Opinión
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Miss Francia y las elecciones
A

los franceses les gusta votar. Como no se ponen de acuerdo sobre casi nada, no pierden ocasión alguna para hacerlo saber. Cuando se les invita a dar su opinión, los motiva principalmente la idea de votar contra, de decir no. En las pasadas elecciones presidenciales, por ejemplo, una mayoría de electores votó más contra Sarkozy, a quien ya no soportaban ver ni en pintura, que por Hollande, a quien apenas conocían. Se dan en esta forma el privilegio o el placer de cortar la cabeza de su rey, cada cinco o 10 años, sin necesidad de una sangrienta guillotina, pues les basta una boleta de voto.

Así funciona la democracia que permite guardar las tradiciones revolucionarias adaptándolas a una sociedad menos sanguinaria, en apariencia más tranquila. Una regla completa el escenario: en cuanto un presidente deja el poder, su impopularidad cae en favor de su popularidad.

La nostalgia de una época en que había reyes y reinas persiste en este pueblo que vivió durante siglos bajo la monarquía y se proclama ahora voluntariamente republicano. Se necesita ver con cuánto fervor se organizan las ceremonias cuando la soberana del Reino Unido de Gran Bretaña viene a Francia en visita de Estado.

En la actualidad existe un espectáculo muy popular, transmitido por televisión y visto con pasión por millones de fieles: la elección de Miss France. Este acto, organizado cada fin de año, posee numerosas ventajas. La primera es de orden simbólico, pues permite elegir una reina y ponerle una preciosa corona en la cabeza, lo cual deja a pocas personas indiferentes. Únicas condiciones exigidas: ser de nacionalidad francesa, tener máximo 24 años, soltera, ni viuda ni divorciada, ningún antecedente judicial y tener una estatura mínima de un metro 70 centímetros.

En resumen, una joven anónima salida del pueblo en su diversidad es proclamada reina. Hay que conmover y marear a mucha gente más o menos joven. Además, en un plan material, la feliz elegida, cubierta de regalos ofrecidos por grandes marcas que sacan beneficios publicitarios, será mantenida económicamente y viajará durante un año por el mundo entero para representar a su país y concursar por el título de Miss Universo. Se trata evidentemente de una vasta empresa con ganancias comerciales importantes.

En fin, otra ventaja: la sociedad televisiva que produce el espectáculo tiene la seguridad de una enorme audiencia. Todo es beneficio para todos, incluso si ciertas asociaciones se oponen de manera regular a esta ceremonia que no presenta la mejor imagen de la mujer, reducida a su aspecto físico y al papel de maniquí de suntuosos vestidos o, mejor aún, trajes de baño sugestivos.

Para asegurarse un éxito completo, se convoca al público a votar por teléfono o SMS. En esta forma, el acto se asemeja a una verdadera elección, incluso si los organizadores y el jurado tienen un poder de decisión preponderante. Lo curioso es que otras elecciones, de un género aparentemente muy distinto, se desarrollan en estos días en Francia. Las primarias de la izquierda, por ejemplo, para designar a su futuro candidato a la elección presidencial. Como la presentación física, el look, el carisma, toman cada vez más importancia en la popularidad de un candidato y el resultado del escrutinio, hay quienes se preguntan con seriedad si los políticos no terminarán por desfilar a su turno frente a las cámaras de televisión, cubiertos con un traje de gala antes de exhibirse en traje de baño.

Tal es la nueva democracia televisual. Todo se reduce a la imagen. Lo cual permite mostrar todo para mejor esconder todo. Los publicistas son expertos en este juego de apariencias. Y los políticos se rodean de publicistas que llaman comunicantes.

La elección de Miss France no es quizá muy diferente de las otras elecciones. Intereses políticos y económicos se mezclan. Pero es sobre todo más glamorosa. Y como en la elección presidencial, queda una buena mitad de descontentos.