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Gregorio Luke, hijo de Gloria Contreras, salva la danza de su madre
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l amor de madre es natural, pero que un hijo vaya a hacer huelga y duerma en el pavimento frente a la alta torre de Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para defender la obra de su madre es muy poco común. Así lo hizo en diciembre de 2016 Gregorio Luke, hijo de Gloria Contreras, acompañado por 24 bailarines del Taller Coreográfico de la UNAM creado por esa extraordinaria bailarina. Gregorio Luke, de pelo blanco y una volubilidad que a todos seduce, vivió en una tienda de campaña durante más de 10 días en la explanada de la Torre de Rectoría y aguantó varios frentes helados para protestar por el cierre del Seminario de Gloria Contreras en la UNAM.

Tuve oportunidad de entrevistar a Gregorio Luke, quien me habló de la muerte de su madre, el 25 de noviembre de 2015. Gloria Contreras hizo una gran escuela de danza en la UNAM y alguna vez declaró que a través de la danza se dice y se oye un mensaje anterior a la palabra. También aseguró que en México había un público vibrante y crítico, y en ese público multitudinario y sensible está la simiente de un movimiento dancístico de gran alcance. Gloria creía que todos los hombres llevan una danza congénita, y que la mente puede transformar al cuerpo. No hay nada que la voluntad no pueda lograr.

Durante sus 10 días a la intemperie en la UNAM, Gregorio Luke cuenta que descubrió la capacidad de entrega y la gran simpatía por las causas sociales en México: la gente llevaba tamales y un señor se presentó con 10 pizzas. Finalmente, y gracias al nuevo director de Difusión Cultural, el escritor Jorge Volpi, los huelguistas vieron el final del túnel negro.

Según Gregorio Luke, toda la vida Gloria Contreras se había curado con ejercicio, para ella el ejercicio era una especie de religión e impuso la contrología, los movimientos en el suelo y los pilates para la flexibilidad. Cuando la bailarina y coreógrafa excepcional se rompió la cadera y supo que ya no podría saltar recurrió al bastón, cosa que la deprimió. Sólo intentó bailar un bolero con una enfermera alta, pero al ver que casi no podía hacerlo, decidió que lo único que le quedaba era morir. Gregorio Luke nos dice que tenía enfermeras para asegurarse de que no se levantara sola, no fuera a saltar, y eso a mi mamá la hizo trizas; la vida ya no tuvo sentido para ella, aunque sí logró volver a caminar un poco. Perdió todo interés por vivir.

–Es que, Gregorio, la danza es una de las disciplinas más férreas del planeta…

–El propósito de los antiguos ballet russes era formar virtuosos para el entretenimiento del zar. Se buscaban niños que tuvieran aptitudes físicas perfectas: pies perfectos, empeine perfecto; rodillas que puedan hacer el turn out. Todo el ballet consiste en hacer la primera posición, la quinta, abrir las rodillas; volverlas flexibles. A estos niños superdotados se les sometía a un entrenamiento de 15 años, internos en una escuela. Entre los 17 y 18 años ya eran virtuosos y podían hacer piruetas, 32 jettés, arabesques y puntas perfectas, pero habían perdido no sólo su niñez, sino su individualidad. Eran muñecos perfectos para las obras del ballet clásico. Con la revolución soviética este modelo se hizo más autoritario. Los virtuosos del Ballet Ruso son el orgullo de la Unión Soviética y su norma se aplica en las escuelas de ballet en el mundo: en Inglaterra, en Francia, en Estados Unidos, en Cuba. También las escuelas neoyorquinas y las oficiales de México aplican este tipo de esquemas racistas. Finalmente el tipo de bailarín que se busca es europeo, blanco, alto. Durante años se creyó que un niño negro no podía ser bailarín clásico o que un niño indígena no tenía la flexibilidad. A mi mamá siempre le molestó el criterio racista de audicionar y juzgar a los bailarines por su aspecto físico. Me contó de audiciones en Nueva York en las que el director del ballet formaba a los aspirantes y señalaba: Too short, too tall, too fat, y los eliminaba por su aspecto, antes de verlos bailar. Mi mamá fue solista del Ballet Real Winnipeg, en Canadá. Todas las semanas ponían los nombres de los bailarines en un pizarrón y su peso, como si fueran ganado. Mi mamá tuvo bulimia en Nueva York (comes y todo lo devuelves) y se curó cuando se embarazó de mí, porque tenía que comer. Que una bailarina se embarazara era un pecado sin redención.

