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El verbo encarnado de Juan
E

l Evangelio de Juan se inicia con líneas poéticas. Dice: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (Biblia Reina-Valera, 1960). La versión antigua traduce Logos en lugar de Verbo, con lo que también da resonancias filosóficas al vocablo.

Tras la línea que hemos citado, en el capítulo primero de su escrito el evangelista Juan hace dos referencias a Jesús como la vida y seis ocasiones lo presenta como la luz que en las tinieblas resplandece. Regresa, en el versículo 14, a su afirmación sobre el Logos hecho carne: Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

Al igual que otros escritores del Nuevo Testamento, Juan estaba convencido de que Jesús el Cristo era el cumplimiento de las promesas mesiánicas contenidas en el Antiguo Testamento. Por esto, poco antes del final de los 18 versículos introductorios de su Evangelio, afirma que de su plenitud [la de Jesús] tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

En tanto que los evangelistas Mateo y Lucas ofrecen información sobre la extensa genealogía de Jesús, las condiciones de su nacimiento y las reacciones de distintos grupos y personas frente al acontecimiento, Juan es prolífico en el significado teológico de la encarnación y a lo largo de su Evangelio describe detalladamente cómo fue la vida de quien puso su morada entre nosotros (1:14). Después de que Juan el Bautista presenta a Jesús como el esperado Mesías y lo bautiza, el Verbo inicia su ministerio convocando discípulos y sucede la transmutación de agua en vino durante una fiesta de boda en Caná.

El Evangelio de Juan contiene varios diálogos y controversias de Jesús con personas de muy variadas condiciones culturales, religiosas y económicas. En el capítulo tres, de manera subrepticia y de noche, Nicodemo (uno de los dirigentes de los fariseos) resulta sorprendido por Jesús. Éste le cuestiona que no ha comprendido la necesidad de nacer de nuevo, es decir, renovarse integralmente antes que ser un vigilante de la moralidad de los demás. Poco más adelante, en el capítulo cuatro, Jesús conversa con alguien muy distinta del encumbrado Nicodemo. En esta ocasión su interlocutora es una mujer samaritana y mal vista por su comunidad.

En el diálogo con la samaritana, Jesús hizo añicos los convencionalismos étnicos, las relaciones varón/mujer, las tradiciones religiosas y las ideas sobre la pureza. Existía una enemistad de larga data entre judíos y samaritanos. Unos y otros se consideraban superiores a los demás y se referían a su contraparte en términos supremacistas. En cuanto a que Jesús (judío) haya tenido el encuentro con la natural de Samaria, el hecho resultó un tanto inexplicable para sus discípulos, quienes se sorprendieron de verlo hablando con una mujer (Juan 4:27, Nueva Versión Internacional). Y cómo no se iban a sorprender si en aquella sociedad patriarcal un varón y Rabí, uno de los títulos que propios y extraños le reconocieron a Jesús, no tenía permitido dialogar con una mujer, ¡y además samaritana! En otra ocasión, ante el cuestionamiento de un judío doctor en la ley (Lucas 10:25, según traduce La Palabra), Jesús respondió con una parábola, en la cual puso de ejemplo de compasión y justicia a un samaritano.

La samaritana descrita por Juan debía ir por agua al pozo a una hora en que otras personas ya lo habían hecho, o lo harían más tarde. Usualmente en el pueblo de Sicar, donde tuvo lugar el encuentro de Jesús con la mujer, el tiempo de ir para abastecerse de agua era temprano en la mañana o en la tarde, y no al mediodía, cuando el calor arreciaba. La mujer no tenía buena reputación entre los habitantes de Sicar, porque había tenido cinco esposos y al momento cohabitaba con uno que no lo era. La forma en que Jesús la recibió y lo conversado con él transformaron a la mujer, de tal manera que se convirtió en una de sus seguidoras, y muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en él por el testimonio que daba la mujer (4:39, NVI). Los efectos de la lectura de este pasaje continúan tocando el ser de mujeres en distintas partes del mundo; así lo desarrolla Hans de Wit en su libro Por un solo gesto de amor: lectura de la Biblia desde una práctica intercultural, Isedet, Buenos Aires, 2010.

Otras mujeres supieron del trato fraternal de Jesús cuando lo usual era que fueran relegadas por la sociedad que privilegiaba la preponderancia de los hombres. Algunas de ellas fueron la sorprendida en adulterio a la que sus acusadores estaban a punto de lapidar (Juan 8:1-11), y las hermanas de Lázaro, Marta y María (Juan 11). Es interesante que Juan sitúa, inmediatamente después de la escena en que la mujer casi es apedreada, lo expresado por Jesús a la gente: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12). ¿Acaso estaría implicando que una manera de andar en tinieblas es ser juez de las conductas de los otros y buscar su erradicación mediante castigos crueles?

Las desgracias e infortunios de otros siempre tienen explicaciones ominosas de quienes las ven como resultado de una anormalidad ética. En el capítulo nueve, Juan narra la sanación por parte de Jesús de un ciego de nacimiento. Su ceguera solamente tenía explicación, para los vigilantes de la pureza doctrinal, si era resultado del pecado de él o de sus padres. Jesús respondió que no era por faltas de él ni sus padres, y le devolvió la vista, acto que le atrajo la enemistad de las autoridades religiosas.

Sobre el Verbo encarnado de Juan, la eternidad humanada, cabe concluir como lo hizo de forma hiperbólica el evangelista: Jesús hizo también muchas otras cosas, tantas que, si se escribiera cada una de ellas, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo entero (Juan 21:25).