Opinión
Ver día anteriorLunes 19 de diciembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Vueltas con la vida
L

a rebelión de los animales. Una muchacha de lentes, regordeta, entusiasmada, le cuenta al padre, abuelo o tío a voz en cuello y con aplomo la historia básica de Rebelión en la granja, de George Orwell. El metro avanza y frena a trompicones chocando contra los rieles del aire en calzada de Tlalpan, nos zarandea de lo lindo, sobre todo a los parados. Ellos tienen asiento. El hombre, ya mayor, la escucha con agrado condescendiente, casi interesado. La muchacha relata que el cerdo Napoleón se apropia de los cochinitos de la granja y los vuelve milicianos que sólo lo obedecen a él. Napoleón hace lo que quiere, como un dictador, y los otros pobres animales... Los animales se habían rebelado contra los humanos por sus abusos, pero acaban volviéndose igualitos a la gente o casi peor.

El metro sigue rodando, da de tumbos y la muchacha, tras una pausa y sin que su acompañante abra la boca todavía, remata en tono soñador y lamentoso: la vida no tiene remedio, ¿verdad? Hija, dice el hombre, bienvenida al mundo.

2. Picos en las ruedas. No sé si se han fijado en los rines de ciertos tráileres y camiones que circulan pesados y amenazadores por nuestros ejes viales y reinan a lo bestia en nuestras carreteras al son de quítate, cucaracha, que ahí te voy y resultan causantes de las más muertes imprudenciales en torno a las zonas metropolitanas. Rines cromados con picos en círculo, balas afiladas que, rodando el vehículo, giran a lo Masacre en cadena (Tobe Hooper, 1974) por los cuatro costados. Lo notable resulta de que su sierra temible protruye, o sea, desborda, o sea, rebasa la anchura de por sí excesiva de los tráileres y tractocamiones. Es arma de muchos filos contra lo que se arrime o sea arrimado. A un chasis de coche allá abajo lo destrozarían en mil serpentinas de hojalata. Ni imaginar el estropicio que podría causar al animal o cristiano que ensartara.

Y uno se pregunta: ¿para qué tan feo accesorio estoperolado? ¿Cómo lo consienten los patrulleros y los patrones? Un detalle (¿adorno?) de poderío machista como hay tantos, pero definitivamente mala onda.

3. Modesta contribución para la ontología del taco. El taco llegó para quedarse. Sobrevivirá al maíz transgénico, al muro de Trump y al cambio climático. Es parte fundamental de la economía gastronómica de los mexicanos en ambos lados de la línea. Al menos la mitad de los gringos ya aprendieron a comerlos, aun los que los siguen confundiendo con burritos y otras distorsiones transfronterizas.

La Ciudad de México es la capital mundial del taco, en todas sus formas legítimas y solamente. Nadie acepta imitaciones, traemos el taco en el alma. Es cosa de ejecutar la danza en sus cuatro tiempos corporales –prepare, enrolle, inclínese y engulla–, que hemos aprendido a practicar con gracia aún a riesgo de chorrear la salsa o que la cebolla picada caiga como la ceniza del cigarro.

La taquería, santuario tradicional del taco, adopta múltiples formas para un mismo culto gastronómico, desde la modesta canastilla en bicicleta a las inmensas catedrales de pitanza atiborradas de clientela, valet-parquineros y mariachis ensordecedores. La mayoría de las taquerías ocupan locales breves o esas capillitas de lámina a nivel banqueta con estufa de gas integrada para el comal y las carnes bien dispuestas en los brazos del aceite, donde diestros taqueros despachan a mil por hora para cubrir las necesidades vitales del público más hambriento e impaciente.

Todos somos tacófagos. Está en nuestra cultura. Tenemos tacotecas, tacomotoras, tacodiscos, tacódromos. A todo tacostumbras. Hace un par de meses una marca comercial regia se montó en la ingeniosa Acción Poética que bulle por las calles de Monterrey –ciudad taquera como la que más, con salsas bien picosas, y cuna de poetas que cocinan epigramas sobre las paredes públicas– para promover la forma taco en un concurso de acción taquera. Estos son algunos finalistas: Si se han de juntar los mares y los ríos, ¿por qué no juntar tus tacos con los míos? Eres como los tacos. No puedo dejar de comerte. Eres la piñita de mi taco al pastor, el toque que le faltaba a mi vida. Los tacos son como los besos: de trompa. La ganadora, Diana Figueroa, escribió: El que come y no convida, paga los de trompo y los de tripa. ¿En qué estaría pensando el jurado?