Opinión
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¿Quién mató al embajador?
E

l asesinato del embajador ruso en Turquía, Andréi Kárlov, parece ser una consecuencia transparente de la evolución de la guerra en Siria, donde en días pasados tropas gubernamentales apoyadas por Moscú arrebataron el control total de Alepo a las organizaciones islamitas que la ocupaban. El homicida, identificado como Mevlut Mert Altintas, un policía de 22 años que fue despedido en las purgas que siguieron al intento de golpe de Estado del pasado julio, y el cual fue abatido a tiros por la policía, gritó antes de morir consignas fundamentalistas y evocó el horror de Alepo, donde muchos civiles murieron a consecuencia de los combates.

El presidente ruso, Vladimir Putin, y su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, coincidieron en que el asesinato tuvo como propósito entorpecer la normalización de las relaciones ruso-turcas, consideración atendible, pues la víctima desempeñaba un papel fundamental en ese proceso de normalización. Pero no por ello puede descartarse que el diplomático haya sido escogido como blanco por un atacante solitario y radicalizado que decidió ejecutar una venganza por el papel que el gobierno de Rusia ha jugado en el combate al terrorismo y el integrismo antigubernamentales en la guerra siria. De hecho, muchos ataques de organizaciones extremistas islámicas en Occidente han sido protagonizados por sujetos carentes de vínculos orgánicos con el Estado Islámico, Al Nusra y otras de las facciones armadas integristas y que no han recibido órdenes específicas.

Tal posibilidad obliga a recordar que ese terrorismo difuminado y autónomo, sin liderazgos ni articulación, se ha convertido para Occidente en la peor parte de la pesadilla que los propios gobiernos de Estados Unidos y Europa desencadenaron en Medio Oriente con sus incursiones bélicas y su injerencismo contumaz en esa región y en las naciones árabes e islámicas. El atropello masivo perpetrado ayer mismo en Berlín por el conductor de un camión en un mercado navideño, que dejó 12 muertos y medio centenar de heridos, podría ser un nuevo episodio de ese fenómeno, semejante en forma a la masacre del pasado 14 de julio en Marsella, si bien hasta ahora no está claro que el responsable haya tenido reivindicaciones islamitas como motivación, y hasta ayer las autoridades alemanas no habían catalogado el ataque como una acción terrorista.

En todo caso, ese mismo terrorismo difuso e inorgánico podría estar ahora repitiéndose para Rusia, país cuyo involucramiento en los conflictos de Levante no es menos problemático y conflictivo. Cabe recordar que la Unión Soviética invadió Afganistán, se vio obligada a abandonar ese país cuando su situación militar allí se volvió insostenible y que su eclosión como Estado fue acompañada por el surgimiento de confrontaciones con sociedades predominantemente islámicas, como la de Chechenia, confrontaciones que a su vez generaron una oleada de atentados contra objetivos rusos.

Finalmente, si con el homicidio de Kárlov se buscaba perturbar la normalización de las relaciones turco-rusas, la consecuencia podría ser exactamente la opuesta: que el atentado conduzca a un refuerzo insospechado de los lazos entre Ankara y Moscú, a la atenuación de las diferencias bilaterales en el conflicto sirio y a la búsqueda de una cooperación más estrecha en ese escenario bélico y en la persecución de los grupos islamitas en general.