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¿La Fiesta en Paz?

Pobres resultados de una rica empresa con prisa

El sentido común se nos volvió ciencia

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Joselito Adame en una imagen tomada de Sol y Sombra
P

or su originalidad y exigencia de verdad, la fiesta de los toros es espejo confiable de la temperatura política, anímica y social de los países donde está inmersa. Si durante décadas hemos estado jugando a la democracia y a procurar el bien común permitiendo que una punta de saqueadores e ineptos metidos a gobernantes y legisladores hagan y deshagan ante la indiferencia de la mayoría, otro tanto ha ocurrido con la tradición taurina de México.

De la observancia de leyes y reglamentos pasamos al paraíso de la autorregulación, a las importaciones alegres y a la opacidad del desempeño sin importar los penosos resultados, en la política, en los toros y en el resto de las actividades. La imaginativa mancuerna funcionarios-empresarios no dio para más.

Hoy, asustados hasta con nuestra sombra, compramos la idea de un nuevo coco extranjero que va a devorarnos, ya que nuestra ancestral dependencia impide valorarnos y menos defendernos. La falsa globalización empieza a desmoronarse y mientras a destiempo se recomienda volver los ojos sobre nosotros mismos, nuestro mercado interno y un desaprovechado potencial, otros, como si vivieran en Groenlandia, siguen montados en su criterio globalizonzo, poniéndole la mesa a lo de fuera a costa del reposicionamiento de lo de casa.

Ya son varias décadas de multimillonarios metidos a promotores de una fiesta de toros mexicana sustentada en el figurismo y el amiguismo, en complicidad con autoridades y crítica especializada y la creciente indiferencia de un público cuya respuesta es dejar de ir a las plazas pues no pasan de tres los diestros importados que llevan gente; los demás son ociosidades y antojos de potentados.

No han logrado hacerse del público de aquí magníficos toreros como Castella, Manzanares, Talavante, Perera e incluso el supuesto parteaguas de la tauromaquia posmoderna, Morante, y sin embargo continúan sirviéndoles ese ganado pasador que ha dado al traste con la emoción de la bravura. Si a lo anterior agregamos aumento de precios, combinaciones poco atractivas, encerronas precipitadas y dos y tres festejos consecutivos, se entienden las pobres entradas en las primeras 10 tardes.

Los positivos agradecen a la nueva empresa su obligación de presentar encierros con edad y trapío luego de 23 años en los que prevaleció el novillón, pero el problema es que en aquéllos también ha predominado la mansedumbre. Una fiesta brava sin bravura ni diestros que apasionen es la pobre oferta de espectáculo de la empresa, ganaderos y toreros que figuran, mientras con descaro se insiste en identificar a los patrocinados antitaurinos como la gran amenaza del toreo.

Es increíble que la experiencia empresarial de Alberto Bailleres y sus colaboradores no haya podido trasladarse, siquiera un poco, al ámbito taurino. Seguir ignorando al público –como la nefasta empresa anterior– en la toma de decisiones y oferta de espectáculo, reduce al mínimo la asistencia de éste. Y si añadimos la falta de competidores ante la nueva empresa, los proyectos de crecimiento y las estrategias de mercado brillan por su ausencia.

¿Qué nuevos atractivos se ofrecen? Además del sobrevalorado Joselito Adame, ¿a qué toreros mexicanos se quiere convertir en imanes taquilleros? ¿Hay intención de fomentar confrontaciones toreras? ¿Propósitos de volver a llenar las plazas o sólo de que pase un tiempo conveniente? ¿Se cuenta con productos y publicidad para hacerlo? Un feliz y desafiante año.