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Nosotros ya no somos los mismos

Fidel Castro, el estajanovista de nuestro tiempo

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Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco: tengo muchos amigos gay, pero no me gustan algunas cosas que hacenFoto Roberto García Ortiz
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omo lo esperaba, la entrada de la columneta del pasado lunes 5 de diciembre, provocó encontradas reacciones: al inicio, generalmente sorpresa y hasta enojo (entrañable González Jameson, perdón por la primera impresión que te causé) pero, al final, me complace decir que la mayoría de la multitud estuvo de acuerdo: Fidel merecía dejar de padecer, porque la vida entera la había vivido infringiendo los límites normales del trabajo arduo, obsesivo, sin tregua ni descanso, e infligiendo con ello a su organismo, a su estructura física, el desgaste que un ser humano normal no está facultado a sobrellevar.

A ocho décadas de que el obrero soviético Alekséi Grigorievich Stajánov, estableciera (agosto de 1935), el inimaginable récord de extraer 102 toneladas de carbón en 5.45 horas, y dar con su hazaña nacimiento a un culto por el trabajo heroico: el que está más allá del deber, de los horarios, y tareas, el que se realiza domeñando al máximo necesidades básicas como el hambre, el sueño, el reposo. El que no da cabida, en momento alguno, al desánimo o la abulia, un joven abogado, surgido en tierras (y aguas) americanas, aquí al ladito, repitió con creces esa proeza: el universitario Fidel Castro asumió el ejemplo stajanovista como un legado, y lo cumplió, fielmente, hasta el 25 de noviembre de 2016.

No es fácil aceptar la vida personal como deber cotidiano, encaminado permanentemente a la realización de un propósito superior que justifique y dé sentido a la propia existencia. La vida así asumida, requiere de una razón que explique a plenitud lo inusitado: se trata de esa fuerza interior que los seres humanos guardamos celosamente en el cerebro, en los riñones, en las vísceras y que sólo algunos, muy pocos, en el correr del tiempo, han sido capaces de encender, de echar a andar.

A quienes responden, esa misión de vida los transforma, los vuelve diferentes. Por encima de utilitarismos y conveniencias personales, responden únicamente a un jalón indefinible que experimentan y que no les permite conformarse con ser un eficaz empleado o un exitoso profesionista. De adentro les surge la consigna, la encomienda, personalísima e intransferible, de una misión que debe cumplir.

No puedo coincidir con la superficial idea que considera que alguien ha encontrado su vocación, cuando consigue una ocupación en la que, empleando el mínimo de esfuerzo, logra el máximo rendimiento. Alguien así, podrá llegar a ser un profesional exitoso económica y socialmente, pero no un hombre cabalmente realizado e íntimamente satisfecho. Creo, en cambio, que la auténtica vocación no puede estar condicionada por aptitudes, características sicológicas o físicas o motivaciones y marcos de referencia socioeconómicos y culturales. Coincido con la opinión del filósofo cristiano Emmanuel Mounier, sostenedor de la corriente de pensamiento conocida como personalismo, que concibe a la vocación como un principio creador. (¡Que bella expresión!). Yo pienso que la vocación no llega de afuera ni está acotada por condiciones socioeconómicas, étnicas, culturales. La vocación es un reclamo interior. Fidel, lasallista, marista y, marxista fue, en el trabajo, en el quehacer revolucionario, el estajanovista de nuestro tiempo. A reserva de comprobarlo, poco a poco, por hoy dejo un testimonio de personalísima gratitud.

