Opinión
Ver día anteriorDomingo 8 de enero de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Qué hubiéramos hecho?
¿Q

ué hubieran hecho ustedes? No es pregunta vacua, sino confesión de impotencia retórica que angustia más, mucho más, que la escalada de sobreprecios que el gobierno ha desatado en su frenética defensa de una estabilidad inexistente. Sin estabilidad social y cohesión política (y al revés) no hay economía que funcione, y es desde esta ecuación elemental que los no presidentes podríamos responder al presidente Enrique Peña: primero la estabilidad social, que es inconcebible sin una mínima cohesión; después la política, que es inimaginable sin un mínimo consenso, y luego, si se puede, algo como esa estabilidad económica que le han contado sus economistas y que en rigor no existe ni en los malos libros de texto en que estos sabios dicen haber abrevado.

No hay, por lo demás, estabilidad financiera, fiscal o externa que dure si no hay crecimiento de la economía, del empleo y los ingresos y, por ende, de los ingresos fiscales, tributarios o no. Lograr la estabilidad a costa de crecer nunca ha sido receta consistente y sí fuente de muchos y graves equívocos.

No se trata de vivir en la imaginaria que, en este caso, sería la de un panorama de precios petrolíferos y tarifas eléctricas inmutables o a la baja. Eso no es factible, y cuando se intenta convertirlo en realidad es la sociedad, en efecto, la que a la postre paga la presunción.

Pero entre la fea realidad del desequilibrio y la no menos fea de una estabilidad comprada e imaginaria, está la manipulación de variables y la construcción de acuerdos sociales y políticos para navegar el turbulento mar de una globalización sometida por una crisis, al parecer, interminable. Desde aquí se puede también replicar al Presidente: ¿qué hubiéramos hecho? Primero gobernar, que quiere decir siempre comunicar de la mejor manera, convencer con la verdad sincera, decidir sin pretender sorprender, mucho menos engañar, al gobernado.

¿Qué hay que hacer?: ésta debería ser la cuestión ordenadora de la agenda abierta intempestivamente por el vuelco brutal de la polis estadunidense. Pero la respuesta no está esta vez en el aire, sino bajo el suelo de donde han surgido los viejos y renovados espectros del México bronco que, cual petate, don Jesús Reyes Heroles invocaba para asustar a los rejegos y soliviantados de su propio partido que se negaban a transitar por la reforma política, que al final de cuentas nos traería hasta donde hoy nos debatimos. ¿Qué hacer? Conversar y aprender a deliberar como no lo hemos hecho en estos años de carnaval dizque democrático. Ahora tendremos que hacerlo bajo fuego antes de que el dichoso remolino nos alevante a todos.

Las hordas en las calles y los comercios; los vándalos en las veredas, las playas acapulqueñas o los corredores del Metro; los desaforados bajo tierra gozando de la libertad ficticia de las redes sociales: no es el triángulo de las Bermudas, sino la antesala del infierno de todos y de todos los días, condensado ahora en la perspectiva cercana y ominosa de la peor de las combinaciones: anomia, social y mental; estancamiento económico vuelto futuro histórico; inflación desatada y retroalimentada por la devaluación incontenible, en una circunstancia de abierta vulnerabilidad externa de nuestras estructuras productivas y comerciales.

No hay tal cosa como begin the beguine. Volver a empezar es resignarnos a escuchar sin fecha de término la terrible conseja del Dante y, despojados de todo, seguir nuestro curso… ¿A dónde? ¿Hasta dónde...? No sabemos, sólo que nos convertiríamos en tribu de nómadas, sin profetas ni cantores. De esto y más se trata el futuro, para que en verdad lo haya.