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México SA

Trump se instala

EPN paralizado

El Chapo: ofrenda

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legó el día: las amenazas se hacen realidad y se convierten en política pública, y el rosario de agravios en práctica, redoblada y cotidiana, del gobierno de Estados Unidos. A partir de hoy Donald Trump despacha en la Oficina Oval, mientras el inquilino de Los Pinos permanece en silencio, paralizado e instalado en el cuento de que en la Casa Blanca se ha instalado un socio y amigo de México. Y Peña Nieto lo recibe con un enorme regalo y una muestra de buena voluntad: la extradición de El Chapo, en reciprocidad al muro impenetrable y maravilloso que el gringo comenzará a construir a la de ya.

¿Cómo le irá a nuestro país con dos amigos y socios así (uno hiperactivo y el otro pasivo a más no poder)? Trump va derecho, no se quita y tiene toda la intención de hacer daño, mientras el apanicado Peña Nieto carece de estrategia, de plan de contención, de tamaños, para enfrentar lo que viene (de hecho el golpeteo comenzó tiempo atrás), y viene muy fuerte.

La mexicana Alicia Bárcenas, en funciones de secretaria general de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), lo resumió así: lo que está faltando es una estrategia fuerte de México en vez de centrarlo todo en la negociación con Donald Trump. Trump ya dijo lo que quiere; ahora hace falta que México diga lo que quiere. Y nada ha dicho el gobierno peñanietista, como si los mexicanos no tuvieran derecho a conocer de qué forma enfrentaría el inquilino de Los Pinos el huracán categoría 5 (Carstens dixit) que ya está aquí.

Cierto, a estas alturas los mexicanos nada saben cómo es que –supuestamente– el gobierno mexicano hará frente al golpeteo del energúmeno de la Casa Blanca, porque si en Los Pinos creen que resulta suficiente, y hasta convincente, la negativa permanente (no pagaremos el muro) y el nombramiento del aprendiz de canciller, entonces sí estamos fritos. Y todo indica que, en efecto, lo estamos.

Bastó un manotazo de Trump para que se alineara la industria automotriz estadunidense que opera en México, y puso a parir a la de otras naciones, ante la amenaza de represalias si seguían invirtiendo en México, y la única respuesta del gobierno peñanietista fue hacer un llamado a que, por favorcito, no se retiren, no se vayan, porque aquí los queremos mucho.

Más que suficiente resultó un simple estornudo del energúmeno para tirar, un día sí y el siguiente también, la cotización de la moneda mexicana hasta llevarla a niveles históricos (ayer a 22.50 por uno), sin olvidar que una de sus amenazas (a partir de ahora política pública) ha sido la de impedir las remesas de los paisanos o, en el mejor de los casos”, aplicarles un monumental impuesto.

Y lo que para el gobierno mexicano debería ser una vergüenza (las remesas, enviadas por millones de paisanos expulsados de su propia tierra ante la miseria y la falta de oportunidades), en los hechos se ha convertido en uno de los principales elementos por él utilizado para equilibrar la balanza de pagos y presumirlo como parte de las fortalezas en los principales indicadores macroeconómicos.

Peña Nieto ha dicho que es evidente que tenemos diferencias con Donald Trump, quien ha calificado de violadores y criminales a los mexicanos que emigran hacia su país. Bien, pero para el inquilino de Los Pinos ¿esa es una diferencia o una agresión? ¿Se trata simplemente de una opinión del energúmeno o de una clara advertencia del trato que su administración dará a los paisanos?

El muro, la cero tolerancia con los indocumentados, la inmediata deportación, la militarización de la frontera, el chequeo extremo de los paisanos en territorio gringo, el bloqueo de remesas, el voluminoso impuestos que tendría su envío o el creciente costo –ya de por sí elevado– de las visas con el fin de reducir la llegada de connacionales a Estados Unidos y/o eventualmente usar esos dineros para la construcción del citado muro, ¿son meras diferencias o forman parte de un muy bien estructurado plan para dañar, lo más profundo que se pueda, a México y sus ciudadanos?

Diferencias, diría Peña Nieto, y como muestra de buena voluntad en bandeja de plata le entrega a Trump la cabeza y el cuerpo completo de Joaquín Guzmán, como si aquí no hubiera delinquido ni tuviera cuentas pendientes. De ese tamaño es el bombón que le regaló.

Desde que Salinas de Gortari lo promovió y firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte ha sido el niño consentido del régimen, por mucho que ni lejanamente ha solucionado la falta de de-sarrollo en México. A capa y espada lo han defendió cinco gobiernos al hilo, y en cuestión de semanas Trump lo echará para abajo, sin olvidar la advertencia de que Trump aplicaría una tarifa compensatoria de hasta 45 por ciento a las importaciones provenientes de México. ¿Eso es diferencia o agresión?

Pues bien, la renegociación del TLCAN ha sido la primera instrucción, con carácter de prioritaria que ha recibido el próximo secretario estadunidense de Comercio. Lo dijo Trump desde su campaña, de tal suerte que no hay engaño en esto. ¿Qué dijo el gobierno mexicano? Que de ninguna manera lo renegociaría; más adelante que sí, pero no todo; y ahora está dispuesto a lo que el energúmeno ordene. Lo mismo con el ATP, en el cual México no dará un paso atrás (Ildefonso Guajardo dixit), y en los hechos lo va a dar todos.

Entre tantas otras cosas, Trump prometió a sus electores restringir la posibilidad de las empresas para aprovechar el acuerdo de libre comercio y sacar sus plantas y empleos en Estados Unidos; un impuesto de importación de 35 por ciento en la frontera con México para impedir que las compañías dejen el país; un gravamen no menor a 20 por ciento para las importaciones mexicanas y muchísimo más. Todo enfocado a pegarle a México en su nivel de flotación.

Todo eso, más la crítica situación interna. Y, más allá de sus frases de ocasión (se estará trabajando para construir una relación positiva con la nueva administración, dijo ayer el inquilino de Los Pinos), el gobierno peñanietista no ha dicho nada. Peor aún: no ha hecho nada. Pero, ¿qué hubieran hecho ustedes?

Las rebanadas del pastel

Si de regalos se trata, allí está el del amigo Barack Obama, quien durante su mandato deportó a cerca de 3 millones de inmigrantes, y si no expulso a un número mayor fue porque ya no le dio tiempo. Entonces, con amigos así para qué nos preocupamos por lo que hará Trump, si al final de cuentas sólo se tienen diferencias.

Twitter: @cafevega