Opinión
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Aprender a morir

Energéticos y energía

S

e veía venir. Tantos sexenios de engaños, de indiferencia y autoengaño no daban para mucho. A lo sumo para irla medio pasando y guardar las apariencias como nación cuasi soberana y semidemocrática, unida y comprometida con valores universales y propios, con tradiciones arraigadas y hábitos importados, un endeble sistema educativo y medios de comunicación asignados para contrarrestarlo o inclusive sustituirlo, y con posibilidades de desarrollo sólo comparables a la voracidad de las élites y a la ceguera de la población.

Ni ocho décadas duró el sueño de la bien intencionada y casi enseguida bastardeada expropiación petrolera. Se construyeron sólo ocho refinerías –en Estados Unidos hay 140– y con la decisión de uno de los menudos gurús sexenales de desmantelar la de Azcapotzalco quedaron siete en condiciones de rezago. ¿A dónde se fueron las utilidades de la industria petrolera en todo este tiempo que no sólo no aumentó su infraestructura, sino que se volvió obsoleta? ¿A quién se le ocurrió convertir a Pemex en caja chica del gobierno en turno? ¿Cómo pudimos permitir sociedad y congresos tanta corrupción? Los 13 mandatarios anteriores tienen sus respuestas y justificaciones de lo injustificable. Hoy, el petróleo vuelve a sus poseedores iniciales, las empresas extranjeras, y sucesivos aumentos al precio de las gasolinas que tenemos que importar son el último gesto de una administración que de plano capituló.

Nos queda una energía que nadie nos puede quitar ni vender ni rematar. Una inagotable energía personal e interior que exige dejar de ser menores de edad, salir de una vez por todas de nuestra zonita de confort mal entendido para ejercer, a pesar de las herramientas de nuestra deficiente educación, otras maneras de vernos y de ver, alejadas desde luego del miedo, de aco-sos de redes y mensajes, bloqueos descoordinados, asaltos a gasolineras, saqueos dirigidos y opiniones manipuladas. Una energía que, unida y comprometida, sea capaz de vigilar al poder, acotarlo y remplazarlo si es preciso.

Este propósito de infundir miedo es la torpe reacción del sistema para impedir la unión de un despertar creativo que resista y piense, no que se desespere y angustie. Si seguimos acatando lo que nos dicen otros –locutores o legisladores– y renunciamos a nuestro entendimiento, autoestima y autonomía, estaremos favoreciendo más saqueos y nuevos fracasos, anunciados, pero evitables.