En Argentina la crisis económica de 2001 impulsó la creación de un Programa de Agricultura Urbana en la municipalidad de Rosario, que contó desde su inicio con el apoyo de una entidad no gubernamental, el Centro de Estudios de Producciones Agroecológicas (Cepar). Su objetivo principal ha sido promover un proceso de construcción de desarrollo endógeno, a partir de estrategias participativas y solidarias de producción, transformación, comercialización y consumo de alimentos sanos. Desplegar todas las potencialidades locales, construir colectivamente conocimientos y democratizar las oportunidades son también propósitos de este programa (Ponce, 2011).

Mexicanas y mexicanos de entidades gubernamentales, organizaciones no gubernamentales (ONGs), organizaciones locales y universidades, en un complejo y en ocasiones adverso contexto, realizan múltiples acciones, con constancia y compromiso, que impulsan y promueven la agricultura urbana en diversas ciudades, la cual en 2014 se convirtió en una política pública impulsada desde la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), con el programa denominado Agricultura Familiar, Periurbana y de Traspatio, y desde 2004 por el gobierno del Distrito Federal –ahora Ciudad de México– que destinó por primera vez siete millones de pesos para su impulso, por medio de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec).

La Red Latinoamericana de Investigación-Acción en Agricultura Urbana y Periurbana reivindica la producción histórica que ha sobrevivido a pesar del avance de las ciudades y aquella trasladada por los migrantes. Los aportes de la agricultura urbana son múltiples, pero existe uno fundamental que radica en la transformación de las áreas mayoritariamente consumidoras en pro-consumidoras, lo que permite sensibilizar a la sociedad urbana en el tema pues, por ejemplo, alguien que produce su propio jitomate no volverá a verlo de la misma forma en el mercado, dado que conocerá las energías que el campesino destina para obtenerlo. Este vínculo será una aportación más para transformar el sistema alimentario mundial.

La agricultura orgánica

Es entendida como aquella que promueve los principios planteados por la Federación Internacional de Movimientos en Agricultura Orgánica (IFOAM, Bonn, Alemania): salud, ecología, equidad y precaución, y va en aumento; hoy se propone como reto privilegiar a lo local minimizando a esa agricultura orgánica que sólo sustituye insumos y está destinada a los consumidores con poder adquisitivo nacional o extranjero.

El aumento de la agricultura orgánica en el país es considerable; pasó de 21 mil 265 hectáreas en 1996 a 512 mil 246 en el año 2012, incorporando 169 mil 570 productores que en más de 90 por ciento pertenecen al rango de pequeños productores que tienen cada uno en promedio 2.5 hectáreas, con una participación mayoritaria de más de 20 grupos indígenas (83 por ciento), como lo ha documentado durante varios años Laura Gómez y los investigadores del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias para el Desarrollo Rural Integral (CIIDRI).

Sobresalen los esfuerzos de grupos campesinos, organizaciones no gubernamentales y otros actores de la sociedad civil en crear mecanismos de verificación de lo orgánico que no dependan de las agencias certificadoras. En América Latina nació la certificación participativa o Sistemas Participativos de Garantía. En Brasil, por ejemplo, más de 300 mercados locales o ferias agroecológicas son verificadas bajo este proceso colectivo en que participan consumidores, ONGs y productores.


Steve Gliessman
FOTO: Center for Agroecology & Sustainable Food Systems

En países como Brasil, Bolivia, Costa Rica y México, la certificación participativa es reconocida en sus leyes y normas referidas a la producción orgánica; en México todo el proceso de cabildeo, convencimiento y trabajo que realizó la Red Mexicana de Tianguis y Mercados Orgánicos rindió frutos al incorporarse la certificación participativa en la Ley de Productos Orgánicos en 2006.

La agroecología se encuentra ante un gran reto, al menos a escala nacional y posiblemente en la mayor parte de los países latinoamericanos: la incursión de los transgénicos en el ámbito de la agricultura industrial y con contaminaciones a las pequeñas parcelas de los campesinos, donde producen maíz, trigo y papas, entre otros productos de primera necesidad. Promovidos como los “salvadores del mundo”, los transgénicos son vistos como la panacea de problemas globales complejos. En nuestro país son promovidos abiertamente por el Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica) y la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados (Cibiogem), con apoyo de grandes corporaciones como Syngenta y Monsanto, y han estado montando experimentos y proponiendo liberar la siembra masiva de maíz y soya en áreas naturales protegidas de conservación (ANP), selvas de alta biodiversidad, territorios indígenas y zonas de resguardo de la biodiversidad del maíz. Con los transgénicos no sólo se vulnera la parte biológica de los cultivos, se promueve asimismo el uso indiscriminado de insumos de síntesis artificial y se privatiza el derecho a la vida y a la alimentación.

Comercio Justo

La agroecología no sólo busca el buen vivir, sino también pasar necesariamente por la apropiación campesina de los sistemas de acopio procesamiento y comercialización. Esta apropiación permite menor dependencia respecto de los procesos de intermediación y de los dueños de los medios de producción. Por ello, desde América Latina, en especial desde Oaxaca en México (en la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo, UCIRI), hace más de 25 años se empezó a desarrollar un nuevo sistema de mercado donde se privilegia a la persona, al campesino/indígena más que a la marca o a la gran industria. Este proceso, llamado Comercio Justo, nació con la consigna de que se pague lo justo al pequeño productor por un bien que produce para el mercado, que se reconozca el proceso social, económico y ético con valores y ambiental (orgánico incluido); y se trata de trabajar con las familias de productores y no productores. Obviamente, el sistema no ha sido terminado, pues está en constante movimiento y es moldeado día a día por sus actores, algunas veces con tendencias liberales, otras veces con tendencias sociales, pero que sin duda tiene la firme intención de que los pequeños productores continúen siendo el centro del proceso.

El Comercio Justo ha creado movimientos internacionales como FAIRTRADE Internacional (www.fairtrade.net), Fair Trade USA (www.fairtradeusa.org) o el símbolo de Pequeños Productores (ww.spp.coop), plataformas en las cuales se promueve de forma activa el comercio justo y donde los consumidores tienen un gran peso, pues ellos, con su decisión de compra, apoyan al movimiento. El Comercio Justo actualmente se encuentra en más de 80 países, entre productores y consumidores.

La agroecología es un respiro intercultural que emerge sobre todo de la esperanza de lograr mirarnos como pares con los demás ciudadanos del mundo.

La vigencia de la recolección, el consumo de plantas toleradas (como los quelites en el centro de México) en las parcelas que abastece de vitaminas y minerales como alimento durante la época de lluvias a muchas poblaciones en América Latina, la recolecta de plantas y hongos silvestres con múltiples usos, la producción diversificada a pequeña escala, el valor de uso en el trueque o la generación de monedas alternativas como el túmin, el uso de germoplasma local en las semillas criollas y su adaptación a las nuevas condiciones climatológicas, las estrategias sociales para la regulación del delito o el ordenamiento comunitario de terreno, pastoreo decidido de forma colectiva y muchas acciones más, dejan de forma manifiesta una pluralidad de ventanas abiertas y necesarias para construir un autónomo y mejor futuro.

Muchos de los esfuerzos de resistencia activa que hoy en día encabezamos como agroecólogos pueden enmarcarse en lo que Sevilla y su grupo de trabajo nombra como acciones sociales colectivas.

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