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La bailarina y coreógrafa Gloria Contreras durante un ensayo con el ballet de la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario, en septiembre de 2003Foto Roberto García Ortiz

“Cuando a mi madre le tocó fundar su compañía en México, intentó luchar contra todos estos vicios. Lo primero que dijo fue: ‘No vamos a usar criterios fisiológicos para determinar quién puede entrar a nuestra escuela. Imposible eliminar a una niña porque no tiene la altura o los pies perfectos’. A través de su carrera, mamá se dio cuenta de que muchos bailarines que no tenían condiciones perfectas podían lograr mejores resultados que aquellos a los que todo se les facilitaba. Su tesis fue: ‘La belleza que me interesa no es la que se hereda genéticamente, sino la que se construye, la que es producto de la voluntad, la inteligencia y el talento’.

“La segunda gran ruptura del Seminario de Gloria Contreras en la UNAM tiene que ver con la edad de los bailarines. En las escuelas tradicionales (estoy hablando de ballet clásico, no danza moderna), se considera que un niño de 11 años es demasiado viejo. Mamá se planteó que en la UNAM implicaría rechazar ciento por ciento de los universitarios, y exigió que entraran hombres y mujeres de cualquier edad. Mamá fue gran amiga de Eduardo Mata, trabajaron juntos en Nueva York; Mata la llevó con Leopoldo Zea. Cuarenta minutos más tarde salió de la oficina de Zea y le dijo a mi mamá: ‘Ya tenemos compañía’. Él fue quien la bautizó Taller Coreográfico de la UNAM. Uno de los rectores que más apoyó a Gloria Contreras fue Guillermo Soberón, constructor de la Sala Covarrubias y hacedor de toda una infraestructura para danza, antes inexistente.”

En 1974 algunos estudiantes de la UNAM se acercaron a Gloria porque no se conformaban con ser sólo espectadores: querían aprender a bailar. Así se fundó el Seminario del Taller Coreográfico de la UNAM. En esta escuela Gloria Contreras se propuso cambiar muchos de los vicios que había observado en otras escuelas y desarrolló el sistema de pilates (ejercicios en el piso que ayudan a recuperar flexibilidad) y la contrología, que cambió mucho la enseñanza de la danza. También creía en la danza social y llevaba a sus bailarines al California Dancing Club; los entrenaba en el chachachá y el mambo, y se acababa un par de zapatos por noche bailando. Buscaba los salones populares de baile en los países a los que llegaba: el Paladium, en Nueva York; el California Dancing Club, de México, y bailó fascinada en varios carnavales de Brasil. A sus bailarinas muy clásicas trataba de hacerlas más expresivas, más populares. Entonces, primero, ballet clásico; segundo, ejercicios en piso, la contrología; tercero, la danza social, y cuarto, la expresividad por medio de la creación coreográfica.

Cuando se habló de cerrar el Seminario de la UNAM, las autoridades nunca se esperaron la respuesta de la comunidad universitaria en 2016. Toda la segunda parte de 2016, a partir de agosto, fue de lucha. Ahora Jorge Volpi ha sido mucho más receptivo, quiere que siga el seminario como parte de la UNAM. La fecha para reiniciar las clases es el 13 de febrero. Estamos muy contentos, muy esperanzados.