La semana pasada les comenté las diversas acepciones de la palabra bronco. Ninguna como para sentirse orgulloso de ser así llamado. Excepto, claro, de quienes están ávidos de ser reconocidos como machines, o sea, el disfraz más facilito para quienes hacen el esfuerzo, por demás loable, de mostrar una virilidad que necesita publicitarse. El caso es que yo proponía a las autoridades coahuilenses otorgar un merecido reconocimiento al señor gobernador del vecino estado de Nuevo León, por los innegables beneficios que le ha ocasionado con sus atinadas y abiertas opiniones. Veamos el porqué de mi propuesta. Afirmó don Bronco: No estoy de acuerdo en la adopción por la comunidad homosexual porque, eso sí, es contra natura. ¿Y cómo considera a los hijos naturales de una pareja de homosexuales, ¿alienígenos? O a los hijos de una familia normal, natural que, de acuerdo a sus palabras “pueden salir gay? Porque, continúa don Bronco Rodríguez: yo puedo tener un hijo gay, o puede salirme alguien, un hermano, una hermana, un primo, pero como gobernador debo poner un buen ejemplo. Como quien dice, los gays nacen no se hacen, pero siempre hay el riesgo de que puedan salir así, de repente, cuando ni el gobernador se lo espera. Se imaginan que en plena celebración del thanksgiving day: ¡Papá, abuelo, suegro, con la novedad de que amanecí gay! Y pensar que, contra esta eventualidad, ni la gubernatura es un antídoto seguro.

Y sin desperdicio, continúa el gobernador: tengo muchos amigos gay pero no me gustan algunas cosas que hacen. (Una multitud, reunida en la macroplaza reclama: ¡¿Qué cosas, que cosas?!) La columneta no es dada a los chistoretes de calendario, pero ante la provocación no se aguanta. En el estudio de un popular canal de televisión era entrevistado un candidato a la gubernatura de su norteña entidad. El conductor, sabiendo las ideas absolutamente conservadoras del personaje le dice: Mire usted señor candidato, según este estudio realizado por la universidad del estado, se puede afirmar que de cada tres personas, una es abierta o secretamente gay. ¿Usted qué opina? ¡Pamplinas! (la verdad, contestó: ¡Ni madres!) Esas son aviesas maniobras para desinformar a la gente decente. Mire, le voy a dar una prueba aquí mismo: yo vine a esta entrevista, que pensé era de buena fe, acompañado de mis dos mejores amigos y colaboradores desde hace muchísimos años, y puedo jurarle a usted, que ninguno de los dos es gay… ¿Ergo?

El gobernante es tolerante, lo que no aguanta (lo señala dos veces) son las exageraciones: Yo tengo muchos amigos gay y les he dicho que no tienen que hacer la exageración que hacen (sic) para ganar simpatías. (Tiene razón, además para eso están los clósets y los baños de vapor. Y otra cosa: el arco iris no es la bandera de ustedes, aunque salgan con la humorada de que el duendecillo que, según leyenda irlandesa cuida la olla repleta de monedas de oro que se encuentra al final del arco iris, es un gnomo gay).

Y de que el amigo bronco es permisivo y hasta amable consejero, no hay duda alguna: aunque él no está en favor de esos pecaminosos connubios, su recomendación es atendible. Las parejas del mismo sexo que quieran casarse, pues que se casen, pero no aquí. La ley en Nuevo León no contempla esa uniones, pero se pueden ir a casar a Saltillo. Nada más le faltó agregar que la capital de Coahuila está a sólo 90 km, y que su gobierno costearía los pasajes de ida y vuelta.

Y esta es la razón de la agradecida propuesta a las autoridades de mi estado: considerar a don Bronco Rodríguez, como hijo putativo (con lo albureros que son mis paisanos, dejémoslo mejor en hijo predilecto, que es más light), porque gracias a su gentil sugerencia, resorts, hoteles, moteles, courts y casas de huéspedes c/s asistencia, en Saltillo, los fines de semana están a reventar. La demanda habitacional ha roto todos los récords pasados y los salones de fiestas (hasta los infantiles), están apartados por todo 2017. Saltillo, antes la ciudad del clima acondicionado, la Atenas de México, la capital del membrillo, del sarape, de los dinosaurios y muchas distinciones más, ahora lo es, además, del respeto, la libertad, el sexo y el amor. Cada día se le pone más difícil a Nueva York la posibilidad de que, cuando llegue a la edad de jubilarme, decida irme a vivir a Manhattan y no a mi barrio, de la placita Madero, a unas cuadras de la casa de doña Joaquina en la que, como hasta en Finlandia saben, velaron a Agustín Jaime.

Claudia Araceli Mendoza, nada tienes que agradecer de lo dicho sobre tu padre Nicandro Mendoza. Lamento no haber tenido estatura para tratarlo cercanamente.

Twitter: @ortiztejeda